jueves, 27 de julio de 2017

FARISEO

Sonó el telefonillo. Desperté y miré la hora en el móvil. Las 13:25. Podía ser que fueran ellos en plan sorpresa, los del colchón nuevo que ya lo será mañana. Descolgué. Pregunté y sólo oí el chirriar de la puerta. El cartero. Los carteros siempre llaman hasta que alguien les abre. Regresé al sofá. Ahora quien sonaba era la alarma del móvil. Las 13:27, hora de volver al bar. Llamé a mi madre, descolgó y como si yo fuera Hitler con su Barbarroja le dije que echara para atrás la "operación colchón" abierta hace dos semanas, que precisamente ayer había encontrado un apaño. Ella me dijo que si estaba loco y colgó un rato antes de darme cuenta. No estaba dispuesto a dormir una noche más en esa cámara de tortura. Ya son tres meses. Pero la terquedad de mi pobreza consiguió que aguantara dos y medio. Y hoy era el día D. Y a las once y media mi madre me llamó para decirme que se había abortado el plan, que sólo podían haberlo hecho cuando yo todavía estaba solo en el bar. Me gustan tanto las sorpresas como un rotulador blanco a un tonto.

- ¡Pues haberme llamado, joder! ¡Hubiera cerrado el puto bar o lo que fuera! ¿tú sabes la noche que he pasado hoy? ¡Me cago en Dios...!

Y colgó por primera vez.

Decidido a romper con todo me vestí pensando en todos esos años en los que no eres más que un muñeco que no puede ni limpiarse el culo. Y reafirmándome en el imprevisto ayuno de hoy y en mi quinto día sin fumar fui para el bar con la idea de terminar el turno con una purificación tal que pudiese soportar una noche más sobre un colchón que me odia casi tanto como yo a él. Los fariseos vinieron a mi cabeza mientras el ascensor bajaba a las cocheras. Le di caña al Hot Rats de Frank Zappa y se fueron.

Llegué al bar y no había nadie, o casi. Me senté en un taburete junto al ventanal y miré el teléfono. Así estuve hasta casi las tres, que llegó un conocido drogadicto de familia bien con su moto nueva. Y todo empezó a desmoronarse.

- ¿Quieres probarla, Kufisto? -me dijo
- No, no...

Mi hermano pequeño sí la cogió. Y entonces rompí el ayuno con unas patatas al alioli y un copazo de cerveza.

El colega no paraba de hablar. Le dio por acordarse de su hija y del tema pedófilo. Empezó a contarme las torturas que tenía preparadas en el caso de que alguien le hiciera algo a la hijita que ahora está pasando el verano con él pero que pronto volverá a la muy lejana vera de su ex y su novio, con los que se lleva muy bien aunque al principio casi los mata. Sus ideas torturoides eran tan magníficas que tuve que echarme un cubalibre y pedirle un pito. Mi hermano volvió del paseo en moto y se fue. Y yo me quedé con el chico de la moto.

- ¿Tú no te metes, Kufisto? -me dijo la segunda vez que iba de camino al water
- No, joder, no...No me lo digas más veces, coño -respondí echándole un buen trago al Johnnie con agua
- Vale, vale...Si yo no digo ná
- Pues eso

Y en esas andábamos, tortura va tortura viene, cuando llegaron dos de los nuevos travelos que trabajan en el edificio de enfrente.

- Dos cervezas, por favor.

Se las puse y aproveché para echarme otra copa. El de la moto también se pasó a los cubalibres.

- Dame un pito, coño -le dije

Nos salimos fuera y abrí bien las puertas. Vi una pequeña bolsa de basura en su margen izquierda.

- Oye -les dije- ¿podéis quitar esto de aquí?
- ¡Oh, claro, claro, cariño...! -dijo la rubia- Es que iba a tirarla pero no he visto ningún contenedor...
- Ya, claro -dije sabiendo los cuatro que tienen a quince metros de donde follan- pero aquí no queda bien...Mejor tírala ahí, en esa papelera
- ¿Pero no dirán nada?
- No creo que nadie te diga nada con la que está cayendo.
- ¿Pero cabrá?
- Cabrá

La tiró. Y entró.

