martes, 5 de noviembre de 2019

LA CANCIÓN SIGUE IGUAL

Hasta donde yo sé eran tres las familias que vivían en una misma casa. Una era la del abuelo, otra la de su hermano y la restante la de una mujer que aún hoy no tengo claro quien era. El caso fue que los hijos de las tres familias se criaron juntos en aquella casa hasta que poco a poco todos, con la única excepción de mi padre, se fueron para Madrid.

Yo recuerdo verlos de pequeño cuando venían al pueblo. De hecho todavía estaba aquí el último en irse, un joven por entonces que se preparaba para ser arquitecto y que había sido mi padrino. De vez en cuando iba a su casa (ya habían dividido las tres partes) para darle un mandado a mi tía y mientras tanto me entretenía curioseando en su pequeña habitación que daba a la calle, toda llena de extraños dibujos pegados a las paredes, montones de libros y algunos discos de un tío que se llamaba Wagner. "¡No toques nada!" gruñía mi nerviosa tía cuando absorto me sorprendía allí. Sí, ahora lo recuerdo mejor: no es que él viviera todavía allí sino que vendría de la Universidad los fines de semana, sí...Era así. A veces lo pillaba en sus horas de estudio, que eran todas, y yo me daba cuenta de que no le hacía ninguna gracia que estuviéramos por ahí, molestando. Respondía de mala gana a nuestra curiosidad, sin levantar la vista, todo concentrado en lo suyo. Pronto nos largábamos para seguir corriendo por la calles y en la placita de la iglesia del barrio. La verdad es que sólo lo recuerdo así de joven, volcado en su mesa, silencioso y serio. Era el tío más raro que yo había conocido hasta ese momento.

Luego estaban las mujeres, unas tías que no hacían más que besarnos y toquetearnos, siempre riendo y jodiendo. Yo odiaba todo aquello. "¡Qué serio eres Kufistín", "anda, échate una sonrisa" Qué agobio más grande por Dios. Era el mayor de todos los mocosos, y bien que me lo recordaban los viejos, especialmente el abuelo, yo creo que llegó a conjurarme o algo (mi padre pasaba del tema) con todo ese rollo de la responsabilidad y tal, joder...Pero poco recorrido hacían conmigo, desde luego: no es que fuera un rebelde pero siempre hacía lo que me salía de los huevos, cosa que estando todos los primos juntos (primas incluidas, el acabose)  solía ser ir a mi aire y permanecer solo en un rincón leyendo algún tebeo o novela gráfica de Julio Verne y cosas así. Al final fuimos creciendo y cada cual siguió su camino, es decir, el habitual: todos en Madrid menos nosotros.

Ya con todos más o menos crecidos solíamos juntarnos en el día de Todos los Santos, aunque decir juntarse sea decir demasiado. Venían por el bar con sus padres y mientras ellos se saludaban, abrazaban y besaban con grandes voces y alegría nosotros, los primos, nos quedábamos como si fuera la fiesta de cumpleaños de algún gilipollas. Entonces casi era una bendición estar trabajando, así tenías una buena excusa para quitarte pronto de en medio. Después de todo la visita no se alargaba mucho. El asunto era ir al bar después de la visita al cementerio, beber y comer como bestias y salir pitando para Madrid antes que se hiciera de noche. En ocasiones, ya mayorcitos, nos largaban o nos largábamos del bar para irnos todos juntos a tomar algo por ahí mientras ellos, ya con el bar tranquilo, tomaban el café y las copas. Y entre copazo y copazo íbamos soltándonos pero pronto llamaban para que regresáramos. Y hasta el año próximo. Y a los diez minutos ya no recordabas a ninguno.

Hace tiempo que mis tíos ya no vienen ni ese día. Unos porque están muy enfermos, otros porque ya no pueden con su alma y alguno porque quizá tenga hasta vergüenza de aparecer por aquí. Pero siempre hay alguien que viene, en este último día fue una de aquellas tías besuconas que tanto me jodían cuando yo era chico.

Está muy vieja. Llegó al bar con sus dos sobrinos y los dos hijos de...¿mi prima segunda? bueno, lo que sea, una chica que fue obesa en su infancia y luego adelgazó hasta parecer otra, y se lió con un malote de fuera que la crujía a hostias y ahora esta casada con otro que es el padre de sus hijos, o quizá sea el mismo, no sé, de verdad que no lo sé.

Bueno, era la una del mediodía y yo estaba solo en el bar. Poco a poco empezaba a llegar la gente y en fin, lo de siempre, había que moverse. Di algunos besos, sonreí con la mejor de mis sonrisas y contesté lo mejor que pude a su batería de preguntas mientras atendía aquí y allá, tanto que como tantas otras veces en mi vida hubo un momento en el que pensé si no se daban cuenta de lo que estaban haciendo.

Estaba tirando cañas, respondiendo a alguna cuestión sobre mi segundo hermano, dejando algo de espacio para preguntar qué querían a quienes seguían llegando, cuando reparé en que uno de mis dos...¿sobrinos segundos, terceros?, el más pequeño, un chaval de unos nueve años, no hacía más que aporrear su móvil sobre la barra, tan ajeno a todo como su hermano, tres o cuatro mayor que tampoco levantaba la mirada de su teléfono, aunque de otra manera, quizá viendo porno o algún chat porno. El tema es que el pequeño hacía ruido como de batería golpeada.

Era una aplicación o lo que sea en la que juegas a tocar la batería. Y el chico sonaba bien.

- ¿Qué haces? -le pregunté en un respiro-
- Tocar la batería -respondió sin dejar de tocar la batería-
- Está en una escuela de percusión -dijo la madre- Le encanta
- ¿Qué te gusta? ¿cuales son tus bandas? -pregunté al chico-
- System of a Down...-dijo levantando distraído la mirada, ya sin tocar, como quien habla a otra pared-
- Ahhh, sí...-dije yo- Mira, te voy a enseñar una cosa.

Cogí mi teléfono al vuelo, busqué la canción en Google y se la puse.

- Échale un vistazo -Y allí se la dejé-

Sólo eran dos minutos y medio, sí, pero la escuchó entera sin levantar la mirada. No había nada que ver, allí no había más que la portada del disco, pero yo sabía que le iba a gustar.

- ¿Qué te ha parecido? -le pregunté cuando oí acabar la canción-
- Es bueno -respondió-
- Venga, vamos -dijo su madre nerviosa-, que llegamos tarde.

Tenían comida en el restaurante de un pueblo cercano, uno de un amigo de mi tía segunda, la vieja besucona.

El viejo bar hace mucho años que dejó de existir y el nuevo seguirá siendo por siempre algo extraño y demasiado moderno.

- Dame un beso, Kufistín.

Se los di.


- ¿Como se llama el batería? -preguntó el chaval mientras su madre le ponía el abrigo-


Esa noche, al apagar la luz, me acordé del chaval y su canción.


Ojalá lo consigas.




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