lunes, 24 de octubre de 2011
STANLEY EN SEPANG
Hará un par de semanas que ví un documental acerca de un volatinero francés que en 1974 cruzó sobre un cable de acero los 42 metros que separaban a las Torres Gemelas; 42 metros pueden ser una enormidad si debajo de ellos hay diez veces más, y es que, como todo en la vida, las cosas hay que medirlas por comparación.
El mismo hecho afrontado por dos personas diferentes puede resultar algo sublime o ridículo. En el caso anterior tenemos a un profesional del cual sabemos es capaz de afrontar ese riesgo aún cuando las posibilidades de fracaso son elevadas. Lo hace porque quiere, nada ni nadie le obliga, es un reto personal, una obsesión que le lleva a jugarse la vida sin razón alguna, pero al mismo tiempo, de su obsesión, de su "locura", crea algo hermoso, arte en estado puro, porque el arte verdadero no es sino algo completamante inútil y, aún así, maravilloso. Si un inconsciente sin la preparación adecuada hubiera intentado emularle no nos habría maravillado porque la muerte le habría echado la zarpa a las primeras de cambio: no es el resultado la principal motivación, sino el juego, el baile con alguien que perfectamente puede vencerte, la posibilidad de perder, cuanto más grande mejor, pero siempre con una puerta a la esperanza, no hay nada de bello en un suicida, no hay asombro en su muerte porque la quiere, es el juego lo que nos estímula, la posibilidad de perder. Pero también de ganar. Ahí radica su embrujo, en que no "vale" para nada y no podemos hacer otra cosa que admirarlo. Porque la admiración nace de nuestra incapacidad, se admira aquello que no se puede hacer, para bien o para mal, ¿sino de qué tanto interés en genocidas y seres de semejante calaña?, si te detienes a estudiarlos, a leer sus vidas, a ver sus actos es porque te interesan, seguramente para reafirmarte en tus ideas morales, para sentirte mejor por comparación bajo el prisma de tu moral, pero tu parte mala, esa que todos tenemos, te pica con la frase: "ese lo hace porque es capaz...¿y tú?". Tú no lo haces porque no puedes, lo primero, y porque no quieres, lo segundo. El camino principal para no hacer algo es preguntarse el porqué. Uno puede admirar lo perverso, somos nosotros quienes dotamos a la palabra de un sentido "bueno", pero los palabras sólo se significan en los diccionarios, la moneda de la vida siempre tendrá una cara y una cruz. Y ambas siempre formarán parte de la misma.
Recuerdo al coronel Kurtz-Brando divagar sobre lo que sería capaz de conseguir si dispusiera de unos cuantos soldados como aquellos que fueron capaces de arrancar los brazos vacunados de aquellos niños que ellos habían pinchado poco antes. Esos hombres, "llenos de amor, esposos y padres", habían sido capaces de obedecer sin rechistar esa macabra orden, y lo habían conseguido, no se habían echado atrás, porque habían antepuesto su "deber" a su "moral". Obedecían órdenes, punto. Ellos no estaban para preguntarse el porqué, ellos estaban para obedecer.
Si a mí, o a tí, nos dijeran "¡eh, tú! córtale el brazo a ese bebé..." no creo que fuéramos capaces de hacerlo aún a costa de nuestra propia muerte, y no seríamos capaces de hacerlo por una simple razón: porque no estaríamos entrenados para ello. No es que seamos mejores o peores, simplemente no podríamos seguir con nuestras vidas después de haber hecho algo así, nos resultaría imposible acallar a nuestra conciencia, y esa es la cárcel más segura de todas. Ergo, bien mirado, básicamente sería otro acto de egoísmo: nuestro Yo no podría soportar las consecuencias que nos acarrearia cometer esa acción, más que el hecho del daño causado, de lo que se deduce que ser egoísta puede muy bien significar ser humano. Ser humano es ser egoísta porque somos mortales. Sin la muerte todo carecería de sentido y nada sería "bueno" o "malo". Sin la muerte no podríamos entender la vida que vivimos. Sin muerte no hay vida. Hay que dormir para estar despierto.
Cuando al despertar esta mañana me he enterado de la muerte de Simoncelli me he llevado la lógica impresión, aún cuando todos sabíamos que el italiano era el José Tomás de los circuitos, pero la muerte es así, siempre sorprendente, se morirá Carrillo con 120 años y nos sorprenderá. Sorpresa ante lo inevitable, otra contradicción para la colección.
Pues bien, después de navegar durante un rato he encontrado el vídeo de la caída, estaba tomado al revés, supongo que razones de copyright, se les veía coger la curva a izquierdas en lugar de a derechas como realmente ha sido, a cámara lenta, impactante...Tras el horror de los primeros visionados (¿por qué vemos algo así? porque nos gusta) me he fijado en que Marco entraba en el plano a la manera que Kubrick filmó su Danubio Azul espacial, invadiendo la trayectoria de sus compañeros de igual manera que las diferentes máquinas espaciales hacían acto de aparición en aquella memorable secuencia, sin pedir permiso, como saludando al espectador, como el imbécil que salta detrás del entrevistado para que lo vea su mamá, "¡eh, que estoy aquí!"...pero donde Stanley pudo evitar el choque con su pericia en el laboratorio, Edwards y Rossi no han podido modificar su trayectoria, ellos estaban orbitando correctamente alrededor de Sepang, según las Leyes, pero el pobre Marco se ha salido de su órbita justo en el momento que sus amigos no podían hacer otra cosa que matarle. Una posibilidad entre muchas. Y le ha tocado.
Por esto a Kubrick le gustaba más filmar que vivir, porque detrás de la cámara nada escapaba a su control. No había ninguna posibilidad. Estaba muy bien entrenado y solo tenía que cortar y pegar si se equivocaba. O volverlo a rodar.
Pero la vida no es una película, y si lo es no es sino una estúpida Dogma de nórdicos neuróticos.
Éstos son los héroes de nuestros días, quienes se juegan todo lo que tienen para que los demás pasemos el rato, porque la muerte por televisión parece mucho menos de lo que es, de hecho nadie la necesita más para sobrevivir que la tele, es su pan, pan integral, "light", para nuestros enfermizos estómagos. Los soldados deseados por Kurtz para dominar el mundo convertidos en trágicos payasos de la tele; del superhombre al supermono. El mono ha vuelto a saltar por encima de nuestras cabezas y hemos vuelto a caernos de la cuerda. ¿Quién es hoy el Santo Impío? ¿Nos volverá a enterrar en el tronco hueco de un árbol o nos enseñará a vencer al mono de una maldita vez?.
Marco ha muerto haciendo lo que más le gustaba, estaba preparado, era bueno, pero hoy ha dado en caer por el único agujero que tenía la red
"Demasiado pronto..."
El trato nunca se cerró, nunca se cierra para nadie.
Ahí está la gracia.
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Se nota que te gusta Kubrick eh jejeje. Gran artículo.
ResponderEliminarKufisto siempre responde...cuando le deja Blogger.
ResponderEliminarGracias, colega