jueves, 29 de octubre de 2020

CAMBIO DE HORA

 Como chicos de quince años, cuchicheando los tres cerca de la puerta del bar sobre cuanto pillar, con dos de ellos ya visiblemente tocados de la cabeza a pesar de ser poco más de las cuatro de la tarde, les oí acordar pollo y medio desde el otro extremo de la barra. Dos salieron a hacer la compra mientras el más pasado se quedaba esperando ya en la calle en compañía de un viejo buscavidas. Así los dejé.

Me había tocado aguantar sus gilipolleces durante la última media hora. Uno de ellos estaba empeñado en que hacía años que no me veía, cosa que era mentira pero dejé estar al oírlo por cuarta vez de tan emocionado como lo decía. Con todo, tuvo que repetirlo tres o cuatro veces más, abrazo incluido. Yo no recordaba ni su nombre. Otro, el que todavía estaba sereno, comentó que habían levantado el toque de queda. Creo que fue esta noticia la que acabó por animarlos a comprar más cocaína. Poco antes, nada más llegar, el más joven y pasado de todos, uno al que no le queda mucho para cumplir 40, hizo su entrada al bar explicando a grandes voces y entre risas como había pipeado a la secreta justo antes del trapicheo anterior, de ese del que ya no le quedaba nada, un encargo para un casi sesentón, un tipo de dinero, un hombretón alegre y divertido, un tío agradable, uno que pegó el braguetazo y que de vez en cuando viene de la gran ciudad al pueblo, uno que al quedarse conmigo solo en el bar dijo como para sí mismo y con cierto tono de asqueo que él ya no estaba para eso. Y otra vez, sin hablar ni por un segundo del tema, me contó de qué conocía a ese niño rico, a ese pobre desgraciado, de la larga amistad que tiene con su padre y en fin, que poco después le faltó tiempo para meterse al water tras salir de él su conseguidor, el hijo de su buen amigo al que conoce desde pequeño. Luego se fueron y después volvió él solo. Un amigo algo más joven, algo menos viejo, le había estado esperando enfrascado con su teléfono. Y cuando ya iban a irse los dos para comer y todo lo demás me dijo aliviado:

- Kufisto, si vuelve ese y pregunta por mi dile que me he ido. 

Salí con Gustavo, el chico que a veces habla solo, a fumar a la puerta de la calle. Todavía no eran las tres y ya todo era sombra en la acera de nuestro bar.

- Así es como noto el cambio de hora, Gustavo -le dije- Hace unos días todavía había bastante sol por aquí-

Continuamos la conversación que habíamos llevado dentro del bar. No sabía que el evangelio de San Juan, que había tomado por apócrifo, es canónico, que viene en la Biblia. Se lo expliqué. 

- Es el diferente, el "especial" Están los de Mateo, Marcos y...Lucas, que más o menos vienen a ser lo mismo, pero el de Juan es más original, más subjetivo. No olvides que fue "el discípulo amado del Señor"-
- No estoy bautizado -respondió-
- Bueno...

Habló de algunos libros de JJ Benítez. La otra madrugada me reenvió por wasap unos audios con su voz. Era la primera vez que lo hacía y dejé pasar unos días hasta decidirme a escucharlos. En ellos hablaba a otro amigo sobre algo terrible que había descubierto gracias a un péndulo. El primero duraba dieciséis minutos y el segundo era una especie de coda de tres. Los escuché tres veces seguidas.

No le he dicho nada. Tampoco él ha preguntado. 

El viento cortaba algunas de las secas hojas de los árboles de la soleada mediana de enfrente, apenas separada de nosotros dos por unos pocos metros. Allí, a diez pasos, en su hora, todavía estaba el sol. 


Y fue entonces que pensé que todo aquello era demasiado bueno. Y entonces, de repente, apareció el pobre niño rico con su coche en compañía del viejo buscavidas. Y supe que todo se había acabado y deseé que al menos mi buen amigo Gustavo tuviera la intención de irse del bar.

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