sábado, 23 de mayo de 2020

PIEDRAS

El sol pareció llegar como quien tiene prisa para irse a otro lado. Un cielo azul casi ocultado por grandes y perezosos cirros lo precedía. Por debajo de ellos la habitual procesión hacia el mismo destino de todas las mañanas, aunque ahora toca llevar los capirotes sobre la boca. No importa. Antes no era así y tampoco nuestra estrella varió su marcha. Le da igual. También a nosotros, claro: nadie le canta ya canciones. Está ahí, siempre ha estado ahí, y punto. Da su luz y nosotros andamos en ella, olvidados de él y absortos en lo que nos muestra. Es como poner la tele o la radio para que hagan ruido. Muchos sólo consiguen dormir así.

Flores que nadie ha plantado exhalan susurrantes alientos de vida para algunos y malestar para otros. Pequeñas mariposas blancas revolotean errantes entre ellas. El viento que nosotros no vemos y apenas sentimos las lleva como alcohólicas hacia nuevos bares. Hormigas enfiladas cruzan los caminos ajenas a los peligros que en ellos las acechan, aunque tal vez sean menores a no hacerlo. Es el instinto. Tienen que hacerlo como harían otra cosa si tuvieran alas blancas.

Malas hierbas crecen exageradamente junto al terraplén de la autovía vallada. Entre el espacio dejado por sus alambres se retuercen formando figuras grotescas, desafiantes. El breve alquitrán detiene la conquista y más allá quedan las tierras labradas y la perpetua lucha de quienes cuidan de ellas. Después, a lo lejos, la sierra ignota, todavía azulada, siempre azul.

Árboles salvajes junto a las valladas vías del tren hacen de urinario para los caminantes y cagadero para algunos perros sin dueño. Piedras de vía, piedras que sobraron, piedras caídas en el último momento, piedras volcadas por alguien que quizá volcó la noche anterior, piedras iguales o mejores a las que están allí arriba, en su sitio, entre las vías, sujetándolo todo unas contra otras, en la vibración, en la onda correcta. Piedras.


El chico estaba hoy un poco serio, o quizá sea mejor decir que no tan alegre como antes. Pronto hará un año y ya se le va notando. En sus ojos, en su intensa mirada azul, en la inteligente fijeza que ya demuestra, se ve que va dándose cuenta de que está dejando de ser un juguete en brazos de su tío o de cualquier otro. La memoria llegará más tarde, claro, pero el instinto ya está ahí: el instinto nace cuando puedes mover tus piernas y mantenerte sobre ellas, aunque todavía sea tan complicado como para necesitar la ayuda de su tío, de uno de ellos, aún de ese que habiendo andado mil caminos sigue meando fuera del tiesto.




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