jueves, 7 de noviembre de 2019

JOLGORIOS

Es portero de iglesia. Lleva años por aquí, no sé cuantos. Moreno, delgado, de cabeza pequeña y gran boca casi siempre desplegada en una servil sonrisa que a pocos engañará, acento como portugués, va por ahí en la bici con sus cuatro pertenencias cuando no son horas de misa. Muchas veces le vi al pasar cerca de la puerta de una de las iglesias del pueblo. Él estaba ahí con otro, un rumano según supe cuando se murió, un chaval que no pudo ser ni albañil de un amigo mío de lo borracho que era. En una de esas se quedó. El portugués recibía solícito a la feligresía compuesta de ancianas en su inmensa mayoría y se apresuraba a abrirles la puerta. Había quien le daba algo. Yo creo que tenía al rumano de comodín lastimero. Este solía estar sentado junto al muro de la iglesia, borracho hasta casi la inconsciencia y puede que también cagado por las numerosas palomas que habían hecho suya la fachada principal. Algún tiempo después pusieron como pinchos metálicos en los alféizares ocupados, lo cual le daba un aspecto particularmente siniestro a otro de los apartamentos de Dios, pero seguían buscándose las mañas. La hermosa fuente que había delante tuvo que cerrarse ante un brote de no sé qué bacteria palomínica. Ahora es como una especie de gran macetero que los chicos usan para practicar el skate.

El portugués viene muy poco a nuestro bar. No hay muchos para él en el pueblo y desde luego este no es uno de ellos. Pero cuando lo hace sabe cuales son las condiciones sin necesidad de hacérselas saber: pide, bebe rápido y se va. Es listo, eso lo ve cualquiera que viva sobre la tierra.

Noviembre es el peor mes para el negocio. La Navidad está a la vuelta de la esquina, el primer frío empieza a recoger en sus casas a la gente sobrante y la eterna canción del sol va transformándose en algo parecido al punk. Noviembre es el mes de aquellos a los que de verdad le gustan los bares. Y este año ha sido algo automático, aunque supongo que los demás también lo fueron: mueren los santos y casi todo el mundo desaparece.

Ayer murió alguien que debía conocer y no pude recordar. Por más que mi hermano pequeño se empeñó en hacerlo no conseguí dar con la clave. Era un tipo que venía mucho por el bar, uno mayor que yo, uno que tenía una mujer que trabajaba en el hospital, uno que bebía cocacola zero, uno que se llamaba...Nada, no podía acordarme de él.

- ¡Sí, hombre! -exclamó mi hermano casi desesperado- Joder...uno que venía mucho cuando tú estabas de noche y yo venía a ayudarte...¿De verdad que no te acuerdas de él?
- No

Mi hermano insistió cuando hoy trajo de casa de madre algunas tapas para el mediodía. Es muy pesado, mucho. Y empezó otra vez.

Yo andaba preparando el sofrito de un arroz que debía estar dispuesto para las dos y cuarto. Y mi hermano pequeño venga y venga mientras colocaba lo traído; que si tal, que si cual, que si esto y que si lo otro. "Joder, me cago en la puta" pensé. Es muy sensible. Y fuerte. No es buena idea mandarlo a tomar por culo.

- No sé, no sé...-dije yo casi a punto de estallar-
- Sí, joder...¡que tenía un hermano que vende cupones!

Y entonces se hizo la luz.

Ya. Sí. Ahora sabía quien era el muerto. Todos los datos proporcionados eran correctos, pero sólo este último, también repetido aunque con mi ayuda, fue el que dio la clave.

Si ha muerto con 57 (como afirmaba la esquela que miré en Internet) quiere decir que cuando lo conocí debía andar cerca de los cincuenta. No bebía alcohol y su  simpática mujer tenía un clarísimo empujón. En su alocada juventud había gustado del hard rock (como la mujer) y a veces hablábamos de ello. Entonces ponía Deep Purple, Led Zeppelin, Rainbow, Barón...todo ese material. Un día que vino solo (estaba jubilado) me contó el problema que había tenido con el alcohol. "Lo dejé por ella" confesó agarrando su cocacola zero, "no podía hacerle eso. Ella fue la que me sacó de allí" Jamás le puse nada de alcohol. Nunca lo pidió. Y luego dejaron de venir.

No pasa nada, que diría un taxista pakistaní. Cuando uno ya está más cerca de los cincuenta que de los cuarenta se toma todo eso de otra forma, si es que alguna vez se lo tomó de otra. Un buen bar es como una buena puta, los clientes vienen y dejan de venir. Aún con los que tienen años de solera hay que tomárselos así. Vienen y van, ya está. Este hombre que ha muerto estuvo a gusto en nuestro bar durante algún tiempo en el que charlábamos de música y alguna cosa más junto a su potente mujer.

Por un momento pensé en ir a su entierro. La misa empezaba justo cuando acababa mi turno y no había problema en llegar al pésame y aún a la mitad de la homilía de ese viejo cura tan guay, tan vaticanosegundista, tan "todos al cielo", el mismo de mi último pésame, el padre de otro cliente como poco antes lo había sido el de otro...