- Pues tenías razón -dijo
- Sí...Suelo tener razón
- Jijiji

Entró a sentarse con la negra.

- ¿Te has fijao en el corte que lleva bajo el cuello? -me dijo el de la moto
- No (luego me fijé y vaya que sí lo vi)
- Jodeeerrr...Eso es que le han hecho el cuello o algo...Esta gente, también la vida que lleva...

Pasamos adentro. El chico de la moto paso al water y en esas llegó el ciego.

- Aquí, Paco, aquí...
- Ah, vale
- ¿Nos pone otras cervezas, señor? -dijo la rubia
- No, yo no quiero -dijo la negra
- Pues sólo a mi, cariño -dijo yéndose a la calle para hablar por el móvil

El chico de la moto miraba medio escondido desde la entrada al water, papela en mano, mirando a la negra. Esta lo miró y volvió a chupar de su copa, ya casi vacía, y no se movió.

El ciego habló. El de la moto salió. La rubia volvió y se fue con la negra. Los teléfonos echaban humo.

- ¿Crees que tiene rabo, Kufisto? -me dijo el chico de la moto
- Fijo
- Ahhh...¡menudo culo!
- Sí
- ¿De quien estáis hablando? -dijo el ciego
- De dos que había por aquí -dije yo
- Jujuju...
- Te vas a venir conmigo -le dijo el chico de la moto al ciego- ¡Nos vamos a ir de putas!
- Jujuju
- En mi moto...
- No, no...
- ¿Por qué?
- Porque no...¿Y si se entera mi madre?
- ¡Qué se va a enterar!
- Que nooo...

Me eché otra y saqué un paquete de tabaco. Empecé a pensar en volver a escribir. Salimos a fumar.

- ¿No lo habías dejado? -dijo el ciego
- Es sólo una parada técnica -dije yo
- Jujuju...Kufisto siempre está haciendo paradas técnicas
- Sí

Pasé. Al rato se fueron los dos, cada uno por su lado. Salí a fumar y llegó un viejo amigo con su sucia furgoneta. Aparcó en el paso de cebra.

- Joder, Kufisto, no me había enterao...
- ¿De qué?
- De lo de tu padre...


Bueno, ya casi va a hacer cinco meses...


A estas horas de su último año y medio yo estaba con él viendo una de aquellas viejas películas de vaqueros en su casa.


Era muy bueno reconociendo a los actores.


Era el mejor.


Era el mejor.




miércoles, 19 de julio de 2017

GOMA DOS

No recuerdo despertar con tanto sueño. Me duché con agua casi fría y me afeité cuando el ascensor ya me había dejado por primera vez en las cocheras. A la cuarta comprobé que todo lo demás estaba en orden. Y me fui para el bar con quince minutos largos de retraso.

No vi ni al ciego ni al gitano en la puerta y tiré calle arriba para los churros y la prensa. Abrí el bar dándole una patada al estrujado paquete de Rothmans del ciego y a los tres o cuatro pitos que había devorado mientras me esperaba. Saqué la terraza y poco después, cuando yo ya había hecho todo lo que él tiene que hacer, llegó el tano y se excusó diciendo algo de los ojos de su mujer. Le di lo que le doy cuando no hace nada y se fue.

Llegaron los habituales y yo seguía sin dar pie con rothmans. Uno me dijo que tenía cara de otro. Yo le dije que sí y algo más. Llegó Pepe mientras hacía tiempo para la quimio y me dijo que ayer habían estado su mujer y su hija por aquí.

- Joder, pues no las vi...¿a qué hora fue eso? -pregunté en el mismo momento que venían a mi cabeza las piernazas, las tetazas, y la indescriptible juventud de la chavala que había venido al bar junto a su madre en la tarde de ayer, esta que se quedó como si le enunciaran el ataque de los cuatros peones en la defensa Alekhine cuando oyó al ciego vocear que ayer era la Fiesta Nacional.
- ¡Coño, pues a eso de las cinco o así! -dijo él
- Ahhh...síiii...Tu chica, sí...Joder como va estando la muchacha, sí...No las reconocí.

