miércoles, 24 de octubre de 2018

ESPERANDO UNA LLAMADA

Todavía algo jodido y sin embargo contento salí a la puerta del bar para fumar un cigarrillo. La sospecha sobre qué era aquello que me sentaba mal había pasado a ser certeza esta misma mañana. Pero ahora, sin recurrir a nadie, a fuerza de ensayo y error, por fin había descubierto el por qué y el como evitarlo. Y esto es algo que pone de buen humor a cualquiera.

Un tipo hablaba por teléfono. Estos últimos días ha venido al bar alguna que otra tarde. De aspecto normal pero como un tanto desubicado producía esa conocida sensación de incomodidad aún sin que abriera la boca más que para pedir un café. Evité encontrar su mirada y miré el teléfono. Poco antes había hecho un comentario acerca de Dios en una página de Internet y quería saber las reacciones que hubiera podido suscitar; nada especial, una cosa más de otro que mía, pero buscar la aprobación de los otros aún despreciándolos las más de las veces es una de las enfermedades que padezco de nacimiento. "Mejor cree en ti, que Dios vendrá después" leí el comentario de uno refiriéndose a quien había abierto el tema. Le di las gracias al leerlo.

Bueno, no estaba mal. La tarde lucía espléndida y pronto saldría del bar para dar un paseo a mi gusto con el que quitarme los rescoldos del malestar que seguro ya no volverá. La música que salía era buena y pasé adentro para darle un poco más de volumen. Al volver a salir vi que el otro estaba ahora en la acera de enfrente todavía con el teléfono en la oreja. No se iba, seguía allí dando pasos de acá para allá, como quien hace algo que no sabe qué está haciendo. Con un poco de suerte acabaría por perderse de vista y me libraría de su presencia. No me apetecía nada que pasara a mi bar. Pero al final dejó de hablar y se encaminó hacia donde yo estaba.

- No tienes gente -dijo al verme en la puerta
- Pues no -respondí sonriendo de mala gana y un tanto sorprendido de esa confianza. Era la primera vez que cruzábamos más palabras de las pertinentes y no me gustaron. Esas cosas no se dicen así, de esa manera. Uno puede llegar a entender que el otro se alegra de que no tengas gente. Y si es alguien desconocido peor. Tiré la colilla y pasamos adentro.

Le puse el café mientras él pasaba al servicio y decidí que era el momento justo para ponerme a fregar los platos. Con suerte bastaría con ese rato para que se fuera y así lo hice, pero él no. Todavía estaba allí cuando salí de la cocina. Me senté en un extremo de la barra a esperar que pasaran los últimos veinte minutos, mirando otra vez lo mismo en el móvil, Dios esto Dios lo otro, mi comentario, los insultos cruzados, otra vez mi comentario que seguía igual, tampoco esta vez había sido nada especial, seguía ahí perdido entre otros tantos, pronto olvidado hasta por mi, más insultos, más mala leche, la gente se cabrea un montón cuando no le hacen caso y también cuando se lo hacen pero no como él esperaba...Sonreí pensando en la de veces que eso me había pasado a mi.

El tipo se levantó del taburete, dejó el teléfono por un momento y preguntó qué debía. Le cobre y no sé por qué, quizá por terminar con algo parecido a como él había empezado, le pregunté qué tal, así por decir algo, como para corresponder un tanto, tampoco hace falta ser desagradable.

Y entonces me dijo que regular.

Una hija, su única hija de apenas quince meses, en el hospital. Una enfermedad rara, grave, más que probablemente mortal de necesidad. Una cosa de las enzimas que no saben qué hacer con las grasas. Están ahí pero es como si no estuvieran. Y esto, este desconocimiento celular, está provocando que su niña se muera.

