sábado, 14 de diciembre de 2019

BERGMAN

Iban de comida de empresa y casi todas estaban estupendas. Los cuatro tíos tocaban a 3 por cabeza, aunque las matemáticas tengan poco sentido en esto. Yo diría que uno de ellos (el único conocido, uno de mi edad con quien tuve una leve amistad de pequeños) se las podría follar a todas, dos a unas cuantas y el otro a ninguna. Trabajadores del hospital, casi todos cuarentones, simples enfermeros, no pararon de hablar durante el rato que estuvieron en el bar, sobretodo ellas que incluso reían. El plan, oí, era ir al restaurante y después al karaoke. No pude menos que sonreírme cuando me di la vuelta en busca del pincho de la última en llegar, la más vieja de todas: no sé qué vio en mis ojos pero pidió la cerveza como si estuviésemos solos en un ascensor. Me acordé del Joker.

Se fueron sin acordarse de despedirse, recogí sus restos y un rato después ya estaba en casa sin más idea en la cabeza que ver otra de Bergman.

La noche anterior (pues fuera del trabajo todo es casa y noche en estos meses fríos), no recuerdo por qué, puse una de Bergman. Por fin he conseguido abrasar al Joker y la Novena Puerta...¡Ah, sí! Me acordé de un telefilme de un asesino en serie pero al cabo de casi una hora lo quité de puro aburrimiento, asco y depresión. Creo que de allí salió el enlace a Bergman.

En la peli, una joven enfermera se hacía cargo de una madura actriz que había entrado en estado de shock tras una representación de Electra. La jefa (una tía muy parecida a la del ascensor) le encarga su cuidado en una casa de campo de su propiedad. Y allí transcurre toda la historia. La guapa enfermera habla sin para y la actriz escucha sin decir nada. Bibi Andersson cuenta su vida y orgías y al final se enfada por la terquedad en no hablar de la otra y casi le tira un cazo de agua hirviendo. Ahí fue cuando la otra habló.

La de ayer era de otra actriz, la primera musa de Bergman, la de Monika, Harriet Andersson, la primera película que vi después del Séptimo Sello. Hacía de golfa y lo hacía estupendamente, lo recuerdo bien. Quizá por esto la dejé y no busqué más enlaces hacia pelis que tuvieran a Bibi dentro.

En esta volvía a estar bien, extraordinaria. Era una esquizofrénica que se había casado con uno de los médicos a su cargo, Max von Sydow en el papel de hombre bueno y enamorado. Con todo, me fui a la cama pensando en el rostro de Bibi Andersson.

Desperté con la imagen de mi ex chupándome la polla hasta el final, hasta enseñarme la lengua con mi esperma en ella. Luego se lo tragó como si no le importara, al igual que la mamada. No le oí decir ni una palabra durante todo el proceso. Había otra tía ahí, a mi lado, la cabeza sobre mi pecho, mirando, que mientras tanto decía cosas que no recuerdo.

Ya en el bar, a eso de las siete y media, no paré de preparar las cosas hasta más allá del mediodía. Luego hubo mucho menos de lo esperado. Y al final, cuando estaba a punto de recoger los aperitivos, llegaron cuatro, se pusieron en mi rincón y empezaron a beber cerveza.

Eran andaluces, currantes, albañiles y encofradores como luego supe. Me tostaron la cabeza, me la tostaron de veras...


Yo podría haber estudiado algo, nada más que yo me lo impidió. Hubiera podido ir a la universidad y vivir mis años de juventud rodeado de jóvenes en lugar de los viejos del viejo bar. Habría estado entre ellos, en una ciudad, en una gran ciudad donde nadie conoce a nadie, y habría ido a fiestas, conocido muchas chicas y estudiado algo de lo mío para ir sacándolo. Parecido a como hizo mi ex. No sé como aguantó tanto conmigo. No me extraña que no quisiera saber nada de mi después de romper. Supongo que pensó que hizo la gilipollas por quererme tanto durante todo ese tiempo. No la culpo por ello. Creo que pensará que perdió el mejor de su tiempo conmigo. Después de todo lo pasado espero que esté bien, la verdad.

Pero no. Una mañana desperté y sin siquiera ceñirme un riñón viendo al sol salir tras oscuras montañas le dije a mi madre que no estudiaba más. Y no estudié más. Perreé durante algún tiempo y luego al viejo bar, a la todavía taberna fantástica. Aquello sólo era circunstancial, bien lo sentía. Pero no, me equivocaba. Para cuando llegué al nuevo y joven bar de mis hermanos pequeños yo ya era casi viejo para él. La mejor parte de mi juventud la había pasado entre las legendarias ruinas del viejo bar.

Luego...trabajadores gritones como yo, borrachos cuando los demás descansan, consumidores, cerradores de garitos y buenos tíos hasta que llega la mirada extraña.


No sé lo que es una cena de empresa. Lo más cerca que estuve fue en mi primera juventud, cuando trabajar los veranos en el viejo bar era poco menos que un juego. Llegaba la feria del pueblo, el día grande, el de la orquesta en la plaza, y cuando al amanecer acababa con su repertorio nos salíamos a la terraza ya con todo recogido y cenábamos. O desayunábamos. Aquello era pantagruélico. Después nos íbamos a otro bar de siempre para tomar café "y una copita de mistela" Era la tradición. Y casi borracho pero orgulloso por el trabajo bien hecho, y en compañía de tu padre, volvías a su casa para dormir en la habitación compartida con uno de tus muchos hermanos.


Mi padre nunca me dijo nada, ni cuando en una de esas cenas de verano, una de las noches normales, solos los dos, yo apenas con quince años, le confesé a trago de relajado cubalibre que de vez en cuando fumaba canutos. Y en verdad los fumaba a diario. Pero él no dijo nada, aunque sí vi un cierto rictus de dolor y decepción al mirarle de reojo. Él me conocía mejor que nadie y nunca supo como tratarme.




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