sábado, 2 de febrero de 2019

GORDA LOCA

Esto es como Homer cuando se hace camionero.

Lo del fútbol de ayer fue una cosa menor, sí, un error. ¿Qué te propones ahora? ¿escribir todos los días? ¿escribir cualquier cosa? El otro día le dijiste a tu amigo que habías encontrado un sistema para hacerlo sin beber. Se trataba de hacerlo a mano, junto a la ventana, lejos de la pantalla del ordenador y luego pasarlo a este. Creo que han sido tres los días que lo he hecho así. Ayer no, ayer no bebí pero lo hice delante de la pantalla. Hoy ya vengo bebido y voy a hacerlo como siempre. No tengo constancia, ese ha sido siempre mi problema. Ese y la impaciencia, como decía mi abuelo. Todos dicen que me parezco a él. Yo también lo creo ya. Yo quería parecerme a mi padre, pero no he podido.

Bien, el nuevo sistema se toma un descanso y volvemos a lo fácil, a hacerlo difícil, a la excusa de los perdedores. Fischer dijo al final de su vida que si pudiera volver a hacer lo que hizo lo haría por el camino fácil: "¿por qué hacerlo tan difícil?" dice en aquel avión que le llevaba a Reykjavik como Moe con Homer cuando se hizo boxeador. Luego, un par de años más tarde, al final de su vida, ya muriéndose, dicen que dijo que no había nada como el calor humano. Él, el héroe solitario, el genio que logró lo imposible con la sola ayuda extra de su voluntad, acababa su periplo vital renegándose a sí mismo y reconociendo que se había equivocado. 

Algunos van a un muro para hacer acto de contrición. Leen un libro como si estuviesen delante del escenario de Manowar. De esta manera logran el perdón de los pecados, o consuelo, o lo que sea que signifique eso. ¿No están todavía esperando a su Mesías? Será yo qué sé, un acto de reafirmación, de cabezonería, de lealtad absoluta, de lo que coño quiera ser todo eso. No me importa. Yo he vuelto a rezar por las noches y al despertar y hoy vuelvo a caer en lo de siempre. Creía que así me iba mejor; no que fuera la panacea ni nada de eso, que de verdad creyera en el tema, sino simplemente que es lo mejor para alguien como yo, alguien impaciente, inseguro, alguien ingobernable, una especie de loco latente que sólo sabe donde está el norte cuando siente el viento frío en la cara.

Esta mañana llegué al bar de buen ánimo, demasiado quizá contando que anoche dormí poco. Yo no sé si fue el polvillo ese que traen los higos secos, o los propios higos, pero fue comerme tres de postre tras la merienda y tener que salir de casa aún con la tarde que hacía. Fui a por tabaco y a por los anacardos donde vi al delantero centro de infausto recuerdo. Empecé a escribir la historia prácticamente del tirón y sólo pasó que luego me vine abajo y la estropeé. Yo mismo me daba cuenta al hacerlo. 

También yo canté hoy mientras limpiábamos el bar. Había desayunado un pedazo del pastel que horneé ayer con un buen puñado de higos de esos entre los otros ingredientes habituales y Josemari me dijo que lo hacía bien y yo le dije que no. Josemari diría que hago bien cualquier cosa, hasta escribir, con tal de darle para tabaco. Luego le mandé a por hígado de ternera para mi almuerzo, abrí las puertas del bar y enseguida me entró el bajón.

La mañana fue pasando hasta alcanzar los dos signos de interrogación, tal que si fuera la jugada que encabeza mi blog en la opinión de muchos expertos. Otros, los menos, los más perspicaces, dicen que aquello fue un truco nivel Dios de Fischer para conseguir que Spassky se confiara. Y con todo y con eso pudo hacer tablas si hubiese jugado a la perfección, aunque hay quien como yo piensa que hasta eso estaba previsto por Fischer, al igual que aquel manotazo al aire cuando se rindió antes de perderse tras las cortinas. Todo lo había previsto, todo. Todo.

Me sorprendí al ver la caja que había hecho a eso de las tres de la tarde, la verdad. No creía que fuera tanta. Para celebrarlo me comí el hígado acompañado por un vino de la Rioja. Si mi padre hubiese visto eso en otro manchego que no fuese su hijo hubiera pensado que era gilipollas. 

