Yo venía de soñar y mi alma todavía estaba dentro del sueño cuando llegué al bar. Te vi nada más correr las cortinas de la puerta. Tú reías. Pasé a la barra, vacié los bolsillos y un mediodía más puse algo parecido a la música de mi sueño.
Mi hermano se fue. Entró un chico para sentarse con vosotras en una mesa. Se acercó a la barra y pidió una ronda de cervezas. Llevaba tatuajes en los antebrazos.
Cuando dejé la tuya, la especial acompañada de su tapa especial, me miraste fijamente, sonriendo, y dijiste gracias. Mantuve tu mirada sin ningún esfuerzo. En verdad no fue complicado. Mi alma todavía estaba atrapada en un sueño.
Sí, te recordaba de otros días en el bar. El camarero tiene memoria fotográfica. Entonces venías con otro tipo, uno a quien hace poco tiempo volví a ver en compañía de una elegante mujer, más o menos de tu edad, pero con las uñas de los pies muy bien pintadas. Lucía espléndidamente un vestido blanco con motivos rosas. Andaba sobre unos afilados tacones. También me sonrió dándome las gracias con los ojos. Yo la miraba cada vez que tenía que tirar una caña. Él, tu antiguo acompañante, tan educado como siempre, bebió un par de cervezas, lo recuerdo bien. Hablamos de algo mientras le tiraba la segunda. Es un hombre reservado.
- Me ha encantado tu arroz -me dijo ella.
- A eso te he traído -dijo él.
Sí, te recordaba. Y el recuerdo era mejor.
La música parecida a la del sueño seguía sonando en el bar. Y tú bebiste tanto como para alcanzar la escandalosa y constante carcajada compartida con tu amiga, aunque no por el chico de los brazos tatuados.
Y entonces vi que te dormías, que caías en el pesado sueño negro de las luces encendidas. Tu amiga parecía muy preocupada. El chico de los brazos tatuados se acercó a la barra y pidió una botella de agua que no le cobré. Y cuando salí de lavar los platos no había nadie en vuestra mesa.
Ya era tarde. Todavía quedaba gente en el bar casi cerrado. Bajé las persianas y apagué el televisor. Cambié de música y esta vez puse la del sueño. Me senté en un taburete y encendí un cigarrillo. "Podéis fumar si queréis. Pero nos vamos"
Nadie más que yo encendió ningún cigarrillo. Me serví otra copa.
La gente continuaba hablando y riendo. Poco después se fueron, aunque no del todo. Con la llave echada oí que seguían tras la puerta. Yo ya había acabado del todo pero no quería verlos al salir, no quería encontrarlos en mi próximo sueño.
Otra copa. Otro cigarrillo. La gente nunca se acaba de ir.
Y todavía estaban allí, hablando y riendo detrás de la puerta, cuando me fui del bar con media botella de Johnnie Walker bajo el brazo.
Esos tipos hundidos en el mar, inhumados en una cápsula de titanio reforzado por los siglos de los siglos junto al objeto del último de sus deseos cumplidos
- ¿Queríais verme? ¡Ah, qué honor! En verdad os lo agradezco, en serio. Aquí sigo, solo, en el mismo sitio donde caí por primera y última vez. Pero eso fue hace mucho tiempo...Dejadme que os cuente.
Al principio todo estaba bien; tan bien que fui creado. Nadie crea nada si no está bien. Bueno...quizá sí, seguro que sí, pero sin amor no es lo mismo. Y conmigo hubo mucho amor.
¡Deberíais haberme visto mientras me construían! Yo ya estaba hecho por entero en la idea del ingeniero, tan sólo faltaba darme forma. Y a ello se puso con todo el amor del mundo.
Yo entré en el mar tan contento...No podríais imaginarlo. Sí, era como ser el señor del mundo, era como ser su segundo padre, que no es poco. Dentro de mi todo era alegría, esperanza y felicidad. Yo era casi tan perfecto como la idea que me creó. Casi.
Pero hubo un día en el que todo se torció. Yo no supe verlo en el momento, caí en ello más tarde, ya cuando hacía tiempo que dormitaba en este abismo, pero puedo aseguraros que sí que sentí una extraña sensación previa. Sí, la sentí. Pero me equivoqué. O no. Quizá fue que tan sólo pasó lo que tenía pasar.
Yo, tan joven, caí partido a la mitad hasta el fondo del mar mientras la gente se agarraba a mis restos para salvarse.
