martes, 19 de mayo de 2020

BABY BLUE

Mi padre apoyando las manos sobre la cámara frigorífica que estaba junto al ventanal, esa en la que enfriábamos las jarras de cerveza. Desde allí se veía el bar de enfrente. Él miraba y callaba. El nuestro casi vacío y aquel casi lleno. Una noche cualquiera. Otra noche de aquellas. ¿Cuantos años tendría él entonces?

Ni se miraban cuando hacían la caja, qué decir de hablar. Él y su socio, su primo hermano. Mi padre cogía las cuatro perras y luego nos íbamos a casa, andando. El trayecto era corto, apenas cinco minutos. Me gustaba andar junto a mi padre después de trabajar, de vuelta a casa. Hablábamos de cualquier cosa menos del bar de enfrente y de mi tío. Entrábamos en casa y mi madre preguntaba qué tal nos había ido. "Bien" era la respuesta de siempre, como cuando iba a ver al abuelo y me preguntaba por como iba el bar. Él lo dejó antes de cumplir cincuenta años, apenas cuatro de los que yo ahora tengo.

Dormí mal y salí a pasear. La mañana era espléndida pero yo no. Una vieja con mascarilla me dijo que yo no la llevaba y poco me faltó para mandarla a la mierda. "Todavía no es obligatoria, chivata" respondí. Ya son muchos días solo y hasta yo me sorprendí de la acritud de mi voz. La verdad es que me dieron ganas de partirle la cabeza. Puta vieja estúpida.

No tenía ganas de andar más y recorté. Bajé por el centro del pueblo y vi que algunos bares empezaban a sacar las terrazas, terrazas grandes, de esas que aún partiéndolas por la mitad todavía pintan algo. Pasé junto a la casa de mi madre y poco después llegué a la mía tras comprar algo en la tienda de la mora.

Me eché en la cama y miré el reloj: todavía faltaba un buen rato hasta las diez. Habría podido estar por ahí pero ya estaba aquí. Intenté dormir y no pude. El cansancio de la mala noche seguía, pero el sol ya estaba ahí aún con la persiana bajada. Abría los ojos y veía claridad. Era de día, era el día, y no se puede dormir así. Si ya es complicado de noche qué decir de día. Me levanté y comí antes del mediodía.

Volví a la cama y unos poceros me sacaron del sueño que llegaba. No pude volver a cogerlo por más que lo intenté. Cuando se fueron a eso de las dos yo ya estaba totalmente desvelado.

Pasé la tarde viendo una serie que ya he visto. No es mala pero tampoco buena. Demasiado larga. Las cosas deberían guardar el sentido de la medida, el tempo justo, la posibilidad de una isla donde pararse en mitad de un océano. Pero sigo viéndola, reviéndola, y ya no queda mucho para acabarla. Sé como acaba pero llegaré hasta el final. Y la verdad es que la parte final es lo mejor de todo: allí, con todo lo pasado, junto a todos los ventanales y vueltas a los refugios, entre sueños, cánceres y pajas a medio hacer, al final, suena una buena canción que medio te salva.


Y no es poco.




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