viernes, 17 de octubre de 2014
EL SALTAMONTES VALIENTE
El viejo saltamontes, grande y ya mucho más gris que verde, yacía sobre la estrecha acera mirando hacia arriba con sus grandes ojos negros, tanto como los de la moribunda mosca de aquella película.
Evité pisarlo en el último momento, en el mismo que le vi, extrañado porque no hiciera ni el amago de saltar un vulgar zapato, uno de tantos, uno que venía de hollar la tierra del cercano cementerio, sorprendentemente libre de gatos en busca de este sol que parece haber regresado a septiembre, como si no quisiera llevarnos hacia el difunto noviembre que a todos nos espera a la vuelta de la esquina de siempre, fría y oscura, vacía y silenciosa, decadente, mortecina a la espera de las luces de la Navidad, tan cálidas antes y tan asfixiantes ahora, cuando el fuego de tu alma cada vez tiene a menos dispuestos a echarle troncos para avivarlo, cuando tu hoguera sigue siendo la misma que te encontraste, ya con poca madera que quemar y a no mucho de transformarse en brasas, en cenizas, en humo y en polvo.
El viejo saltamontes, grande y ya mucho más gris que verde, había abandonado el campo a la espalda de la acera de enfrente, lleno de bichejos muertos por los primeros fríos pasados. Pero él no es tan pequeño: él necesita un poco más de tiempo frío para morir.
Y hoy, que ha salido un sol que ya habíamos enterrado, el viejo saltamontes, grande y ya mucho más gris que verde, ha decidido que era mejor irse de este mundo entre los vivos que entre los muertos.
A lo mejor ya lo está. O no. Quizá esté pensando que no todos somos tan malos como su instinto le decía, tan maximalista como todos los instintos que en el mundo han sido. Quizá, por fin, esté tranquilo y sereno, a la espera de un descuidado pisotón del que quizá se haya olvidado. Quizá su instinto ya esté muerto. Quizá ya es libre. Quizá dé gracias de todo corazón por haber dejado de necesitar montes que saltar y zapatos que evitar. Quizá, en estos últimos instantes de su vida, esté dando gracias a su dios por haberle permitido llegar hasta el otro lado de la calle para estar un ratito entre el mundo que siempre evitó.
No es tan malo.
Y yo no le he matado y me ha dado un poco de calor.
Ese pequeño y valiente saltamontes ha echado su leño en este sucedáneo de hoguera mía que ya languidecía asfixiada entre las brasas.
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Me ha gustado mucho, Kufisto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Oswald.
Un abrazo muy fuerte, Kufisto.
ResponderEliminarQue no es un abrazo de despedida, sino de saludo. Sigo por aquí.
EliminarOyes pues la sobrina de Marine Le Pen tiene "futuro"...
ResponderEliminarhttps://www.google.es/search?q=Marion-Marechal+Le+Pen&es_sm=122&biw=1280&bih=637&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ei=fA9GVOAQoeDtBpeqgOgE&ved=0CAgQ_AUoAQ
Acabo de ver una película del director francés Eric Rohmer titulada "Mi Noche con Maud" y me ha parecido muy buena. Sinopsis:
ResponderEliminar"Jean-Louis, un ingeniero católico de treinta años, descubre un día a la salida de misa a Françoise, una mujer rubia, y presiente que algún día se casará con ella, pero la pierde entre la multitud. Por otra parte, su viejo amigo Vidal, marxista convencido, lo lleva a casa de Maud, una bella divorciada."
http://www.filmaffinity.com/es/film903219.html
La recomiendo. Creo que a Doiraje le gustará mucho, en caso de que no la haya visto ya.
No, no la he visto Sergio. De Rohmer creo recordar haber visto otras películas, hace muchos años, en mi etapa precatólica. Lo recuerdo como un director interesante. Claro que entonces yo era muy distinto a como soy ahora.
EliminarPero haré caso a tu consejo, aun a riesgo de desilusión. En este mundo, un joven católico (y los no tan jóvenes también) no lo tiene nada fácil.
Por cierto, en el enlace siguiente se puede ver "Mi noche con Maud" completa:
Eliminarhttp://gloria.tv/?media=301197&language=3SsSaAhCEfb
La paso a ver. Luego te cuento, Sergio.
La acabo de ver, a pesar de que la descarga no era del todo buena.
