miércoles, 8 de noviembre de 2023

EXTRAÑA MAÑANA

La bien iluminada oficina bancaria permanecía cerrada al público a las 8:31 de la fría mañana. Miré a un lado de la puerta automática y vi un cartelito con el horario: "hora de apertura de lunes a viernes (invierno) 09:00" El horario era el mismo para el de "verano", al menos en lo referido a la apertura de puertas. El otoño y la primavera (los verdaderos afectados por el cambio de hora) parecían no existir para el "ordeno y mando" 

Con media hora por delante no tardé mucho en decidir que lo mejor sería pasar el rato en la cercana biblioteca municipal. Al menos allí estaría calentito. 

Cuando llegué la puerta estaba abierta pero dentro era como si estuviese cerrado. Cierto es que todo estaba tan iluminado como en el banco pero la sensación era esa. Miré el cartelito con el horario y todavía faltaban veintitantos minutos, pero la puerta interior también estaba abierta y pasé.

Nada más entrar me topé con uno que supuse era un trabajador, un hombre joven, serio, agraciado, alto, barbado y de media melena, con gabardina y bufanda, que desprendía cierta aura de intelectualidad. Nos saludamos y no viendo más impedimento me encaminé hacia la sala de lectura, tan visitada por mi en otro tiempo. 

No había nadie, ni las bibliotecarias. Curioseé sin mucho entusiasmo por algunas estanterías de libros de carácter generalista: filosofía, sociología, educación, cómics...había hasta un pequeño reservado "violeta" para material feminista. De todas formas la calefacción estaba a buena marcha y poco más se podía pedir.

Donde más fijé la atención fue en la bien nutrida videoteca, acristalada y cerrada con llave. Y como no, busqué "Mulholland Drive" No la encontré, pero pensé que de haber dado con ella quizá hubiese intentado forzar la cerradura para llevármela sine die. Romper el cristal con un buen codazo quizá llamara la atención, aunque no estoy seguro. Lo que sí tenía claro es que de haber entrado con un saco habría podido llevarme todos los libros que hubiese querido. Los libros no tienen vigilancia alguna. Lo tengo más que comprobado. Faltaban cinco minutos para las nueve cuando salí. En todo ese tiempo no di con persona alguna.

En la entrada al banco coincidí con un buen amigo, un señor mayor, ya jubilado, que dedicó toda su vida laboral a la banca hasta llegar a ser director durante muchos años de esa misma sucursal. Nos saludamos haciendo las preguntas de rigor tras dos meses sin vernos y me dijo de ir a tomar algo en cuanto acabara la gestión.

- ¿Vas a tardar mucho? -le pregunté.
- No, sólo un momento -respondió.

Y tanto fue así que aún estaba acabando yo de hacer el ingreso en el cajero automático del interior cuando él ya salía con unos papeles en la mano. 

Fuimos al pequeño bar de la esquina. Conocía al dueño, un cliente que lo fue del mío. Se sorprendió al verme pero tuvo la delicadeza de no preguntar, aunque también es verdad que andaba algo atareado con los desayunos. La barra estaba a medio ocupar y pedimos un par de infusiones. A un lado estaba el director de la sucursal con dos clientes, nos saludamos sin más y mi amigo y yo retomamos la conversación. Me preguntó por lo que estaba haciendo, le dije que nada y que tampoco tenía intención de hacer mucho más mientras aguantaran los ahorros.

- ¿Te ha quedado paro? -preguntó.
- No -dije yo- Al ser un cierre sin causa económica no tengo derecho a él.
- ¿Y qué tal estás? ¿bien? ¿qué haces?
- Nada. Salgo a pasear por el campo, hago ejercicio en casa, veo películas (casi que una película), leo libros...
- ¿No te vas unos días por ahí?
- No, no...

Mientras hablábamos puse atención en la puerta de entrada, casi cubierta en la totalidad del cristal superior por diferentes cartelitos: horario, "servicios sólo para clientes" (buena idea), promociones...Nosotros nunca pusimos ningún cartel en la puerta de nuestro bar. Mi amigo pidió la cuenta y el dueño nos dijo que estábamos invitados por el director de la sucursal. Agradecidos nos despedimos y salimos a la calle peatonal, la principal arteria comercial de la ciudad.

Encendimos un cigarrillo y con tranquilidad echamos a andar calle abajo, hacia la plaza, allí donde algunos de sus hijos manejan una oficina inmobiliaria. El ajetreo de la mañana me alteró un tanto. Casi lo había olvidado. Han pasado dos meses y ni un sólo día lo he echado de menos. 

Apuramos los cigarrillos junto al semáforo.

- Tengo que dejar de fumar, Kufisto -me dijo muy poco convencido- No sabes lo que me cuesta ya sólo andar.

Allí nos despedimos. Un tanto aturdido atravesé la plaza de vuelta a casa, sorprendido de estar entre la gente. Ya en el piso me cambié y le di al saco. 


Todo volvía a estar en su lugar.

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