Le sentó mal, lo vi. Es un tío eléctrico, sanguíneo, futbolero, madridista, español...

- Sí -dijo- Diecisiete años ya...
- "La madre que me parió...Entera me la comía"
- Bueno...¿y la Real qué, Kufisto?

Poco antes de retirar los desayunos llegó una familia con su hijo tonto. Ya los conocía de otras veces. Vienen cuando le toca. El chico pasó directo hasta la vitrina de la barra donde tengo las naranjas y todo lo demás. Pidió una antes que nadie dijera nada. Llegó su madre, ya muy anciana, y le dijo que bien, que se tranquilizara y que si la quería pelada. El chico, el hombretón de cuarentaitantos años dijo que no y su madre me miró como que sí. Fueron a sentarse y yo me puse al tema: cogí la mejor de las naranjas, la pelé y la troceé en cuatro trozos. Iba a llevársela cuando pensé que quizá eran demasiado grandes aún para su brutal aspecto y la dividí en ocho, con su tenedor. Y fue dejarla en la mesa y decirme que me la metiera en los cojones, poco más o menos, que él la quería entera. Le llevé otra en toda su esplendor, sin cuchillo, y ahí se quedó mientras él daba buena cuenta del pedazo de bocadillo que su madre le había preparado. Luego pasó siete veces al baño para lavarse las manos y al final se fueron.

Ya estaba a punto de irme ante la llegada de mi hermano pequeño, de hacer un intermission en Espartaco, cuando llegó de sopetón mi amigo el religionario. "Kufisto tal, Kufisto cual, qué delgado estás, no hay trabajo..."

Y antes que dijera más llegó mi hermano.

- Me voy. ¿Te llevo?
- Bueno, pues sí...si quieres...Voy a una tienda religiosa
- ¿Qué tienda religiosa hay aquí?
- Ehhh...sí, hay una...
- Ahhh...Venga, va
- ¿Y tú donde vas?
- Bueno...a hacer recados y tal...la frutería, el ayuntamiento (mentira)...mierdas de esas...
- Pues déjame por ahí

- Yo es  que no sé, Kufisto, no sé...la cosa está muy mal -dijo ya en el coche, asaos.
- Sí, claro
- Dios es fuerte pero...
- Sí, claro
- Sí...oye, ¿qué haces para estar tan delgado?
- Ná, fuera harinas y fuera azúcares
- ¿Sí? ¿Nada más?
- Sí. Así funciona el tema
- Bueno...pues luego me paso esta tarde y me lo explicas
- Claro

- Bueno, aquí te dejo
- ¿Pero no te bajabas aquí? -dijo él
- No, no...es que antes tengo que hacer una cosa
- Pero si puedes aparcar...
- Ya, ya...Adiós
- ¡Nos vemos esta tarde!
- Claro

Me fui para casa y me tumbé en el sofá. Quince minutos. Fui al moro y encontré a una lolita exhibiendo su juventud a la vera de su madre, de las frutas y de las verduras a medio pudrir.

- Me cago en Dios -dije mirando las naranjas de julio-...¡Oye, Mustafá! ¿no tienes otras?

Vino y me enseñó las recónditas.

- Estas, Kufisto, estas...Te las dejo a uno diez.
- Joder...

La muchacha no hacía más que ir de malísima gana de acá para allá, de su madre a los pepinos, de los pepinos a las manzanas, de las manzanas a los plátanos, de los plátanos a las naranjas....


Estaba viendo pasar coches esta tarde cuando llegó el ciego.

- ¿Kufisto?
- Sí, cacho cabrón, aquí estoy
- Jojojo...¿qué te ha pasado esta mañana?
- Pues que me he dormío quince minutos
- Jujuju...
- Qué jodío
- ¡Jodío tú! -dijo-
- ¡Jodío yo que estoy medio calvo!, no te jode...Y tú ahí, so cabrón, con ese matojo de pelos
-¡Pelo canoso no se cae!
- ¡Claro, como que yo tengo tus años...! Me cago en la puta...44 y con menos pelos que el botijo de mi madrina...
- Haber estudiao
- Serás cabrón...ya, ya...pero de lo gordo que estás no hablas
- jujuju
- Sí, claro, ríete, ríete...
- Venga, Kufisto,...Tengo a mi padre malo. Lleva seis días sin  cagar...
- Eso es malo...
- Claro que es malo...
- Bueno, venga...vamos a fumarnos un pito.


