viernes, 5 de julio de 2019

LOS COCACOLOS

Nada más verlos entrar al bar, tal que una cañería que recupera la corriente de agua tras un corte en el suministro, supe que aquellos eran los famosos cocacolos de estos últimos días.

Primero llegaron dos, enseguida otros tres; se sentaron y pidieron sin esperar a nadie más. Pronto fue uniéndose al grupo más gente y al final fueron unos quince, todos hombres, jóvenes y mayores, y un par de chicos. Mujeres no había ninguna.

Gitano puro vi a uno, un tío macho de unos cincuenta y tantos años, pelazo rizado y voz ronca que tenía toda la pinta de ser un chulo de putas. Él fue el único que pidió café. Los demás, como era lo esperado, se decantaron por cocacolas, una de ellas zero.

- ¡Jefe! -voceó uno joven, un absoluto mostrenco de muñecas como mis bíceps- ¿no le puedes dar un poco más al aire?
- Está a tope -mentí desde la barra mientras preparaba la cocacoleada- Espera un poco que enseguida lo vas a sentir
- Joder qué calor

La verdad era que estaba a 24 grados aunque eso sí casi a plena potencia, más que suficiente para sentirlo pero bien, aparte que era mediodía y si cierto es que ya hacía calor en la calle todavía no era el infierno de todos los días. De todos modos no volvió a quejarse durante la media hora larga que estuvo allí.

La mayoría de ellos eran jóvenes, chavales todos con un claro sobrepeso. Los más viejos eran el gitano y dos con aspecto de payos duros, uno de ellos calvo total. Estaban mezclados, eran mercheros, tal y como yo había colegido tras las explicaciones dadas entre risas por mi hermano pequeño estos dos o tres últimos días. No había habido peligro, no habían liado ninguna, pagaban sin discutir, no remoloneaban, pero eso...que llegaban por la tarde, cogían la terraza y devoraban cocacolas como si no hubiera un mañana.

Bueno, a esas horas no hay ni Dios y el dinero no tiene nombre. Bien está.

Las cocacolas volaban. El del aire, el de las muñecas como cuatro mías, voceó que les llevara algún pincho. A todo eso mis hermanos acababan de llegar con todos los de hoy. "Ahí tienes a los cocacolos" me dijo con una sonrisa el mayor. Guardé la tortilla como oro en paño y fui sacándoles los pinchos de ayer, que devoraban casi antes de mi salida del laberinto de mesas y sillas que tenían formado.

La primera gran ronda la pagó uno de los más jóvenes con un billete de cincuenta que sacó de un fajo en el que ese era el más pequeño.

El gitano del café se pasó a la cocacola tras preguntar qué era eso que había entre la carne de la brocheta recalentada.

- Calabacín
- ¿Calaqué?
- Calabacín, tío -dijo uno- Una cosa como de verdura

Al recoger las mesas vi que la rodaja de calabacín estaba en la taza del café.

Uno de los dos chiquillos, un chavalillo rubio y con gafas, muy gracioso, se acerco en uno de esos raros intervalos de tranquilidad a pedir otra cocacola en la barra.

- Dame una cocacola
- ¿Quieres vaso o pajita? -a esas alturas yo ya había dejado por imposible el tema de ponerles vasos, no había tiempo a que se deshiciera el hielo, "¿queréis vaso?" les pregunté viendo el tema, "ná, déjalo, con este vale"
- Pajita

Le puse una y cuando ya iba a irse dijo que le pusiera otra.

- ¿Otra qué? ¿otra cocacola?
- No. Otra pajita.

Yo hacía igual cuando era como él. Y bastante peor. La verdad es que ni se les oía entre el sindiós de voces de sus mayores. Se la puse con una franca sonrisa y salió disparado hacia su sitio en el bar junto a su primo.

El gitano bramó diciendo que aquel a quien estaban a punto de velar había sido, seguía siendo, un "buen hombre"

No sé las cocacolas que puse pero sí que las cobré todas. Ni en Nochevieja he puesto tantas en menos tiempo.


Los cocacolos habían salvado mi turno. Julio acaba de empezar y ha tardado cero coma en hacerse notar. El hospital va cerrando compuertas y poco a poco sólo quedará la orquesta y yo. Agosto llegará pronto y entonces seré yo quien vaya a leer un buen libro mientras fumo bajo la sombra de un árbol del parque a la hora en la que debería de estar sirviendo cocacolas y pinchos de ayer.

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