Cerré el libro, recé y me dormí.
Desperté con el tiempo suficiente y estuve un rato con los ojos cerrados, hasta que vi la claridad necesaria. Volví a rezar lo mismo que cuando iba a dormir y me fui para el bar.
- Joder, tengo que comprarme un mono -dijo uno
- ¿Un qué? -dije
- Un mono
- ¿Un mono?
- ¡Un mono, coño, un puto mono tití, de esos pequeñitos, de esos que llevas en el hombro...!
- Ahhh...
Me acordé de la hija de Stanley Kubrick pero no se lo dije. Y tuve que servirme un whisky con cocacola zero: el extraordinario gin tonic post-comida no podía ganarle a ese puto mono ni llevando un full de ases y reyes en la mano.
Antes del mono había lavado al bar, llevado los periódicos a mi padre con la buena noticia de la caja de ayer, ido al moro para comprarle más limones, "¡que pases una feliz noche!" dijo el chaval, no llegué a decirle Feliz Navidad conformándome con un "y tú igual" que me trajo a la cabeza a Bergoglio. Abrí y puse música navideña, moderna. Llegaron algunos, pocos, y con todos estuve como quien se duerme leyendo la Biblia por primera vez en un año.
Vino mi hermano pequeño y me fui a comprar algunos retales que faltaban tras el destrozo de la noche anterior, siempre tan peligrosa. Dejé el coche cerca de donde tenía que comprar el tabaco y andando me fui para el centro a pillar las seis botellas que yo creía faltaban para completar la noche que va a venir. Cosa de poco, vodka y ponche, bebidas secundarias y cuaternarias, pero cuando un buen tipo pilla un buen juego le gusta ganar bien ganao, como esa torre a e1 de Fischer a Petrossian en aquella séptima partida de Buenos Aires.
Un grupito de muchachas estaba ante la estantería de lo que ya andaba buscando. No tendrían más de quince o dieciséis años. Y yo 43. Desde atrás, miré los estantes como si estuviera haciendo algo malo. Ellas no se decidían y yo no conseguía ver al puto Absolut por ningún lado. Fui a una de las cajas y pregunté: "hay lo que hay ahí", me dijo una una rubita no mucho mayor que las que no me dejaban ver bien. Volví. Ahí seguían. La guapa rubia de pelo liso, la jefa, estaba ofreciendo variantes a sus amigas como Geller, Nei y Krogius a Spassky en 1972. Yo estuve a punto de decirles que no bebieran, que luego los cerdos se tiran por el barranco y los dioses se esconden en Pasadena, pero me callé. Hasta que ya desesperado metí pierna y dije aquella frase naranjamecánica de mi juventud: "Perdón, señoritas..."
La rubia se echó a un lado educadamente y vi que Absolut no estaba allí.
Llamé a mi padre por si estaba donde suele estar a esas horas y no lo conseguí por cero coma. "Pero no te preocupes que volvemos a por eso" dijo no sin que después me llamara dos veces para cerciorarse de que eran esas y no otras las botellas que necesitábamos.
- Que sí, esas.
- ABSOLUT, vodka. Y ponche
- Esa
- Vale, ¿ABSOLUT, no?
- ABSOLUT
- ABSOLUT
Las cañas de la Nochebuena se fueron casi como las de los demás días y entonces llegó el del mono con un amigo. Esperé a que se fuera un grupo que ocupaba nuestro sitio de la barra y serví las verduras rehogadas y el codillo que otro de mis hermanos había ido a comprar.
Comimos. Me eché un par de vinos buenos y se me encendió el piloto automático. Para celebrarlo me puse el gintonic y empecé a interactuar y tal con los otros dos, el del mono y su amigo.
Hablamos de alcoholes, de borrachera duras y tal, de esas en las que no puedes jurar si la puerta atrancada de tu water esconde a una puta rumana muerta; de la absenta prohibida, la fuerte, la de los 70 grados al sol con todas las insolaciones previas; de las subidas del Red Bull con whisky; de la casi mortal resaca del Jaggermeister...
- Joder, tengo que comprarme un mono...
- ¿Un mono?
- Un mono
- Pero eso está prohibido, ¿no?
- ¡Qué va a estar prohibido! Yo sé donde los venden...pero no te voy a decir donde
Se fueron y llegó el aluvión.
Siempre llega.
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