Estábamos en la puerta del bar. Insistí con lo del pelo para que olvidara a su impedido padre, incluso recordando al mío.

- Joder, Paco -le dije viendo pasar los mil coches de todos los días
- ¿Qué?
- ¿Sabes que cuando nos morimos sigue creciendo el pelo y las uñas?
- Pues no
- Pues sí, así es...Hace algún tiempo me lo contó Antonio, el de la farmacia. Tenían que exhumar a no se qué familiar por no se qué movida y le tocó a él ir a verlo
- ¿Y?
- Pues nada, que abrieron la tumba y ahí estaba: entero después de cincuenta años; cero calavera, de was...Vamos, ¡como si se hubiera muerto antes de ayer!
- Ya...
- No es tan fácil estar muerto, Paco
- Eres tonto, Kufisto
- ¿Tonto?
- Tonto
- ¿Y por qué?
- Porque sí
- ¿Por qué sí?
- Pues sí -dijo afiánzandose en su bastón-
- El pelo sigue creciendo una vez muerto...
- Ya...
- Y las uñas también...
- Ya...¿Kufisto?
- ¿Qué?


Cuá.

lunes, 17 de julio de 2017

QUEDANDO COMO UN GILIPOLLAS (VOL. XXXVI)

Una hora larga esta mañana y media corta esta tarde. Ese es el tiempo que le he dedicado a un (otro) fracasado intento por ajustar las zapatas de los frenos de la rueda delantera de la bici.

Había quedado con el de la tienda para el viernes pasado. Una "potencia" (así la llaman) al manillar o adiós cuello, desafortunado compañero de mi vida y sustento de mi débil cabeza. Lo olvidé. Fui el sábado y estaba cerrado. Y esta mañana también. Allí, en la acera de enfrente, me he puesto a la sombra para terquear un rato con la Mecánica más básica, siempre cuántica para alguien como yo. A eso de las once y media, ya con las rodillas casi destrozadas, sudando como si estuviera desactivando la bomba más gorda, he cogido el dos y a duras penas, vencido y derrotado, he ido hasta la gasolinera como si estuviera escalando el Tourmalet.

¿Por qué a la gasolinera y no a mi puta casa? No lo sé.

Primero le he pasado la manguera. La bici estaba llena de barro desde la última gloriosa salida (30 kilómetros por caminos) y hasta a mi me daba vergüenza verla.

- ¿Tienes algo para sujetarla? -le he preguntado al operario. El chico ha desplegado un hierrajo que tenía delante de mis grandes narices y ha sido tan amable de colocar en él la rueda trasera. Menos mal que soy cliente y me conoce.

Segundo problemón: donde echar la moneda. No encontraba la ranura. He estado a punto de volver a llamarle, pero gracias a Dios en el último momento he encontrado el botón correcto que daba acceso al monedero. Había cuatro botones. Le he dado al primero y casi me caigo. Una voz metálica, fría, femenina, indicaba algo que no podía entender bien, tal era el estruendo del chorro a presión. Finalmente, después de tres o cuatro minutos que se me han hecho eternos por aburridos, la cosa ha llegado a su fin con el agradecimiento de la robot y el mío. Después le he dado aire a mis flojas ruedas y a punto he estado de reventar la trasera; tanto que he tenido que quitarle un poco metiendo la llavecilla del buzón en el pitorro, cosa que me ha animado algo, lo suficiente como para echarme a un lado y volverlo a intentar con las zapatas. En esta ocasión he sacado en claro una rozadura en la cara interna de la rodilla derecha. Y ya, cagándome en todo, me he ido de allí para volver a mi casa, no sin antes parar otra vez para ajustar lo que buenamente pudiera, pues aquel Tourmalet se estaba convirtiendo en el puto K-2.

Y así, casi que con calambres en las piernas, conseguí llegar a casa.

