lunes, 18 de agosto de 2025

CHRISTINE

 No sabía qué hacer para pasar la tarde y pensé que era un buen momento para fregar los platos de la semana. Lo hice a conciencia, con satisfacción; el calor de todos estos días había podrido el agua acumulada en algunos tuppers y al removerla despertó del letargo en todo su hedor.
 
- Hija de puta -dije echando la cabeza para atrás- Te vas a enterar.
 
Media hora larga más tarde, justo en la parte del audiolibro donde el héroe descubre el trapezoedro resplandenciente, acabé de secar el último cubierto.
 
Limpié a conciencia los fregaderos y sus desagües pues la peste continuaba siendo perceptible pero creo que va ser cosa de las cañerías. Tengo un producto específico, lo había visto un rato antes mientras buscaba la lejía que no encontré. Tal vez se lo eche mañana si continúa igual. Quizá sólo necesite una noche de aire fresco. Yo también.
 
El calor en el piso era insultante. En la penumbra en la que llevo viviendo las tardes de los últimos tres meses me senté debajo del ventilador de techo del salón. Encendí un cigarrillo. Tenía las manos irritadas por el jabón. La cosa estaba poniéndose igual de fea que tantas otras veces para el curioso "buscador de lo oculto" del audiolibro.
 
Jugué un par de partidas de ajedrez online que perdí. La segunda fue una tortura, aguantando y aguantando desde el principio en posición inferior; sin embargo la primera la tuve ganada pero no encontré el camino en el final. Luego miro el análisis del ordenador y veo donde me he equivocado. El ajedrez siempre fue un juego cruel pero ha derivado en puro sadismo desde la irrupción de las máquinas. 
 
Ayer leí demasiado y hoy no tenía ganas. Aunque más que eso quizá fuese que no me apetecía nada meterme en el dormitorio, el único lugar donde puedo leer en estas condiciones meteorológicas. 

Recuerdo que cuando la cuarentena arrimé uno de los sillones junto al gran ventanal del salón y allí la pasé leyendo sin descanso nada más que el necesario y el dedicado al entrenamiento. Pero en la cama es otra cosa: las muñecas se cansan aunque sea un libro electrónico; de hecho las vendo antes de empezar porque sino me las jodo sin darme cuenta y luego no puedo ejercitarme con el saco ni con lo demás, así que muchos días los paso en su mayor parte como si fuera un suicida fracasado.
 
"¿Qué ver?" pensé, pues no tenía la cabeza para más ajedrez. Intenté hacer memoria por algo y así quedé, en el intento: no salía nada de mi disco duro. Pero Filmaffinity lo hace por ti; te echa una mano, te recuerda tus querencias, muestra las novedades y...¡novedad novedosa! ¡incluso encuentra tus almas gemelas! ¡tus almas gemelas! ¿tengo yo alma? ¿hay alguna alma gemela a mi?
 
Miré y encontré una ristra de películas de mierda haítas de westerns que hace décadas no veo. 
 
"¿Estas son mis almas gemelas?"
 
Por un instante pensé en volver a la página de ajedrez, incluso se me pasó por la cabeza encerrarme en el dormitorio y ponerme a leer "Memorias del subsuelo"
 
"Conoces mis querencias, mis valoraciones, mis críticas ¿y me dices que estas son mis almas gemelas?...Dios, ¿eres Tú? ¿también aquí? ¿pero qué te he hecho? ¿qué cojones te hice?"
 
Tiré de memoria.
 
"¿Qué quiero ver?...venga, novedades, novedades...como Mocedades, Maitechu Mía, ¿recuerdas cuando eras niño y te gustaba tanto esa canción?, hubo noches en las que te quedabas en el coche de padre, oyéndola una y otra vez mientras toda la familia, padres y tíos, hermanos y primos, estaban dentro del bar. Allí estabas tú, solo, con los pestillos bajados y cantando a voz en grito con Amaia, ¡qué gran voz!, la suya claro, no la tuya, ya entonces no tenías voz para eso, bueno, ganaste tres años consecutivos el concurso de canciones de Navidad del colegio, siempre con el mismo villancico, "El Tamborilero", los demás cursos se tiraban de los pelos, aducían trato de favor hacia nosotros, tan buenos chicos, mientras que ellos (mis propios hermanos entre ellos) intentaban darle una vuelta a esas tonadas tradicionales cagándola una y otra vez, a veces perdían la cabeza, ¡hacían incluso rock de un villancico!, ¿pero como puede ser eso?, ¿como podía ser eso?, normal que ganáramos, eran unos capullos, pero luego, muy pronto, ya fuera de concurso, todo eso cambió y apenas podías creer que hubieras tomado parte de todo aquello, ¡era una vergüenza!, ¡tú cantando el Tamborilero! ¡y no sólo eso sino a voz en cuello, con todo fervor, con todo el infinito fervor de aquella edad! ¡no! había que beber, que drogarse, que ser uno de ellos, o al menos estar entre ellos, sí...ellos lo olían, percibían que no eras como ellos pero más o menos te aceptaban y como por entonces no eras un cobarde sino todo lo contrario terminaste siendo uno de ellos (para ellos) hasta que todo se jodió aquel mediodía y entonces fuiste sentenciado y apartado por Dios y su gran Poder, que nunca, jamás, sabrás para qué coño tanto cuando al final es como decir que Mulholland Drive sólo es la historia de dos lesbianas buenorras que dan para paja y ya está y ahí se quedan y que las jodan y tú cantándole de todo corazón el Tamborilero los tres últimos años de tu inocencia en lugar sagrado de su fecha señalada y saliendo de allí ves que nada nada es como parecía y que todo es otra cosa y entonces qué cojones haces sino intentar ser otra cosa a cualquier precio y por supuesto viene el tío del mazo en una nube tu nube y me das un estacazo y me dices que tú no que llevas zapatillas o que no eres guapo o que eres raro o que te se te ve en la mirada que eres un anormal como aquel cerebro de Aigor o que la vida de tu viejo ha sido demasiado buena para que la de su primogénito sea una siquiera parecida..."
 