Yo supe que (por alguna razón que no podía entender) me dirigía al fondo del abismo. Y entonces, ¿para qué conservarme a mi mismo, entero, sin despedazarme todo lo que pudiera?
Muchos se agarraron a mis restos mientras yo descendía hacia el abismo...
Y ahora vosotros estáis aquí.
Estoy tan solo...¿No queréis quedaros un rato conmigo? Sí, antes de vosotros han habido unos cuantos que vinieron a verme, pero pronto se fueron, no podían soportarlo. Y yo estoy tan solo y os quiero tanto...
Cuando yo estaba allí arriba y no aquí en el fondo, flotando a la orilla del mar, todo era tan...¿Os quedáis?
El Chato acababa de pasarse al café a modo de preámbulo para la sesión de cubalibres; el Chungui, como siempre, permanecía fiel a la cerveza. Atropelladas conversaciones de barra de bar, horas enteras. Pasé la última con ellos, una vez recogido el bar. Nos reímos mucho. Una de las veces que salí afuera para fumar en compañía de la tercera parte del banco vimos pasar una extraña escena. Un límpido coche cargado de gente aparcó delante de nosotros, pero no del todo. Con todo el aparcamiento libre (unos treinta metros) no hizo sino avanzar y parar como quien duda. Oímos hablar a las muy arregladas mujeres del asiento trasero. El conductor, un chico joven, llevaba el coche dentro de la línea de aparcamiento. Y así fue, parando y al ralentí, hasta el final, justo cuando iba a detenerse ante el siguiente bloque de pisos. Y allí, en el último momento, una furgoneta se le adelantó para aparcar justo delante de sus narices, dejándoles casi sin sitio para hacerlo.
- Jajaja
- Joder
El tipo, un cincuentón gordo y grande de bestial aspecto, bajó de la C4, echó una breve mirada hacia atrás, (algo que imposibilitó cualquier idea de tocar el claxon) y con toda calma se dirigió hacia el 24 horas de la rumanilla cachonda mientras el coche matrícula M de azul eléctrico mantenía accionado el pedal del freno con la parte trasera fuera de la zona de aparcamiento.
- Jajaja
- Me cago en dios
Entonces fue que oímos un claxon como de carrera ciclista. Y en verdad se trataba de una bici, de una bici que pasaba por delante del bar y sobre la cual pedaleaba un cliente, uno que gracias a Dios no es sino circunstancial, un chaval, un mostrenco de unos treinta años, un pesado del alma, el clásico ejemplo de "lo que no debe ser" un cliente en un bar con profundo oleaje, ese que aún viéndote liado y concentrado cual resacoso adepto a Cthulhu pidiendo por la salvación de sus cañas no por ello deja de contarte a grandes voces sus aún más ininteligibles mierdas...
- Jojojo
- Esto es la hostia, Kufisto.
- Me encanta la vida. ¿Sabes? En los momentos de bajón me acuerdo de estas cosas.
- Mira, ya bajan los del coche.
Poco a poco fueron saliendo mujeres de él; algunas muy jóvenes y otras no tanto, pero todas bien arregladas y un tanto sofocadas. El chaval que conducía fue el último en apearse.
Mi amigo se fue. Sus hijos lo reclamaban para tomar algo en otro sitio.
- Ya son grandes y todavía me quieren, Kufisto. Es decir, quieren estar conmigo.
- Claro.
Pasamos adentro, apuró su segunda y última copa reglamentaria de pacharán, pagó, y despidiéndose de sus tres simpáticos amigos marchó hacia donde sus tres hijos estaban esperándole.
Cargado con la bolsa de trabajo caminé por las calles desiertas bajo un cielo abrasador...O no, espera un momento. No. No hacía nada de calor. Recuerda que ya son diez años sin televisor en el piso y al menos veinte que no ves las noticias. No hacía frío pero tampoco calor. Durante toda la mañana, todos los días, ando escuchando sobre el calor.
- ¿Pero vosotros os acordáis del verano pasado? -digo cuando ya no puedo evitar callarme, rompiendo con ello una de la reglas de oro del buen camarero. Después de todo, ¿qué me va en ello?