La comida no lo fue. Cuando el telediario entra por su salón mis frenos saltan por la puerta de la calle. Me tumbé en el sofá de mi casa y esperé a dormir. Tampoco. Eran las cinco de la tarde. Bajé a la cochera, al trastero. Me fijé en una mesa que allí tengo y hasta hoy no había visto. Pensé que sería bueno para mis rodillas colocar encima la bici. Casi me estrello en el intento. Es tan pequeño el espacio que diez centímetros más hubiesen echado por tierra mi luminosa idea. Quizá a otro le sobraría un metro, pero tampoco soy bueno casando figuras geométricas o distribuyendo pesos. Nada otra vez. Cero. He llamado al tío de la tienda. Ahora sí estaba, ante mi estupefacción. Le estaba explicando mi problema lo peor que podía cuando se ha cortado la comunicación. He salido a la calle para recuperar la cobertura y algo de lucidez.

- Vente para acá -ha dicho. Y al colgar he tenido la sensación de que ha acabado la frase con el "anda" reservado a los zotes.

Para allá me he ido. El infierno. El bochorno. La condenación.

Al llegar estaba hablando con uno con pinta de pijo. Me he fijado en su bici de carreras, preciosa, moderna, ligera, bien montada. Después he reparado más en él y he creído reconocerle del bar. Un médico. Él ni siquiera me ha mirado y el de la tienda me ha dicho que esperara un momento. El pijo, el médico, el doctor, el padre, el amante, el cuentas saneadas, el ciclista anecdótico hablaba y hablaba sobre sus escapadas por la sierra de Madrid, subiendo puertos con su magnífica máquina, visitando lugares maravillosos y conociendo gente entrañable y campechana. He mirado mi Orbea de montaña, mi intermitente y traicionera compañera durante los últimos diez años, y la he agarrado bien del sillín ante el temor de que se fuera con él.

- Bueno, ¿qué te pasa? -me ha dicho al final el de la tienda viendo que el otro se iba a mirar coulottes.
- El otro día pinché...Bueno, no exactamente...Pinché pero...ya en casa, en el bar, es decir, que me di cuenta al día siguiente...Un amigo estaba por allí y se ofreció a reparármelo...en fin...Que al cogerla esta mañana he visto que las zapatas rozaban.

Ha enganchado la bici con una facilidad pasmosa. Ha metido el mismo cable que me ha traído de cabeza durante todo el día por algún sitio desconocido para mi y eso ha empezado a girar como dando un grito de alivio. "La rueda está al revés" ha dicho. La ha sacado y la ha vuelto a colocar. Todo en treinta segundos.

- Ya está.
- Gracias, gracias...¿qué te debo?
- Nada
- Joder, gracias...¿Entonces me paso el viernes para lo de la potencia?
- Sí, sí...Como te he dicho antes no tenían la tuya. Es antigua y por eso va a tardar un poco más, pero puede que el jueves ya esté aquí. Ya te llamo si eso.
- Bueno, pues adiós y gracias otra vez
- De nada, de nada...


En la puerta he pensado en los comentarios post-gañán que seguramente estarían produciéndose dentro.


Pero al dar un par de pedaladas se me ha olvidado todo y he sonreído calle abajo.


A veces tener una mala cabeza es bueno para su salud.

domingo, 2 de julio de 2017

LA MUERTE DE NUESTRO PADRE (y V)

En una de aquellas revisiones detectaron que su tumor en el pulmón se había extendido a la cadera y al riñón. Volvieron las sesiones de radio y quimio, aunque esta vez no fueron tan dramáticas como la primera. Con todo, cada día se le veía con menos fuerza. Dejó de venir al bar por el mediodía para tomarse su vinito en el bar de sus chicos. Pasó a tomárselo en casa con su cuñado y uno de mis hermanos. Pero él no perdía el ánimo.

Una mañana la oncóloga le dijo que iban a cambiar el tratamiento por otro que prácticamente estaba en vías de experimentación. Le explicó que era algo que estaba dando buenos resultados y que él iba a ser uno de los primeros en recibirlo, aunque por lo costoso primero tenía que pedir autorización. Aquel día llegó todavía más animado a casa. Mi padre, que lo fue de cinco hijos, tenía una fe ciega en los médicos. En los curas perdió la que tuviera cuando siendo niño uno le preguntó en el confesionario que si se tocaba.

