domingo, 8 de diciembre de 2019

DÍA AGRIO

La reconocí nada más verla entrar al bar. La barra estaba ocupada y sólo quedaba sitio en el extremo donde yo me siento mientras espero. Ella vino y la saludé mirándola como si la conociera. A ella le costó un poco más.

Había sido una mañana extraña. Amaneció con el cielo en el suelo, como siempre lo hace cuando llega la Navidad. Las farolas del camino lo iluminaban formando diáfanos trapecios con su luz. La noche todavía tenía que ser cerrada en su final pero no tanto como la de hoy. Cuando el cielo cae en el suelo parece como si uno andara a tientas bajo el agua.

Todo lo preparé tal y como lo había pensando poco antes de dormirme. No hubo sorpresas, no hubo problemas. Todo estaba listo y en su lugar aún antes de la hora prevista. Tuve tiempo para sentarme un rato en el extremo de la barra en la que espero.

Luego vino la gente, no tanta como había esperado, y sobró la mitad de mi trabajo.

El cielo se había levantado cuando volví a mirar la calle ya desde mi rincón de la limpia barra. El día seguía siendo igual de gris sólo que se veía con más claridad. Los últimos clientes de la mañana estaban a punto de irse y los primeros de la tarde prontos a llegar por sus tranquilos cafés y copas de domingo. Pensé en beber algo pero no lo hice. Había tiempo de sobra y este sí hay que medirlo muy bien.

Fueron dos las cuadrillas que entraron al bar según el signo previsto. Ahora no recuerdo cual llegó antes, aunque estoy casi seguro que fue la de ese chico, la que se sentó en las mesas, la de ese con el que jugué al ajedrez en el viejo bar por mediación de su padre cuando él todavía era un niño, hace ya muchos años también para él. Ahora bebe gintonics premium entre chicos y chicas de su edad que parecen estar muy seguros de como debería girar la Tierra en una tarde de domingo.


- No te había reconocido...-dijo ella, tan tímida y nerviosa como antes, un poco después- Creí que había cambiado de dueño el bar-
- No -respondí sonriendo- Estoy todavía más delgado y un poco más calvo, pero bien-

Según ella habían pasado dos años desde que se fue. Yo hubiera jurado cuatro por lo menos, puede que seis.

Ahora estaba mejor, dijo. Y ajustándose las gafas en los ajados ojos empezó a contarme su triste vida durante estos dos buenos años.

La dejé hablar y al oírla, como a veces pasa con alguna gente en mi rincón de la barra, vi que le hacían falta algunas buenas preguntas para animarla a alcanzar la siguiente farola sin temor a que nadie desde la otra acera la mirara como si lo hiciera pisando huevos de esturión.


La cuadrilla de la barra pidió más bebidas y ella se fue dándome un rápido beso cuando vio que entraba a la cocina para partir limones.




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