Me dio dos y se bajó del coche.
Tenía calor. Eran las diez de la mañana y ya me sobraba hasta la camisa que estaba quitándome. El Ch5 de la camiseta sobre el mapa de Islandia relució en todo su verde esplendor. A sus espaldas, las mías, una sola leyenda en caracteres pequeños: Bobby Fischer.
Me miré en el gran espejo del bar. Bobby Fischer. Ch5. Islandia. Estaba tan perfecto como todas las veces que me la he puesto desde hace un año.
Antonia llegó el bar ya pasado el mediodía, a la hora acostumbrada. Esta semana, y tal como está estipulado con la otra parte contratante, lo lleva haciendo sin una de sus nietas, la más pequeña, una bebé adorable de apenas año y medio que ha salido alérgica al huevo, la leche y no sé qué más alimentos indispensables hasta ayer por la tarde. Se llama Carla y le gusta bailar lo que Kufisto tenga puesto a esa hora en el bar al que su abuela la lleva, últimamente a los Ten Years After, una bandaza británica de los buenos tiempos a los que Carla seguramente no vuelva a oír a no ser bajo hipnosis.
Antonia llegó sola, como casi siempre desde hace algo más de un año, y se vino al circulillo donde espero acontecimientos.
- Este taburete para Kufisto -le dijo riendo a un conocido- y este para mi
Nos sentamos y hablamos. Le gusta hablar conmigo, estar en mi bar, beberse unas cervezas a mi lado. Recuerdo que antes, cuando su marido estaba vivo, no me hacía mucho caso. Es más, notaba una cierta hostilidad. Luego él cayó enfermo, murió al cabo de cuatro años y a la vuelta de todo ha acabado aquí. Me conoce desde pequeño y tal, como ha dicho hoy en presencia de otro, y bueno, yo no soy de esa clase de tíos que hacen conjuros maléficos a cada quien que le guiña el ojo ni nada de eso, la verdad es que me la suda casi todo, así que no le dí más importancia.
Yo había dormido bien y estaba con mi ignota camiseta de Bobby Fischer. Estaba tan bien que me eché un vino. Y fue una cosa tan cojonuda que me eché otro. Y viendo que podría beberme una botella entera en menos de lo que Alvin Lee tarda en hacer un punteo decidí parar un poco y así lo hice.
Eran más de las tres de la tarde y todo estaba casi recogido. Llegó un cliente y le puse de comer. Hacía rato que había vuelto a ponerme la camisa. Realmente sólo fue durante un tiempo en el que me la quité. Bobby Fischer volvió a ser cubierto por una camisa sin planchar.
El tipo estaba extrañamente solo y tenía ganas de hablar, como todos los que están extrañamente solos. Y entre bocado y bocado de tortilla él, cerveza y cerveza yo, fuimos hablando de los viejos tiempos, más de él que míos, claro. Y en fin, que poco después llegó el ciego y un par de lesbianas despistadas y entre tanto una vendedora de la ONCE
- Kufisto, tenme esto que voy al water -dijo quitándose todo de encima. Y cuando salió me dijo que se lo guardara durante el rato que ella iba a hacer una visita.
Llegó justo a tiempo. Y la llevé a su casa.
- Déjame en la puerta, Kufisto
- Dame un beso
Y me dio dos.
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