lunes, 4 de diciembre de 2017

EL CASO DE LA FOTOGRAFÍA OLVIDADA

- Está negativa -ha dicho el recaudador de la tragaperras
- Estupendo -he respondido mirando el huevo duro que estaba pelando.

Otra semana sin pillar ni un euro. El tragaperrero me ha dado los tres de propina que se lleva la mujer de la limpieza no sin dejar constancia de ellos en el ticket informatizado que deja por recibo y se ha ido a seguir recaudando por ahí. O a intentarlo.

- Me voy, Dominga. Cierra -le he dicho a la mujer
- Adiós, Kufisto

"Se jodieron las zapatillas nuevas" me he dicho arrancando el coche. Llevo un par de semanas con síntomas de necesitarlas pero no tengo dinero para comprarlas. Hoy contaba con el de la máquina pero no ha podido ser. El viernes pasado por la tarde un viejo se llevó unos seiscientos euros y la dejó seca. Los tiempos en los que las tragaperras pagaban coches y carreras universitarias llegaron a su fin hace mucho. Ahora apenas alcanza para comprarse unas Nike.

Conduje hasta mi casa pensando en la ruina que tengo encima. Con calma, pero pensando en ello. No tengo dinero. La verdad es que nunca me ha interesado demasiado. Quizá por eso no lo tengo. Si no deseas algo con fuerza no llega, dicen . Y si lo deseas, tampoco. A veces me deprime la situación. Suele pasar el día después de haber bebido para escribir. Llego el bar y me pregunto si merece la pena seguir con él. ¿Qué clase de negocio es este en el que vives esclavizado para pagar la vida de otros y ya, si eso, la tuya? Luego es habitual que ese día negro salga algo mejor, como si el Titiritero se dijera: "Eh, que este está en las últimas. Vamos a darle un poco de cuerda" Y entonces te animas un tanto y por un rato olvidas que sigues con la soga al cuello, más o menos como lo has estado durante toda la vida. Que sea una línea continua o un círculo no lo sé ni me importa demasiado; lo que sí tengo cada vez más claro es que las cartas se echan al principio y que más te vale estar atento cuando comienza el juego porque después ya dará igual.

El sábado por la mañana, el día después en el que aquel viejo se llevó el dinero que tanta falta nos hace, vino un viejo amigo a tomar un café. No sé como pero acabó enseñándome una foto en su móvil de cuando jugábamos juntos al fútbol con el resto de compañeros. Calculando la edad en la que una cruel enfermedad hizo presa de uno de ellos nos dimos cuenta de que por entonces tendríamos unos 20 años. La mayoría de los que aparecíamos tan sonrientes habíamos ido al mismo colegio desde pequeños. Luego, en la adolescencia, algunos tiramos por otro lado y otros siguieron por el suyo. Y al cabo de unos años volvimos a reunirnos para montar un equipo de fútbol. Se nos dio bien, pero esto es algo que ya carece de importancia. Lo que sí me di cuenta es que viendo las conocidas caras de todos aquellos chavales que fuimos uno veía claro como le iba a ir la vida a cada uno de nosotros. Sí, a posteriori es algo que parece fácil, pero es después de que pasen las cosas cuando te das cuenta de que no podían haber pasado de otra manera, salvo imprevistos como la citada enfermedad. Y a veces, si miras bien, hasta estas son previsibles aún siendo inmerecidas.

No le dije nada a mi amigo pero todo esto lo vi en un segundo. Tanto lo suyo, como lo mío, como lo de los demás. Todo me pareció tan claro que ni me sorprendió. Estuve tentado en pedirle que me la pasara por wasap, pero al final no lo hice. No soy de fotos, nunca me gustaron. Apenas tengo memoria de todo aquello. Él me hablaba de cosas que yo había olvidado y otras que directamente no podía recordar. El pasado es para mi una cosa tan lejana que llega a parecer extraña, como si toda mi vida fuera una huida hacia delante, una escapada hacia algún sitio que siempre he sabido donde está pero no puedo alcanzar.

Apenas eran las nueve cuando he vuelto a casa. El sol todavía no podía ni con los edificios más pequeños y el frío que había dejado la larga noche helada era mayor en ese momento, como si los efectos de las cosas lograran su apogeo al irse. Cogí a la gata y la metí en el porta. Guardé su cagadero en una bolsa grande de basura, pillé una latilla de su comida, bajé por el coche y fui a la casa de mi madre para dejársela hasta después de la comida familiar de los lunes. Al llegar me di cuenta de que había olvidado la llave del cerrojo y tuve que llamar, despertándola y haciéndola bajar las escaleras.

- ¿Quien?
- Yo

Abrió y era tanto el frío que ni nos besamos. Subimos hablando de algo y ya en la cocina abrí la puerta de la jaula de la gata. Saqué el sucio cagadero de la bolsa y dejé la latilla sobre la mesa. Mi madre empezó a decirle cosas cariñosas a la gatita mientras esta comenzaba el que ya va siendo habitual reconocimiento semanal del territorio, obviando todo lo demás. Lo primero es lo primero. Por mucho que te sonrían hay que saber donde te juegas los cuartos aunque no sea la primera vez. La última siempre está más cerca de lo que uno cree. Las cosas pueden haber sido cambiadas de lugar durante tu ausencia y todo cuenta cuando todavía estás aprendiendo. Ya habrá tiempo para confiarse. Más o menos hasta que seas tú el que ponga la baraja, la casa y un fiel y tonto perrazo que guarde tu puerta a cambio de algo de cariño y un poco de alimento.

Besé a mi madre y salí a la calle. El frío era tan atroz que hasta me saludó uno que evita saludarme. El daño en la planta del pie se manifestó en la rodilla, que también es así como pasan las cosas en el cuerpo. Causa y efecto siempre están separados por una cierta distancia en el tiempo que hace al espacio. De ahí lo de ver bien y tener buena memoria.


El resto es una mera cuestión de datos, fotografías y alguna radiografía que haga de sexto sentido para los casos que siempre intuimos pero no pudimos ver.






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