El del año pasado fue un infernal revival del de 2015, año que recuerdo porque lo pasé sin fumar y eso hace marca. Pero aún peor, pues empezó a mediados de mayo y se alargó hasta el mismo tiempo de agosto. Tres meses sin bajar de cuarenta grados durante el día y veinte a última hora de la madrugada. A piñón. Y esto ahora te lo comparan con los treinta que hizo en Marzo. Treinta grados aquí, en La Mancha, son un paseo militar. Pero nada, que hace mucho calor cuando ayer fue el único día que llegamos a 35.
Ya son cuatro los meses que ando este camino de diez minutos escasos. Quizá esta semana me devuelvan el coche.
En todo este tiempo lo he tenido para ver que otros están peor que el mío. Y hoy, esta tarde, pasando otra vez ante el coche azul enjaulado tras la valla comunitaria de uno de los edificios del trayecto, no sé por qué, me he acordado de Von Braun y su cohete a la Luna.
Cuando él hizo eso mi padre todavía era novio de mi madre. Mi padre tenía un buen bar y mi madre, mucho más joven que él, trabajaba en una fábrica de guantes. Yo nacería pues con algún Apolo de esos elevándose más allá de las nubes en el año 73 de mi era. El año está claro, el día no tanto según mi DNI, pero esto era algo normal en aquel tiempo extraño.
Von Braun era uno de aquellos nazis que se repartieron americanos y soviéticos. Le dieron casa, putas, tiempo y recursos ilimitados, tanto físicos como materiales. Las matemáticas son fórmulas y los materiales están subordinados a ellas. Von Braun tenía una buena retentiva para ello y entre polvo y polvo con putas premium diseñó un cohete en el que no iría. Cuantos murieron en los ensayos es algo que no viene a cuento. El cohete llegó a la Luna lunera y los axtronautas clavaron una bandera americana mientras HAL9000 andaba elucubrando el nivel de gilipollez.
El pueblo estaba desierto. Creo que ya lo he dicho y es verdad. No me crucé con nadie durante esos minutos. En la calle que lleva hasta mi piso tuve que ponerme la mano en el pecho a modo de pantalla ante el viento fresco. Uno piensa en Von Braun y suda sin necesidad.
Me duelen los hombros. Le he pegado tanto al saco y llevo tanto tiempo sin mi cohete que me duelen los hombros.
- ¡Jajaja!...¿Sabes? -le dije- Tengo un cliente que hizo la mili conmigo. Es un buen tío, es decir, un hombre de familia con un par de hijos adolescentes. Gana pasta con su negocio, su mujer está buena y los chicos van a colegio privado. No bebe en demasía, nunca ha fumado y de droga ni hablamos. Ya entonces, cuando éramos jóvenes y la Patria unió nuestros caminos, era un chico responsable, de fiar mientras no la liaras muy gorda, cosa que no llegó a suceder estando él. ¡Y no por nada! No es que fuese especialmente grande o violento, no...sólo que no salió en el momento. Recuerdo su mirada...Tomaba distancia. Era amigable pero se notaba que no quería saber nada de nuestras historias...Me doy cuenta que paso al plural, ¿pero quien no lo pasa al rememorar su juventud? Por supuesto nos perdimos de vista tras cumplir con la Patria, pero con los años empezó a venir al bar y retomamos la relación de una forma adulta...
- Sigue
- A principios de año, todavía con los rescoldos de la Navidad a cuestas y ya a las puertas de nuestros cincuenta años, me comentó de hacer algo entre todos los chavales de aquel remplazo. Una especie de cena o algo por el estilo.
- Joder.
- Sí. Asentí, ¡como no! Es un buen tío y viene por el bar...
- Jajaja
- Jajaja, sí...Bueno, pues eso. Llegó febrero y se presentó con uno de aquellos, uno que si puede evita saludarme en las contadas ocasiones en las que desde hace un par de décadas nos encontramos por la calle...
- Jajaja
- ¡Y me llevaba mejor con ese! En fin...que el nota me saluda como si estuviéramos con el Cetme al hombro y yo igual y bueno...
- Ya
- ¡Bueno! pues quedamos en que sí, en que todos nos pondríamos en contacto y tal. Sólo era cuestión de tomar interés y hablar con los camaradas; claro que aquí surgía un problema, al menos por mi parte, pues no conservo relación con ninguno de ellos.
- Me lo imagino.
- Mejor así. Menos que hacer...Pero bueno, bien, vale. Sería en mayo, antes de las vacaciones con los chicos y todo eso.
- Jajaja...