EliminarLa verdad es que me ha gustado. Sobre todo el realismo de los personajes, la sencillez y limpieza como se muestran, cómo dialogan, cómo exponen sus limitaciones y sus esperanzas. Me siento reflejado como católico y como hombre en las contradicciones y mediocridad del ingeniero, pero también en su capacidad de amar, de decidir, de intentar.
No sé si técnicamente esta película es excelente o pobre. No me interesan esas cuestiones. Lo cierto es que su sencillez y su humilde profundidad me ha encantado. La escena en que él se acuesta castamente con Maud, después de la velada y la charla que mantuvieron, es sencillamente hermosa, entrañable. ¡Y qué difícil...!
Sí, yo sentí algo similar a ti, fue como ver algo verdadero, sin artificios. Los actores están fantásticos, los cuatro. Leí que el que hace de marxista fue creo un director de teatro que en la realidad fue marxista y del partido comunista, no sé si Jean Luis Trintignant que es el que hace de católico también era (o es, que todavía vive) católico, pero en la película me lo creo. Y las dos mujeres también fantásticas. La que hace de liberada es un poco lo que vemos en la actualidad, de aquellos barros... pero al menos ella conserva una educación y es leída e inteligente, mientras que la católica es directamente para casarse con ella. La dirección, el temple, sin estridencias... excelente.
ResponderEliminarAdemás la película me supo mejor todavía tras verla después de la típica producción de puro humo de USA, con lo cual al comparar... ¡menudo contraste!.
Un saludo, Doiraje.
Sí, todos los actores están muy bien. Trintignant es un actor que me gusta. Aunque tiene un perfil un tanto frío, pero es la frialdad entrañable del tímido, o así me parece. La verdad que de su vida nada sé. Las actrices bordan sus papeles, además son preciosas. Yo soy el ingeniero, y me enamoro de las dos, aunque yo no hubiera pasado la noche con Maud. No por el qué dirán, sino por mí.
EliminarUn abrazo, Sergio. Y gracias por hacerme descubrir esta película. Por cierto, Eric Rohmer sí que fue católico practicante hasta su muerte, si no estoy mal informado.
Sí, ambas son muy guapas. Por lo que he leído, sí, Rohmer era muy católico y conservador, a ver si veo más suyas, que es la primera que veo.
ResponderEliminarDe todas formas a ver si se pasa Oswald, que le gusta mucho este director, y nos cuenta más.
Un abrazo.
Hola, amigos.
ResponderEliminarDoiraje, como "rohmerista" acérrimo que soy me alegro de que te haya gustado Mi noche con Maud.
No dejes de ver o de volver a ver, si tienes ocasión, La rodilla de Clara, La coleccionista y El amor por la tarde. En este mundo nuestro hipersexualizado, los héroes de Rohmer (cabe calificarlos así) lo son por no caer en la tentación. De hecho Rohmer también versionó el mito de Parsifal en "Perceval le Gallois", película que también te gustará y en la que hay una representación muy sobria y sencilla de la Pasión de Cristo.
Hablábais de la belleza de las actrices de Mi noche con Maud. Una habilidad de Rohmer era que a las mujeres del montón las sacaba guapas y a las guapas lo siguiente.
Un saludo cordial.
Oswald.
Hola, Luis.
EliminarA partir de ahora lo seguiré con atención. Sí, el mito de Parsifal contado por Rohmer debe de ser de lo más sugerente.
Y lo de Rohmer y las mujeres está en correspondencia, por lo que intuyo a partir de "Mi noche con Maud", con su capacidad para generar belleza en todos. Quien de un modo u otro cultiva o vive en la verdad, en el bien o en la belleza, llena (casi podría decirse, contagia) a quien entra en contacto con él/ella de esa verdad, bondad y belleza. Rohmer era una de estas personas. Cuando se es así como director de cine, los actores dan lo mejor de sí mismos de un modo natural. Las mujeres aparecen espléndidas, más mujeres que nunca; y los hombres, hasta los tímidos o inseguros, con un poder de atracción multiplicado. Sin llegar a los prodigios de la santa de Ávila, que a su paso, dicen, florecía las plantas, quienes viven en la verdad de un modo u otro, siquiera sea parcialmente pero en profundidad, nos hacen florecer a los demás.
I
ResponderEliminarVoy a colgar un video ñoño. Como este no es un lugar para ñoñerías, mi iniciativa requiere una explicación.
