jueves, 8 de marzo de 2012

LOS MEJORES AMIGOS DE ZARATUSTRA




Crucé los dedos cuando vi acercarse el coche de un viejo cornudo amargado. Sacudí algo de la ceniza del cigarrillo al pasar junto a su puerta. Seguí caminando sin mirar atrás; sabía, sin ningún género de duda, que él estaría mirándome, odiándome sin razón alguna, maldiciendo en silencio mi existencia, cagándose en mi santo padre...sí, todavía está vivo, viejo triste, sigue vivo y ha tenido una vida muchísimo más feliz que la tuya, siempre fue más valiente que tú, bueno, no más valiente, la cosa es más simple: él seguirá siendo un valiente y tú un cobarde, él no odia a nadie y tú a muchos, él morirá al igual que tú, pero será acogido con agrado por la misma tierra que a ti te apartará como ajo cocido.

Y nunca su mujer tuvo que buscar azúcar ajeno para que le endulzaran el tazón, mientras la tuya, ya ves, ahí sigue, bastante menos ajada que tú y todavía lo suficientemente cachonda como para seguir cambiando tus escasos y blancos pelos por hermosos cuernos con aroma de hospital. No te quejes, las mujeres son buenas a su manera. Seguro que lo hace por tu bien.

A un par de caladas de distancia vi como el coche de los muertos paraba ante el paso de cebra, ahí seguía cuando pasé por detrás, nadie le cedía el paso, nadie pasaba delante de él, volví a cruzar los dedos y eché un vistazo al interior: iba ocupado, quizá estuviera aún vacía, detrás lo seguía un coche de auto-escuela, miré a la pardilla cuarentona que iba al volante viendo a la única que jamás suspendió examen alguno por difícil que pareciera, tanto que ahora que somos tan listos y avanzados sabemos que todos los aprobará con la gorra. Y con buena nota. Síguela y aprende, Maruja, tal vez así te ahorres unas cuantas clases. Cada vez hay más que se ahorran el resto. Sobretodo cuando sólo hay un carril y ya no te entra la marcha atrás, aunque si la tuvieras como antes poco importaría: la fila es interminable. ¿Para cuando los coches saltarines, einsteins?.

Dejé el libro casi eterno de mi hermano pequeño sobre el mostrador de la oronda bibliotecaria, "puede que el año próximo le saque otro, cuando cumpla la sanción, al menos lo ha leído", sonrió y creí ver algo de color en sus mejillas, me quedé un rato ahí, mirándola, extrañamente tenía ganas de hablar con alguien, pero al igual que en los monumentos funerarios de Dios, ese nunca fue lugar para eso, para hablar ya están los bares y sus sacerdotes que viven en las botellas de colores.

Entré al super del barrio y salí al tercer paso: el cenizo del encargado estaba en la caja, cobrando a tres o cuatro viejas con sus carritos y sus tacatás. Es un gris cincuentón hijo de una leyendita futbolística que ahora yace en un asilo de pago, entre pañales y papillas, a lo mejor el coche del paso de cebra le hace un favor y se pasa a recogerlo esta tarde. O esta noche, cuando alguien le ceda el paso.


Tanto dedo cruzado puede resultar contraproducente, no vayamos a joderla ahora que los riñones están recuperándose: una puerta cerrada lo es para todo.


Así que hoy comeré con el pan que sobró ayer.

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