- Jajaja...Pues desde entonces, tronco. Estamos en junio y no se ha vuelto a hablar.
- Jajaja...
- Se ve que no había mucho entusiasmo, cosa de la que me alegro infinito. Mira, ya llega mi hermano. Recojo las cosas y nos tomamos la última en la terraza.
Salimos afuera, él con su segundo pacharán reglamentario ya mediado.
Entre carcajadas, regresamos al tema de los heavys ancestrales; de cuando nosotros éramos heavys ancestrales y de los contados que siguen siéndolos. El segundo whisky se quedó corto y pasé por un tercero.
- Tómate otra, te invito.
Y entonces, todavía entre carcajadas, la cosa derivó hasta nuestros padres.
Hablamos de ellos con adoración, en mi caso extensible hacia mi madre pero no así en el suyo. Callé. La tercera copa estaba haciéndole efecto. Dos copas son dos copas.
Echamos a andar calle abajo. Hoy no tenía el coche.
- ¿Y el tuyo, Kufisto?
- Algún día el taller me lo devolverá.
Iba jodido. Iba bien jodido. La tercera copa le había reventado.
- ¿Sabes, Kufisto? -dijo con lengua trabada y paso incierto- Mi padre aguantó lo que no está escrito.
- Bueno -respondí- tú, aunque divorciado, lo eres de tres hijos y algo sabrás del tema.
- Nonono...Yo quería mucho a mi padre.
Pensé en mi madre y lo que pueda pasarme cuando también ella esté muerta.
Me arrepentí de haberle invitado a una tercera copa.
Llegamos a mi casa, nos dimos un abrazo y le dejé ir.
Jimmy Stewart ahora duerme con las dos piernas escayoladas. Cerca de él, tumbada sobre un diván, Grace Kelly alza la vista, deja a un lado el libro del Himalaya, coge una revista de moda y sonreímos. Es el último plano de la película. Apago el ordenador, no quiero ver nada más. Me lavo los dientes, me pongo el pijama, entro en la cama y apago la luz. Oigo un lastimero maullido de la gata tras la puerta cerrada del dormitorio.
- Tú no eres Grace Kelly -respondo a media voz.
Y me duermo.
Son las seis y treinta y tres. Apenas faltan siete minutos. Es demasiado poco tiempo y me levanto de la cama. Voy al water y meo sin tirar de la cadena. Salgo del dormitorio, la gata está esperándome.
- ¡Mau! -aúlla con un nervioso brinco.
Voy a su habitación y compruebo que tiene agua y comida. Se restriega entre mis piernas.
- Mauuuu....
En la cocina pongo agua a calentar y regreso al dormitorio para lavarme y vestirme.
Oigo a la gata corriendo como loca de acá para allá.
Son las cuatro y media de la tarde, hora del relevo en el bar. Recojo mis cosas y me sirvo un buen whisky. Salgo a la terraza, me siento en un taburete y enciendo un cigarrillo.
La mayor parte del cielo está azul. Hay nubes, algunas grandes, pero todas blancas. Fumo en cadena y bebo a pequeños tragos, aunque no tan poco como para pasar adentro por otra copa.
Los árboles de la mediana siguen verdes. Los gorriones vuelan hacia ellos. Algunas palomas buscan la altura superior de las farolas. Los vencejos están liándola parda sobre los tejados de los edificios de enfrente.
Paso adentro para servirme otra copa. Es un buen whisky.
Veo a los gorriones picando sobre el asfalto. Comen y vuelan ante la llegada de un coche. Una vez vi atropellar a uno de ellos. Todos, como siempre, levantaron el vuelo a tiempo menos él. Lo vi morir delante de mis ojos. Yo iba paseando, hacia los molinos, cuando aquel imbécil lo mató con su coche.
Saltarín se acerca a mi. Es una gracia muy grande ver andar a un gorrión. Tenéis que verlo.
Saltando sobre sus patitas, picoteándolo todo, elevando la cabecita como si alguien lo estuviera mirando, alerta, "¡no tontería!" que diría mi buen amigo Kamel, jajaja...
Estoy en casa. La gata ya está tranquila de verme otra vez.
Son muchos años, lo menos cuatro. Y ella era una cría asustadísima cuando la recogí de la calle.
Pero ni tú eres Grace Kelly, ni yo soy Jimmy Stewart, ni quien dirige esto es Alfred Hitchcock.