sábado, 2 de noviembre de 2019

ES DE NOCHE

La inesperada tregua llegó a eso del mediodía y mentiría si dijera que no me alegré al conocerla. No puse ninguna objeción, a eso hemos llegado. Y casi en ese mismo instante decidí que hoy, acabado mi único turno en el bar, tocaría beber y escribir algo, en ese exacto orden, pues ya va siendo hora de reconocer las cosas como son.

A veces una mosca se cuela en el salón de casa. Entonces la gata, aburrida, pone todo su empeño en cazarla. De los puros nervios por no conseguirlo castañetea los dientes como a modo de amenaza, o frustración, sin dejar de seguir el errático vuelo de la mosca. Luego esta se confía, o se cansa, o sólo quiere jugar con ella, tal que el rejoneador con el toro afeitado, y en una de esas la gata le echa un certero zarpazo y antes de que pueda reaccionar la pisa. Levanta la patita y observa el estado de su presa; si ve que intenta remontar el vuelo la vuelve a pisar un poco más, hasta que ya sólo pueda andar. Y ahí juega con ella.

Lo hace con un cierto cariño, sin violencias. Sólo hay un primer zarpazo, el decisivo; después la inmovilización en forma de pisotón y a partir de ahí una especie de caricias, cuidadosas, tan medidas como puedan serlo para un felino, siempre torpes en lo que a manipulaciones se refiere. Desplaza a la inválida mosca de acá para allá y quieta, muy quieta, se la queda mirando en su agónico arrastrarse por el suelo. Otro manotazo y el mismo proceso. Así serán unos cuantos, hasta que ya apenas hay movimiento y se la come.

A las tres de la tarde ya tenía la vida suficiente como para hacer otro intento por contarla. Pero todavía quedaban dos horas por delante, y esto gracias a la en cierta manera vergonzante tregua. "Nunca dejéis de querer ser el héroe que quisisteis ser, hermanos" dice Zaratustra, el caminante.

Bastó media cerveza y la venida de un viejo amigo para que la lengua se me soltara. Hasta yo mismo me di cuenta de ello. Fue algo casi automático. En sus ojos volví a ver esa mirada que tantas veces he visto: la mirada de la extrañeza, de lo raro. Una verborrea casi imparable salió de mi a colación de un común amigo, un pobre desgraciado que pudo ser lo que hubiese querido y ahora anda de imbécil de gitanos tras varios pasos por la trena. Conté varias anécdotas de juventud y él hizo lo que pudo con las suyas ante mi segunda cerveza. ¿Cuando se equivocó? Yo lo tenía claro y así lo dije sin resquicio a duda alguna. ¿Cuando me equivoqué yo? También lo sé desde hace mucho tiempo y sin embargo ahora pienso que no fue un error, una equivocación, sino una consecuencia: yo me aburría enormemente siendo un buen chico. Y si sólo lo pasé bien durante tres, cuatro o cinco años, eso fue. Lo otro, lo que hubiera podido ser, lo veo en las caras de los viejos camaradas de colegio que siguieron estudiando, fueron a la Universidad y han hecho una vida normal, sin excesos.

¿Hablo yo de desprecio? ¿Me vanaglorio de haber seguido otro camino? No. Mi camino ha acabado por ser el que jamás pensé transitar más allá de una simple vía de acceso hacia algo mucho más grande. Una vez, algún tiempo después, todavía era muy joven, lo vislumbré sentado en un tren mientras miraba a una muchacha de larga melena rizada que iba sentada sola unas filas más adelante. Estuvimos en el mismo vagón como una hora. Yo bajé en el destino de mi billete y ella no. Me quedé en el andén, esperando, hasta que el tren desapareció de mi vista. No cayó un trueno que inutilizara la vía, a ningún responsable le dio ningún infarto, no bailó el sol y no nada.

De mis trabajos he sacado mis cuentos, ahora meras excusas para beber. John Ford era un dipsómano, leí una vez. Miré el significado y me convenció. Hace mucho que John Ford me aburre. La verdad es que me aburre casi todo lo que no sea andar bajo el sol y oír el Zaratustra en la voz de Artur Mas.

Hubo un tiempo en el que opté por la música clásica, tan elevada. Sí, conocí a muchos de los buenos. Un tal Ignaz que me recomendó un amigo casi me traspasó. También otro que se llama Gesualdo, creo recordar. Y luego los de siempre y sobre todos, Mozart. Pero yo ya tenía mucho más de treinta años. Lo mejor de mi vida ya había quedado atrás y lo peor también iba haciéndolo poco a poco con la ayuda de esa gran música. Y cuando me vi libre de lo peor también me olvidé de ella.

Ahora he vuelto al viejo rock n´roll, incluso más allá, al heavy de mis años felices. Ahora todo el mundo, o casi, reniega de esa etiqueta, casi como entonces, pero qué mas da. El sentido del jevi está claro para la inmensa mayoría, aunque quienes reniegan de él se cabreen. ¿Para qué cabrearse? ¿Hay que ser un rolling stone de la vida? ¿tanto vale eso? ¿tanto amor dan ahí? ¿tan mal recordáis vuestros mejores tiempos? ¿Jevi? Pues jevi.

Las caricaturas que ahora parecéis no es por lo que fuisteis, sino por lo que os habéis convertido. Ceder no es malo; dar por buena la frenada de la edad, sí. Vuestro mejor momento, aquel que os llevó hasta donde estáis desde hace ya demasiado tiempo, no es este que vivís. Y lo sabéis aún viviendo a cuenta de él. Y cabreados por ello lo achacáis a la etiqueta que os pusieron cuando llegasteis, sin daros cuenta de que precisamente por eso, por la necesidad de poneros una, habíais conseguido vuestro objetivo: "¡Ey tíos, no somos como todos estos!" Y ahora que sois mayores, la etiqueta que os pusieron no os gusta y pedís realojo y consideración en la Gran Casa Común, allí donde todo es calor y nada hace castañetear los dientes, allí donde la Ciudad Paraíso es una cosa tan ecológica que ni las mismas moscas se atreven a entrar en ella. Y tampoco una gata de la calle con uñas afiladas como navajas, del tipo de aquellas que os hicieron componer vuestras mejores canciones, esas que no necesitaban nada más que cuatro cosas para funcionar como nos es debido.

La mulata gordita del edificio de enfrente vino hoy otra vez al bar. Es una cuarentona de culo enorme, casi tan grande como su boca. Todo en ella es grande, menos su estatura y la sonrisa, que lo es más. Me gusta verla. Quizá sea porque de tanto haber tratado con hombres sabe darle lo suyo a cada cual, esto es, lo mismo, pues los hombres sólo queremos una mujer que nos sonría, que vea en nosotros al héroe que alguna vez quisimos ser. Una aceptación, un sí, un vale, un me gusta, un no te temo ni me das asco, un no pasa nada, un me gusta como eres, un cógeme las tetas, aprieta, sigue y hazme llegar, cariño...Llegó su cliente, un señor mayor de otro pueblo con el que queda en mi bar, y ya no hubo más para mi.


Es de noche. No hay moscas y la gata se lame el culo en el sofá de mi salón. Pronto me iré a la cama.

No hay comentarios:

Publicar un comentario