Por mi profesión, por mi formación e incluso (y sobre todo) por mi biografía personal, uno está acostumbrado a tratar con lo anómalo, lo patológico, lo dañino. Resulta muy común entre los jóvenes estudiantes de medicina en el inicio de su formación comenzar a obsesionarse por la presencia de enfermedades y por la determinación compulsiva de síntomas en ellos mismos. Pareciera que la salud es lo excepcional, casi como un milagro: algo tan complejo como el cuerpo humano, que depende su funcionamiento de delicados equilibrios, debería estar enfermo como su estado más natural. Este es un miedo que los alumnos de medicina suelen superar con el tiempo (el que no lo logra abandonará antes o después la carrera). Poco a poco, a medida que se gana en seguridad y confianza, se constata e impone lo evidente: el cuerpo humano, como la mente (aún más frágil que aquél), están hechos para la vida, para la salud, para su desarrollo.
En relación al último comentario que he escrito dirigido a Luis/Oswald, la verdad nos hace florecer cuando aparece. Lo bueno de mi profesión, como la de cualquiera que se dedique a esto de cuidar de otros, está en eso de hacer florecer. No se me ocurre en psicoterapia mejor imagen que ésta para hacer referencia a eso que llamamos sanar o producir una "mejoría". En verdad, se trata de un florecimiento, de sacar aquello que estaba oculto y que al hacerlo embellece a la persona. No me quiero poner psicoanalítico ni mucho menos. Es algo mucho más profundo que hacer consciente lo inconsciente o que elaborar un conflicto afectivo. Se trata de amar.
Se dice que los psicólogos somos muy narcisistas. En la acusación hay parte de verdad, qué duda cabe; y si se es psicoanalista y argentino, la parte de verdad roza el cien por cien. Pero más allá de toda esta pequeña (o grande en algunos) vanidad humana está el hecho de la función que ejercemos cuando las cosas salen bien, que no es siempre. Muchas veces me ocurre que la lucha titánica que desarrollan mis pacientes para salir de su situación, me reconcilia conmigo mismo y con el género humano (lo mejor de mi profesión son los pacientes con diferencia). Y cuando van saliendo, cuando logran salir, la verdad, el bien, la belleza brillan de un modo sencillamente maravilloso. Humildemente maravilloso. Y entonces creo que mi vida va sirviendo para algo, aunque tenga muy pocos pacientes, aunque sólo pueda ayudar a muy pocos, aunque apenas pueda ejercer.
La función de un hombre y de una mujer en este vida es ser semilla de lo que porta. No en vano, en las universidades se encuentran los seminarios, como seminarios son los centros de formación de sacerdotes. Ser semilla y ser su sembrador son, sobre todo, funciones espirituales o inmateriales. Así, con no pocos de mis pacientes lo he sido, como con amigos del pasado, con mi mujer, con personas que conocí circunstancialmente aquí o allá, con mujeres a las que quise en silencio, y a las que supieron que las quise, a las que me quisieron... Es curioso que no habiendo tenido hijos (mi semilla biológica no tuvo rendimiento), haya sido padre o hermano mayor de unos cuantos. Cuando ante mis ojos, y con no pocos esfuerzos de todo tipo, con la lentitud de las cosas verdaderamente importantes, veo cómo mis pacientes se van convirtiendo en semilla, en sembradores, florezco yo mismo, a pesar de tantas dudas, de tanta soledad, de tantas heridas. Da igual quién ejerza esta función literalmente salvadora, función de verdad o de la verdad. El cuerpo como el alma, el ser humano por entero, a pesar de sus frágiles equilibrios, está hecho para amar.
y II
ResponderEliminarCreo que ya puedo poner el video "ñoño":
http://videos.religionenlibertad.com/video/jpuDneDpeG/Van-a-oir-lo-que-sus-hijos-piensan-de-ellas
Ayer mi padre hubiera cumplido noventa años. Mañana mi madre los ochenta y ocho. Se llevaban exactamente dos años y dos días. Más allá de todo lo que no supieron hacer bien, de todo lo que no quisieron hacer bien, de todo lo que no pudieron hacer bien, queda toda la buena semilla que supieron plantar en mí, lo mejor de mí mismo. Que Dios les perdone lo primero y premie lo segundo. Se merecen estar con Él.