- Me fui corriendo y se lo dije a mi padre. ¿Qué clase de tío le pregunta eso a una criatura?

Durante toda su vida creyó firmemente en Dios sin necesidad de pisar una iglesia. En la mesita del salón, durante toda su enfermedad, no faltaron estampitas de cristos y vírgenes que las mujeres de la familia iban dejando con sus mejores intenciones. Él creía que después de la muerte había algo, no sabía qué, pero algo...Estaba seguro de ello. La nada no tenía nada que hacer con un hombre tan lleno de vida como lo fue mi padre.

Dieron el visto bueno al nuevo tratamiento. No era tan pesado como la quimio, que tenía que estar dos o tres horas enganchado al goteo: bastaban treinta minutos para volver a casa. Y ya allí, y tal y como le dijeron, tres días de un cierto malestar general. Pero esos tres días resultaron ser todos. Y después de una semana teníamos que ingresarlo.

El segundo de aquellos ingresos fue por orinar sangre: el riñón estaba empezando a fallar. Ahí fue cuando por primera vez en mi vida vi el miedo en sus ojos. Los doctores, con la ayuda de sus ganas de vivir, consiguieron estabilizar el mal y dos semanas más tarde volvía a estar en casa. Pero no se podía dejar aquello sin tratar y cuando recuperó algo de fuerzas le dieron la tercera sesión del nuevo tratamiento, con parecidos resultados.

Era un domingo. Salí del bar y me fui a verle como todos los días. Llegué y mi madre me dijo que estaba orinando con sangre y que si nos íbamos al hospital. Él no quería y llamamos a nuestro médico de confianza, ya uno más de la familia desde hace muchos años. Nos dijo que si la cosa era muy escandalosa fuéramos a Urgencias, pero que en caso contrario él lo vería al día siguiente en su consulta y haría lo que hiciera falta, como siempre. Mi padre no dejaba de beber agua a instancias de su mujer para volver a orinar y en una de esas se levantó para ir al water. Para allá se fueron los dos ante mi atenta mirada. Entonces mi madre me llamó.

- Ven, Kufisto.

Fui y eché un rápido vistazo.

- Ya no está como antes -dijo él
- Parece que no -dijo ella mirándola y remirándola.

Y decidimos esperar al día siguiente. En la tele empezaron a poner "Todos a la cárcel" y mi padre y yo nos reímos tanto que mi madre nos miraba como si estuviésemos locos. Esa fue la última película que vimos juntos.

El lunes lo ingresaron. Al tercer o cuarto día pareció como si la orina volviera a salir clara, tanto que poco faltó para que diéramos por hecha otra increíble recuperación. Pero luego, pronto, llegó el bajón. Yo salía del bar, me iba al hospital, le daba dos besos y miraba la bolsa. Roja. Me quedaba allí diez, quince minutos, y después me iba.

- Kufisto no puede con los hospitales...-decían

Kufisto no puede con los hospitales ni cuando es su padre el que está dentro.

La segunda semana...la segunda semana ya todo fue a peor. El miércoles ya tenía muy mala cara. Se me hizo un nudo en la garganta al verle. En aquel momento sentí que mi padre no iba a salir vivo de allí.

El viernes le administraron morfina para los dolores. Nos dijeron que eso ya iba a ser cosa de cuidados paliativos y que el lunes le iban a dar el alta, ya sin más tratamientos que drogas para hacerle menos penosa la muerte. Cuando llegué a eso de las seis todavía estaba colgado del chute que le habían metido al mediodía. Su hermana, mi tía, estaba junto a él, llorando. La besé y cogí una silla. Ella intentó despabilarlo.

- Andrés, Andrés...Está aquí tu hijo, Kufisto...¡Despierta, hombre! -le decía cogiéndole del brazo que había estado acariciando.

Él abría los ojos, gruñía algo y volvía a cerrarlos. No podía, no podía...Cogí la mano de mi tía y nos quedamos mirándolo.