El malestar seguía ahí; un tanto aminorado por la carne y el vino, pero ahí. Era como si estuviera resfriado, como si el par de pajas que tuve que hacerme anoche para poder conciliar el sueño estuviesen pasándome su triste factura, como si el cielo, tan gris como todos estos últimos días, definitivamente hubiera caído sobre mi cabeza, como si yo fuera Víctor Sanvicens teniendo que aguantar los testimonios de la mugre de Valencia tras volver de la buena, santa y rica América que guarda el Sabbath tal y como Dios (y Fischer durante su mejor época) dijo que debía de hacerse.

Me eché un whisky. Una piedra de Ballantine´s 17 años, uno de los mejores de nuestro extenso catálogo de whiskys premium según la solvente opinión de uno de los camellos del pueblo, gran y viejo amigo mío aunque yo no sea cliente suyo. 

Estaba bueno. Yo también entiendo un poco de whisky. Llevo toda la vida bebiéndolo. Y desde hace un montón de años sin mezclarlo con ningún refresco a no ser que necesite perder la cabeza. 

Hay parejas raras, parejas extrañas, parejas que ni te imaginas como pueden serlo y parejas que te cagas hasta en la perra. Parejas a muerte por un rato, felices y folladoras, son las contadísimas excepciones. Mi amigo Manu podría entrar en el de las que están hechas el uno para la otra pero no tanto en el sentido romántico o sexual como en el práctico: lo suyo es una cosa que parece de conveniencia. Él tiene dinero desde la cuna y ella no tiene aspecto de venir del arroyo. Siempre, desde que nos vinimos al bar nuevo, los he visto por aquí y siempre me parecieron que de verdad eran tal para cual. 

Él y yo hicimos la EGB juntos, o más precisamente estábamos en la misma clase. Tengo un buen recuerdo, seguro, y otro que queda un tanto en el aire. El fijo es que entonces él lucía una enorme pelambrera casi pelirroja, fuerte, como de diablo; el que queda el aire, aunque poco (casi seguro que fue con él), es el de ir a su casa-mansión, bajar al sótano y ponernos a jugar al ping-pong, o a alguna máquina recreativa, o a lo que fuera que fuese aquel paraíso que se convirtió en cielo cuando una criada con cofia bajó con un carro lleno de pasteles para los amigos del señorito. Fue esa vez, nada más. Éramos unos cuantos, éramos unos críos asalvajados y supongo que no les hizo mucha gracia.Y recuerdo con total claridad que al llegar a casa se lo dije a mi padre y vi como él ponía aquella cara que ponía, como de " no me da envidia", como de macho-padre de cinco hijos a los que no le falta de nada de lo necesario, como de seguridad total, con aquellas carantoñas que me hacía, como de quien a la hora de la verdad, en la casa de putas, se lleva a la que quiere por los billetes justos, sin excesos, por buena gente, por buena fama, por buen follador y por ser un tío de ley con todas las letras.

El caso ha sido que hoy mi amigo Manu ha tenido deseos de hablar un rato conmigo. Digo mi amigo sin decir bien, pues no tengo ninguno, o casi, pero este no cuenta porque es historia aparte. Pero vamos, que Manu no fue mi amigo ni cuando éramos chicos. Mi recuerdo de él, aparte de el pelo y aquella probable visita a su casa, es el de un chico que no podía creerse estar en la misma aula que las bestias salvajes que éramos nosotros. Y esa media sonrisa, como irónica, sarcástica, de quien sabe que su futuro está escrito.

Al principio de venir a nuestro bar no lo reconocí, aunque decir al principio es decir poco: pasaron años hasta darme cuenta de quien era. Se había quedado calvo y estaba irreconocible. Pero cuando alguien me dijo quien era lo vi: era él, sin duda. Era él pero calvo. Exactamente igual sólo que sin el pelo. Es increíble lo que hace o deshace una buena cabellera. Es una tragedia.

Bueno, Manu estaba esta tarde hasta la polla de su amor y se vino a mi barra después de mear. Yo estaba paladeando el Ballantine´s con gusto pero un tanto amargado por mi incapacidad. Él se quedó ahí, a mi lado, y yo no sabía si es que quería pagarme, o pedirme algo, que no suele haber más entre lo dos, pero el caso es que que tenía ganas de hablar conmigo y yo le escuché como escucho a cualquiera, aunque no sin cierta curiosidad por lo raro de la situación.

- ¿Has visto, Kufisto, lo viejos que están los que estudiaban con nosotros? -me dijo sonriendo con aquella misma sonrisa de hace treinta y tantos años. Acababan de irse cuatro de aquellos que estudiaban con nosotros, uno de ellos en silla de ruedas dese hace 25 años.


Dios Santo, apiádate de mi, de mis putos escritos y de la gorda loca que vino después.


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