- Nos dimos cuenta a partir del quinto mes. La niña estaba cada vez más débil y la llevamos al hospital. Le hicieron unas pruebas y vieron que era algo grave. Luego le hicieron algunas más y nos dijeron que era algo degenerativo, que no había solución, que no sobreviviría, que no sobrevivirá. Es un gen que llevamos tanto la madre como yo y que cuando se juntan hay un 25 % de posibilidades de que el niño salga con la enfermedad. Nosotros no lo sabíamos, ¿como podíamos haber sabido eso?... Mi mujer está deshecha, no se separa de ella. No sé qué va a pasar cuando se muera...No hacemos más que preguntarnos el por qué de todo esto...Hace unos días la pobre niña tuvo un ataque epiléptico que le duró una hora. Estaba ahí, entre convulsiones, con los ojos en blanco...Se quedó tan reventada que desde entonces ha pegado un bajón que la ha dejado sin fuerza alguna...Cada día que pasa puede ser el último, o al menos eso es lo que nos dicen. Si hubiera alguna forma, algún tratamiento, lo que fuera, aún en América o donde sea...pero no hay nada. Sólo esperar.

Recordé a otro cliente que está viviendo un caso muy parecido, aunque parece que este tiene más esperanzas.

- Pues te agradecería que pudieras ponerme en contacto con él. Creo que nos vendría bien hablar con alguien en nuestra misma situación.

Hice una llamada. Me dijeron que en cuanto dieran con él me darían su teléfono. Se lo dije y él me dio su tarjeta.

- Seguro que doy con él -le dije convencido

Nos dimos la mano

- Me llamo Kufisto
- Javier


Y se fue.


Salí a la puerta. Encendí otro cigarrillo. Coches arriba y abajo y gente caminando de la mano de sus móviles. Los árboles de la mediana dejaban caer algunas de sus hojas. Me fijé en que unos tenían menos y más amarillas que los otros. Eran justo aquellos que no tienen la sombra de los edificios de enfrente, aquellos que reciben los rayos del sol de poniente entre las calles que separan las moles de hormigón que según la hora nos cobijan a algunos y dan sombra a casi todos.

Oí llegar a Paco golpeando los tobillos de la mía con su bastón. Unos bastonazos fuertes, de amplio arco, como si todo en la vida fuera de cemento y que poco importa si alguien viene de frente.

- ¡Paco! -le grité desde lejos
- ¡Qué! -contesto de igual forma parándose
- ¿Qué tal va eso, hombre?
- ¡Mal! -respondió mirando a algún punto intermedio entre él y yo mientras se agarraba a su bastón

Sorprendido por tan inusual respuesta me acerqué a él.

- ¿Qué te pasa?
- Mi madre, que no hace más que mirarme la cartera y decirme que llevo mucho dinero
- Ya
- Estoy harto
- Bueno, es tu madre, Paco. Y eso son muchos puntos a su favor
- Ya, pero...
- Venga, vamos para el bar.


Me agarró del brazo y llegamos a la puerta. Encendimos un cigarrillo mientras esperábamos que llegara mi hermano.


- Tanto mirar, tanto mirar...
- Venga, Paco...Es tu madre que te quiere mucho y se preocupa por ti
- ¡Pero ya no soy un niño!
- No, ya eres casi un viejo que juega demasiado a lo ciegos
- ¡Pero es mi dinero! ¿Qué le importa a ella? Mi trabajo me costó
- Eso es lo que tenías que hacer, volver al kiosko a despachar cupones
- Ya, ¡miau! Con lo bien que estoy jubilao
- Jajaja...qué cabrón
- Anda, vamos para adentro y ponme una cocacola light
- La cocacola no es buena para perder peso...
- Vete a la mierda tú también, so listo, que me tenéis harto entre los unos y los otros. Tanto consejo, tanto consejo...¡Anda ya!
- Jajaja...Siempre lo he dicho: no hay mejor médico que uno mismo
- Sí
- Y si no lo eres, para eso están las mamis
- ¡Mira que te arreo!
- Jajaja...
- Y déjame el móvil para llamar a Antonio
- Mira que no quiero ser cómplice de tus desfases...
- Pues si no me lo das tú ya me lo dará otro
- En fin, cada uno es cada uno y cada dos, dos.
- Eso mismo
- Toma. Ya está llamando
- ¿Antonio? Oye, que ya estoy aquí. Vente para el bar


Mi hermano llegó y cogiendo el móvil y lo demás me fui de allí esperando la llamada que ojalá llegue cuanto antes.

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