Estaba limpiando los platos junto a la cacerola donde había hecho el arroz que luego presenté en una paellera (o paella, para los paellanazis) cuando oí que alguien había entrado al bar. Eran las tres y pico y ya sólo estaban los tres de la comida en la mesa del fondo. Alcé la vista sin dejar de fregar platos y vi que el recién entrado se parecía al portugués. Seguí fregando hasta acabar. Tampoco era tanto. Cuando salí de la cocina vi que era el portugués.

Pero no estaba solo. En ese momento uno de los comensales había salido para fumar y vi que desde el quicio puerta estaba hablando con él. Una vez cerciorado a simple vista que no había nada demasiado raro le pregunté qué quería. Su chupito de JB. Se lo puse y él puso los dos euros encima de la barra.

- No -dijo el otro-, apúntalo a la cuenta.

El otro es uno del Opus, uno de esos que hacen su trabajo, votos de castidad y todo lo que ganan se lo dan a la Obra. Es de mi edad. Y cojo. E inteligente, según me ha contado algunos que no lo son. Toda su familia es opusina. Al padre lo conocí en el viejo bar del mío. Era cliente. Era director de una sucursal bancaria. Era un tío un poco menos serio que su mujer. Pero mi padre lo llevaba bien, como hacía con todo el mundo. Mi viejo creía firmemente en Dios a su manera pero pensaba que los curas eran poco menos que mierda. Él era algo así como protestante, aunque esto nunca se lo dije y supongo que de haberlo hecho me habría mirado como a un extraterrestre. Él era un tío español, de derechas abiertísimas y padre de cinco hijos. ¿Qué iba a decirle a él un cura? ¿que si se tocaba, como aquel cabrón que se lo preguntó en confesión cuando era un niño? Salió corriendo de allí para no volver.

La verdad es que este chico del Opus es una de las escasas personas conocidas con las que no me importaría mantener una conversación. Jamás he hablado nada con él más allá del típico saludo. Creo que para poco por aquí, que anda por Roma y todo eso, yo que sé...Pero es tan inteligente.

Apunté el chupito del portero de iglesia en su cuenta. Estuvo un buen rato hablando con él. Iba a llevarles los cafés cuando lo dejaron. El portugués se fue y él me pilló en el camino de vuelta. Y entonces, para mi total sorpresa ante tamaña deferencia, fue cuando me enteré de lo que hacía el portugués.

Era el portero de la iglesia donde van todos estos, la misma en la que un rato más tarde se iba a celebrar el funeral del hardrockero, cosa aquella que ya sabía aunque en la sola condición de pedigüeño. Pero no, era el portero, el que abría y cerraba las puertas de la iglesia. Y el otro día, por lo visto, iba a cerrarlas antes de tiempo, todavía con parte del personal dentro, y este fue a él y le preguntó por lo que estaba haciendo; y como el portugués se puso un tanto violento, quizá ya borracho y sin reconocer la importancia del romano habitual ni siquiera en su más que visible cojera, cruzaron unas palabras hasta que el cura llegó y enseguida puso orden y concierto.

Yo...joder. En ese mismo momento entró una rubia y me llamaron por teléfono. Y lo dejé casi que con la palabra en la boca. Quizá el vino de la comida le hubiese hecho efecto, pero yo qué sé...Y este es el famoso supernumerario, o numerario, o lo que sea eso, el que no folla y da todo lo que gana a la Obra.

La rubia quería un par de cafés para la terraza y la llamada era de mi amiga, la enana de la ONCE.

- ¿Qué? -respondí-

Silencio.

La madre que la parió. No dice nada y cuelgo. Tampoco es que vea mucho. Padeció un cáncer con apenas veinte años. Ahora casi tiene treinta.

Otra vez.

- ¿Qué, coño?

Silencio.

"La madre que la parió"

Salí con los cafés para la rubia de la terraza. Y allí estaba ella, la enana de la ONCE, la de las tetas gordas con culazo incorporado, ofreciéndoles cupones.


- Me has llamado dos veces -le dije cuando entró-
- ¿Me llevas a casa cuando salgas? -dijo ella-
- Sigo sin coche -respondí-
- Joder, estoy agotada...Me espero a tu hermano, ¿te importa?
- No


Dejó todos los decimos que llevaba encima sobre la barra y pasó al water. Le encanta mi water. Siempre que entra al bar pasa a mi water.


Salió.


- Me voy, Kufisto
- Vale -respondí. No tenía muchas ganas de esperar a que mi hermano pequeño la llevara-
- Adiós, guapo
- Adiós, preciosa...¿Cuando te vas a poner el pantalón de cuero del otro día?
- Jajaja...


Mi hermano pequeño llegó y yo cogí mi bolsa camellera. Fui a la mesa del fondo para despedirme de los comensales. El arroz había salido bueno y volveríamos a vernos en Diciembre para los trasceneros cubalibres navideños. Estaban contentos. Di algunas manos flojas a medio coger y pensé en masones y en viejas cocheras.


- Maestro -me preguntó un gitanillo cuando estaba a punto de llegar a casa- ¿Cuando abren esto? -dijo señalando un comercio en construcción.
- Pronto -respondí-
- ¿Y el otro? ¿sigue abierto?
- Creo que sí, aunque menos que a medio gas
- Marqués...


Y entonces un gitano mayor pitó desde su coche sobre el paso de cebra que habíamos dejado atrás y ya todo fue jolgorio para todos.

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