miércoles, 10 de febrero de 2021

DATOS

 El comisario Maigret, asqueado, había rechazado la directa proposición de la principal sospechosa, una mujer casada, una burguesa estéril, una elegante parisina que poco antes, al pie de un acantilado, había terminado el relato de su ninfomanía, gang bang incluido.

Miré por el ventanal y vi que estaba anocheciendo. Sorprendido, pensé en salir a pasear, en completar el abortado paseo de la tarde cuando un sol más fuerte del esperado me hizo recortar el camino apenas iniciado: había salido con la misma ropa que por la mañana y ahora me sobraban un montón de prendas. Con todo, aproveché la salida para comprar algunas cosas en el nuevo super que han abierto al lado de casa. Apenas había gente y pude hacer la compra con total tranquilidad. Ya en casa ni se me ocurrió volver a salir más ligero de equipaje. La tarde era espléndida, sí, y han sido unos cuantos los días pasados entre nubes, lluvia y un viento tan molesto como él solo pero...me puse cómodo junto al ventanal y abrí otra novela del buen Maigret.

Por tercera vez en el día eché a andar con el mismo hato. Ahora sobraban menos cosas que en la segunda pero los bolsillos de mi abrigo son grandes. Ahí se quedaron los guantes y todavía habría sitio para el gorro en según qué zonas. La bufanda resulta más complicada de tan grande como es: alguien, hace tiempo, se la dejó olvidada una noche en el bar y tras un mes de permanencia en el perchero me la quedé. Lo mismo pasó con los guantes. El abrigo es mío y el gorro también; uno me lo compró mi madre y el otro me lo pidió un cliente por Internet. Y del resto, menos las zapatillas, no ha habido probador que reflejara mi imagen en su espejo.

No es igual ver lo mismo, no...no lo es. Las mismas calles son otras cuando es su luz quien las ilumina. Entré en ellas como uno que ve un bar, abre la puerta, pasa adentro, ve lo que hay y al instante se da cuenta de que ese no es su sitio; entonces pide algo para no echarse atrás, lo bebe rápido y se va; aunque llega un momento en la vida en el que uno se queda en él hasta que algo le eche.

En el paseo de la gran avenida vi la Osa Mayor, la única que reconozco en todo el firmamento, las tres estrellas, las tres Pirámides. Hacía años de la última vez. Y lo menos veinte de la primera que me fijé en ella cuando todo este cuidado paseo era un erial.

Cogí el teléfono, activé los datos y respondí al wasap que una amiga me había enviado por la mañana. Tardó cero coma en responder.


Miré la hora. Pronto todo estaría cerrado. Entré en el primer super abierto, pillé una botella y por última vez volví a casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario