miércoles, 29 de agosto de 2018

DOBLANDO ESQUINAS

Desperté de la siesta con una erección. Fui a comprar naranjas a la frutería de la esquina y al pagarlas ella no hizo el comentario que esperaba. No dijo nada y volví a casa. Cogí la bici y me fui al parque. Estuve leyendo en un banco apartado hasta que el sol empezó a ponerse y las sombras fueron oscureciendo el papel. Sorel acababa de pegarle dos tiros a su primera amante creyendo haberla matado. Luego, en la cárcel, se enteró de que estaba con vida y se alegró. Recogí las cosas y marché para casa mientras veía a la gente pasando ante mi.

Todavía era de día y yo apenas llevaba algo más de dos horas despierto. Estaba relajado y pensé que lo mejor sería salir a pasear antes de encerrarme por hoy. Dudé en volver a salir con la gorrilla pero al final me la llevé. El ocaso era tibio y despejado. La humedad que había recibido al día se había difuminado con sus nubes y todo parecía estar en su sitio correcto. Los viejos sacaban la basura por el barrio antiguo y un poco más allá, en la gran avenida, la gente andaba, corría, iba en bici, en patines o miraba jugar a sus hijos. El calvo de la oficina inmobiliaria se afanaba por convencer de sus planos a una pareja joven que le escuchaba con las piernas encogidas y la mano en la boca. Tuvo tiempo para mirarme de refilón mientras daba unos golpecitos en la mesa como queriendo recalcar algo. Sonreí.

Vi gente tomando el fresco en la calle y olí a chicos fumando hierba en los parquecillos; otros estaban sentados en las terrazas y hablaban; también me encontré a quien como yo sólo andaba por ahí; el último de estos era mayor que yo, llevaba la gorra del revés y olía mal; por suerte estaba cerca la esquina y no tuve necesidad de acelerar el paso.

Una pareja de ancianos caminaban delante de mi cogidos de la mano. Puede que vinieran de misa. La iglesia que hacía poco había dejado atrás todavía tenía luz cuando pasé por su puerta. El hombre andaba como si fuera en un barco y movía el brazo como algunos hacen cuando hablan. La mujer miraba de vez en cuando a la otra acera, quizá buscando alguna amistad a la que saludar.

Ya en la manzana de mi piso vi una bolsa de basura desparramada en el suelo. Creí ver algo pero no paré. A lo lejos, poco a poco, vi acercarse a una mujer con una camiseta naranja fosforescente y unos pantaloncitos negros. Ella también había salido a andar y también llevaba los auriculares puestos. Tenía la melena negra y rizada, el pecho firme y los muslos dorados y prietos. Pasamos de largo y doblé la última esquina.

En la puerta de mi bloque, un poco más allá, los trabajadores del super hablaban entre ellos después de su jornada laboral. Mientras me acercaba fui buscando la llave correcta del llavero y así entré en el rellano.


Y ya en el ascensor le di al botón, se cerró la puerta y me quité los cascos.

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