domingo, 28 de noviembre de 2021

DILO OTRA VEZ



 Hace como veinticinco años, en el viejo bar, solía jactarme de memorioso, las más de las veces ante mi mismo.

- Si me pusieran delante -decía- la foto del careto de cualquiera de los que hoy he atendido en la terraza sabría decir qué ha tomado - Incluso en noches de fin de semana cuando, fácil, podrían contarse por doscientos -

Utilizaba la libreta de la comanda más por no mirar a los ojos de la gente que otra cosa. Muchos se incomodaban y dudaban todavía más. Era algo estratégico para no perder un tiempo que no sobraba. Por entonces fue cuando empecé a interesarme por el ajedrez, en el 95, lo recuerdo, cuando el match Kasparov-Anand. Poco después mi padre cayó enfermo por primera vez y durante su recuperación (dos o tres meses) fui abducido por la leyenda de aquel viejo bar ahogado en deudas pero de glorioso pasado que tan bien conocía de oídas. Y yo, que aún pensaba que aquello seguía siendo un juego previo a mi salto hacia alguna parte, poco a poco fui cayendo en la red hasta quedar atrapado en el orgullo familiar. Lo que pasó después, una vez que salimos a flote, ya no importa. Al menos a mi, que fui protagonista. 

Tampoco es algo tan misterioso. Un bar es un bar, no la defensa siciliana. Hay un amplio margen de opciones pero las sutilezas no son tantas ni tan decisivas. Una caña sin espuma, un tomate restregado en lugar de cortado en láminas, un café con la leche hirviendo y otro del tiempo, un Larios con sólo un cubito de hielo, una tapa de Cabrales con un chorrito de whisky son matices de brocha gorda: el cubito puede estar aguado y quedarse corto, el chorrito ser un poco largo, la leche demasiado caliente o fría y la cerveza de barril nunca saldrá sin espuma alguna. Pero se entiende, hay un cierto margen. En el ajedrez no. El ajedrez es cuadriculado. Hay lo que ves pero...¿ves lo suficiente como para seguir jugando?

El otro día un cliente me llamó para pagar su consumición. Yo estaba en la cocina preparando el guiso del mediodía y con las prisas salí con media cebolla en la mano que dejé sobre el lavavajillas. Cobré, le puse su vaso de sifón y regresé a la cocina. "¿Y la cebolla?" Salí a la barra y no la veía. "¿Y la puta cebolla?" dije en voz alta; "la tienes ahí, Kufisto -dijo el cliente- en el lavavajillas"

En un bar, en un bar pequeño, todos los días son parecidos. Tienes tu pequeña clientela de diario y la aún más pequeña flotante. El sábado cambia y algunos de los habituales no vienen pero sin embargo aumenta en mucho el número de la otra parte hasta llegar a doblar o incluso triplicar la caja. Es como haber salido igualado de la archiconocida apertura para alcanzar el medio juego con ligera ventaja. Y si tu olfato táctico está en forma y no has bebido la noche anterior quizá puedas apretar la posición.

No hay día más extraño que el domingo. En él todo es distinto y lo mismo a la vez. Prácticamente desaparecen todos los clientes que nos mantienen y sólo se hacen presentes los de fin de semana. Es el final de la partida, el remate previo al día de descanso que precederá al inicio de la siguiente. Y como de costumbre la posición está igualadísima. 

Son las dos y media de un domingo cualquiera y en la barra queda su delantera habitual. Ordenados de izquierda a derecha están mi amigo el camello, uno de mis hermanos y un poco más allá dos divorciados y un viejo solterón. Mi amigo el camello está viendo el fútbol en el móvil apoyado en un servilletero mientras alterna con mi hermano; los otros tres, entre bromas, hablan fuerte del fútbol de ayer. A veces se comunican y la conversación llega a un punto que sólo la edad, la vieja amistad y la experiencia en los finales ganados y luego perdidos dejan la cosa en una posición tablífera. El viejo se va, también los penúltimos del salón, siempre tan simpáticos, y salgo a recoger su mesa. Una pareja está mirando la televisión. Tengo puesto en mute el match por el título mundial entre Carlsen y Neponiamchitchi. Ella lo ve todo claro mientras barro. Él no tanto. Mi hermano se va y los divorciados también. Hoy no han tenido suerte. No ha habido invitación de la casa.

- Me voy a chispar, Kufisto - dice mi amigo el camello - ¿Te queda guiso? -
- Sí-
- Pues ya está -

Me habla de la necesidad de chisparse una vez por semana, cosa con la que estoy de acuerdo.

- El problema sería no poder hacerlo -digo. Y me da la razón-

Le llaman al teléfono. "Vengo ahora" Se va sin pagar. Vuelve. "Ponme de comer, Kufisto"

Come mientras recojo. 

- Un café, Kufisto. Y un whisky - Un Glenlivet de 12 años sin hielo -

Abro un tercio, me siento y charlamos. Hablamos del tabaco que fumo, uno a granel que me pasa un colega. Se lo comento un poco y se rula un pito. Salimos para afuera a fumar.

- Hace frío -digo-
- Sí. Y más que va a hacer en cuanto se vaya el sol -responde-
- Y todavía queda un mes de bajada -
- Vaya -
- ¿Sabes que lo del nacimiento de Jesucristo es por eso? -
- ¿Por qué? -
- Porque el sol permanece estable del 22 al 24. Y sólo a partir del 25 vuelve a ir para arriba- 
- Me cago en Dios -
- Sí, viene de antes, es una cosa muy antigua, de los babilónicos y todo eso...Voy a mandarte un vídeo donde lo explican -
- Me cago en Dios, sí, mándamelo -

Lo busco y se lo envío.


Pasamos adentro. Pide otro whisky de lo mismo. Mi hermano está a punto de llegar para el relevo. Quito el mundial de ajedrez del televisor. Hablamos de whiskys. Me cuenta de uno excepcional, el mejor que he probado en mi vida (y tengo en el bar) que está a muy buen precio en un mayorista del pueblo. Tomo nota y le digo que mañana iré por una botella a modo de homenaje por Navidad.

- ¿Quieres tú una? -le digo-
- No, pero si tiene "Old Parr" me lo dices. Es imposible encontrarlo -
- Tranquilo que me acuerdo -


Supongo que la tercera partida también habrá sido tablas. O al menos eso parecía cuando dejé de mirarla.


Me voy al chino a pillar otra de Johnnie.





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