Llegó mi madre. Intentó despertarlo. Él nos miraba por un momento como si no nos conociera y volvía a dormirse. Finalmente llamamos a una enfermera. "Es lo normal" dijo. Le cogió por los pies, tan hinchados que daba grima verlos, y lo llamó por su nombre:

- ¡Andrés, Andrés! ¡despierta!

Y por fin, a eso de las ocho, se despertó un tanto.

- ¡Qué, coño, qué! -dijo, tan mal hablado como siempre. Y nos reímos.

Le di dos besos. Poco a poco fue recuperando algo de consciencia. Le trajeron de cenar. A duras penas lograron que se sentara a un lado de la cama. Comió algo con la ayuda de mi madre y volvió a echarse. Se habló de algo. Él bromeaba con las enfermeras, que se reían, como nosotros. A eso de las ocho y media me levanté para despedirme. Le di dos besos y le acaricié la mejilla. Y ya me iba cuando dijo:

- ¿Habéis visto que planta tiene?


Sonó el teléfono. Todavía era de noche. Mi madre.

- Kufisto
- ¿Qué? -dije por decir algo
- Que ya ha pasado lo que tenía que pasar. Vente para acá.

Me duché y me afeité. Desayuné. Cogí el coche y me fui al hospital. Estaba amaneciendo. Llegué justo cuando lo hacía uno de mis hermanos con su mujer. Subimos arriba y ya estaban todos los demás. Nadie decía nada. En silencio nos besamos y esperamos a que terminaran de arreglarlo para llevarlo al mortuorio. un enfermero lo sacó en una camilla. Una sábana lo cubría por entero. Me puse tras él y después de mi toda la familia. Bajamos una rampa y cogimos un ascensor. Dos guardias jurados nos esperaban a la entrada de la sala. Lo metieron en ella y un rato después preguntaron si queríamos verle. Mi madre, sus cinco hijos, su hermana y su cuñado pasamos para adentro. Le descubrieron y las dos mujeres se abalanzaron para abrazarle. Yo me salí. Poco después llegó el chófer de la funeraria y mi tío y yo nos fuimos con él para elegir el ataúd entre los que había en una habitación contigua. No tardamos nada en elegir uno y marchamos hacia el tanatorio. Allí hablamos con el encargado para escoger la sala y la iglesia. Nos dijeron que nos pasáramos en una hora y me fui a casa de mis padres. Allí estuvimos esperando mientras empezaban a llegar los familiares más directos. Y pasada la hora nos fuimos para allá.

Llegó la noche y por fin nos quedamos solos, velándolo. De vez en cuando alguien se levantaba, descorría la cortinilla y le daba a la luz. Y allí se quedaba un rato.

Amaneció. Uno de la funeraria dijo que pasara quien quisiera darle el último adiós. Pasaron. Y después no montamos en el autobús hacia la iglesia, una relativamente nueva.

Estaba llena cuando llegamos. Sus hijos, los cinco, nos pusimos en uno de los bancos delanteros, con mi tío. El cura dio su discurso y al final sacó las hostias. Comulgué el primero sin saber por qué. Luego me enteré que eso es pecado mortal sin haberse confesado antes. Después vinieron los pésames y allí estuvimos dando la mano, algunos abrazos y unos cuantos besos. Salimos a la calle. La mañana, todavía invernal, era tan gris y fría como se supone que es la muerte. Subimos al autobús y nos condujeron al cementerio.


Empezó a chispear en cuanto nos bajamos. Unos operarios cogieron el ataúd y lo pusieron sobre un carrillo que seguimos hasta el final. Una tía mía me cogió del brazo y de salir el primero casi que pensé que no llegaba a ver como enterraban a mi padre. Al fin llegamos y pillamos un buen sitio, aunque por detrás. Y entonces pasaron unas maromas alrededor del ataúd y lo bajaron a la tumba.


Un chico joven empezó a poner losas y cemento por encima. Primero una tanda y luego otra, hasta dejarla a ras del suelo, que llenaron con coronas de flores.


Y después nos fuimos a casa de mi madre, hice la comida, comimos y me fui para mi piso.


Me tumbé en el sofá.


Mi padre había muerto.