No sabía qué hacer para pasar la tarde y pensé que era un buen momento para fregar los platos de la semana. Lo hice a conciencia, con satisfacción; el calor de todos estos días había podrido el agua acumulada en algunos tuppers y al removerla despertó del letargo en todo su hedor.
- Hija de puta -dije echando la cabeza para atrás- Te vas a enterar.
Media hora larga más tarde, justo en la parte del audiolibro donde el héroe descubre el trapezoedro resplandenciente, acabé de secar el último cubierto.
Limpié a conciencia los fregaderos y sus desagües pues la peste continuaba siendo perceptible pero creo que va ser cosa de las cañerías. Tengo un producto específico, lo había visto un rato antes mientras buscaba la lejía que no encontré. Tal vez se lo eche mañana si continúa igual. Quizá sólo necesite una noche de aire fresco. Yo también.
El calor en el piso era insultante. En la penumbra en la que llevo viviendo las tardes de los últimos tres meses me senté debajo del ventilador de techo del salón. Encendí un cigarrillo. Tenía las manos irritadas por el jabón. La cosa estaba poniéndose igual de fea que tantas otras veces para el curioso "buscador de lo oculto" del audiolibro.
Jugué un par de partidas de ajedrez online que perdí. La segunda fue una tortura, aguantando y aguantando desde el principio en posición inferior; sin embargo la primera la tuve ganada pero no encontré el camino en el final. Luego miro el análisis del ordenador y veo donde me he equivocado. El ajedrez siempre fue un juego cruel pero ha derivado en puro sadismo desde la irrupción de las máquinas.
Ayer leí demasiado y hoy no tenía ganas. Aunque más que eso quizá fuese que no me apetecía nada meterme en el dormitorio, el único lugar donde puedo leer en estas condiciones meteorológicas.
Recuerdo que cuando la cuarentena arrimé uno de los sillones junto al gran ventanal del salón y allí la pasé leyendo sin descanso nada más que el necesario y el dedicado al entrenamiento. Pero en la cama es otra cosa: las muñecas se cansan aunque sea un libro electrónico; de hecho las vendo antes de empezar porque sino me las jodo sin darme cuenta y luego no puedo ejercitarme con el saco ni con lo demás, así que muchos días los paso en su mayor parte como si fuera un suicida fracasado.
"¿Qué ver?" pensé, pues no tenía la cabeza para más ajedrez. Intenté hacer memoria por algo y así quedé, en el intento: no salía nada de mi disco duro. Pero Filmaffinity lo hace por ti; te echa una mano, te recuerda tus querencias, muestra las novedades y...¡novedad novedosa! ¡incluso encuentra tus almas gemelas! ¡tus almas gemelas! ¿tengo yo alma? ¿hay alguna alma gemela a mi?
Miré y encontré una ristra de películas de mierda haítas de westerns que hace décadas no veo.
"¿Estas son mis almas gemelas?"
Por un instante pensé en volver a la página de ajedrez, incluso se me pasó por la cabeza encerrarme en el dormitorio y ponerme a leer "Memorias del subsuelo"
"Conoces mis querencias, mis valoraciones, mis críticas ¿y me dices que estas son mis almas gemelas?...Dios, ¿eres Tú? ¿también aquí? ¿pero qué te he hecho? ¿qué cojones te hice?"
Tiré de memoria.
"¿Qué quiero ver?...venga, novedades, novedades...como Mocedades, Maitechu Mía, ¿recuerdas cuando eras niño y te gustaba tanto esa canción?, hubo noches en las que te quedabas en el coche de padre, oyéndola una y otra vez mientras toda la familia, padres y tíos, hermanos y primos, estaban dentro del bar. Allí estabas tú, solo, con los pestillos bajados y cantando a voz en grito con Amaia, ¡qué gran voz!, la suya claro, no la tuya, ya entonces no tenías voz para eso, bueno, ganaste tres años consecutivos el concurso de canciones de Navidad del colegio, siempre con el mismo villancico, "El Tamborilero", los demás cursos se tiraban de los pelos, aducían trato de favor hacia nosotros, tan buenos chicos, mientras que ellos (mis propios hermanos entre ellos) intentaban darle una vuelta a esas tonadas tradicionales cagándola una y otra vez, a veces perdían la cabeza, ¡hacían incluso rock de un villancico!, ¿pero como puede ser eso?, ¿como podía ser eso?, normal que ganáramos, eran unos capullos, pero luego, muy pronto, ya fuera de concurso, todo eso cambió y apenas podías creer que hubieras tomado parte de todo aquello, ¡era una vergüenza!, ¡tú cantando el Tamborilero! ¡y no sólo eso sino a voz en cuello, con todo fervor, con todo el infinito fervor de aquella edad! ¡no! había que beber, que drogarse, que ser uno de ellos, o al menos estar entre ellos, sí...ellos lo olían, percibían que no eras como ellos pero más o menos te aceptaban y como por entonces no eras un cobarde sino todo lo contrario terminaste siendo uno de ellos (para ellos) hasta que todo se jodió aquel mediodía y entonces fuiste sentenciado y apartado por Dios y su gran Poder, que nunca, jamás, sabrás para qué coño tanto cuando al final es como decir que Mulholland Drive sólo es la historia de dos lesbianas buenorras que dan para paja y ya está y ahí se quedan y que las jodan y tú cantándole de todo corazón el Tamborilero los tres últimos años de tu inocencia en lugar sagrado de su fecha señalada y saliendo de allí ves que nada nada es como parecía y que todo es otra cosa y entonces qué cojones haces sino intentar ser otra cosa a cualquier precio y por supuesto viene el tío del mazo en una nube tu nube y me das un estacazo y me dices que tú no que llevas zapatillas o que no eres guapo o que eres raro o que te se te ve en la mirada que eres un anormal como aquel cerebro de Aigor o que la vida de tu viejo ha sido demasiado buena para que la de su primogénito sea una siquiera parecida..."
Probé con varias de mi memoria, todas conocidas, después de intentarlo con una novedad estrenada apenas hace una semana cuya copia era lamentable, grabada en screener. No creo que la vea cuando esté en condiciones. No me gustaron los cinco minutos que vi.
Después de algunos intentos elegí "Gritos y susurros" de Bergman, película que me encantó la única vez que la vi hasta el extremo de considerarla una de mis diez favoritas de siempre. Pero al llegar la escena de Liv Ullman y su cornudo marido clavándose el cuchillo en el riñón la quité.
Un tanto espantado por mi falta de riego de cerebral que me hacía incapaz de pensar en nada pulsé en el buscador y ante mi aparecieron parte de las películas buscadas durante estos últimos meses, todas reconocidas una vez señaladas por la memoria de la máquina, de la buena máquina prima hermana de la del ajedrez donde juego.
Y entonces, haciendo scroll, vi una en modo pause, una titulada "Christine" Enseguida recordé que era la de esa periodista americana que se suicidó en directo y lo dejé estar: la peli era muy mala hasta donde la había visto y no tenía ningún deseo de acabarla. Pero entonces recordé que había una del mismo título que había visto durante mi adolescencia. La del coche. La de Stephen King. Y me puse a verla.
Y tanto estaba gustándome que cuando el héroe discutió con su novia en el cine para coches la paré y me puse a escribir una historia.
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