Probé con varias de mi memoria, todas conocidas, después de intentarlo con una novedad estrenada apenas hace una semana cuya copia era lamentable, grabada en screener. No creo que la vea cuando esté en condiciones. No me gustaron los cinco minutos que vi.
 
Después de algunos intentos elegí "Gritos y susurros" de Bergman, película que me encantó la única vez que la vi hasta el extremo de considerarla una de mis diez favoritas de siempre. Pero al llegar la escena de Liv Ullman y su cornudo marido clavándose el cuchillo en el riñón la quité.
 
Un tanto espantado por mi falta de riego de cerebral que me hacía incapaz de pensar en nada pulsé en el buscador y ante mi aparecieron parte de las películas buscadas durante estos últimos meses, todas reconocidas una vez señaladas por la memoria de la máquina, de la buena máquina prima hermana de la del ajedrez donde juego.
 
Y entonces, haciendo scroll, vi una en modo pause, una titulada "Christine" Enseguida recordé que era la de esa periodista americana que se suicidó en directo y lo dejé estar: la peli era muy mala hasta donde la había visto y no tenía ningún deseo de acabarla. Pero entonces recordé que había una del mismo título que había visto durante mi adolescencia. La del coche. La de Stephen King. Y me puse a verla.
 
 
Y tanto estaba gustándome que cuando el héroe discutió con su novia en el cine para coches la paré y me puse a escribir una historia. 
 
 
 
 

miércoles, 13 de agosto de 2025

A HARD DAY'S MORNING

 - ¡Portate bien, bebé! -le dijo la madre con una gran sonrisa que el crío, absorto con las bolitas del imperdible del chupete, no le devolvió- Me voy, Kufis, que llego tarde. ¡Ah, y dile a tu madre que hoy no ha hecho caca! Y muchas gracias, como siempre.
 
Y ya a los mandos del carrito eché a andar calle abajo.
 
La primera churrería de nuestro trayecto estaba cerrada, lo que fue una novedad en este mes y medio. Se lo dije a Leo que no me hizo caso:
 
- Mira, Leo, hoy no hay churros aquí. 

En la plaza el estanco todavía estaba cerrado. Otros días lo pillamos abierto, pero es que esos días salimos un poco más tarde. Cruzamos otro paso de cebra y vi que hoy tampoco estaban esos dos cincuentones sentados en uno de los bancos bebiendo botes de cerveza del chino. Reconocí a uno de ellos en uno de los primeros paseos. No le dije nada. Estaban de espaldas (siempre están de espaldas) y no me vieron (nunca me ven) Además que nuestro conocimiento fue hace más de veinte años y en su mayor parte no fue más que unas cuantas conversaciones de borrachos. Él era mayor que yo, casado y con una hija, y ya entonces estaba totalmente embrutecido. A veces, durante estos dos últimos años, me he preguntado por esas cosas del pasado, aunque decir esto es decir demasiado porque tal cual viene el pensamiento lo dejo ir.
 
La segunda churrería sí estaba abierta. Entonces fue cuando Leo dejó de maravillarse con las bolitas blancas y empezó a mirarme, más porque le daba el sol en los ojos que otra cosa. Me puse de un lado para ocultárselo y él dio inicio a su habitual reconocimiento del entorno. Es gracioso porque saca uno de los bracitos del coche y así puede asomarse a los lados y dejar de ver a su tío. Se lo dije a la madre los primeros días:
 
- Oye, ¿y no será mejor que Leo vaya en la dirección del paso?
- No, todavía no. Más adelante.
 
Con David, mi sobrino de otro hermano, la cosa fue diferente desde el principio. Claro que han pasado cinco años y quizá los últimos estudios digan otra cosa. A mi madre, la pobre, ambas mujeres le han dicho como y de qué manera tenía que hacer esto y aquello mientras los chicos quedaban a su cargo: biberones, pañales, cogerlos en brazos, dormirlos...
 
- ¡A mi que he criado cinco chicos! -dice sonriendo. Pero no le molesta: no hay nada que le guste más que los críos. Nada menos el hombre con quien tuvo los suyos y este no está desde hace ocho años.
 
En las cercanías del parque pasamos junto a la pelu cerrada de una clienta del bar. Hace tres días la vi en la puerta despidiendo a una de sus clientas, una anciana en sillas de ruedas.
 
- ¡Adiós preciosa! -le gritaba con grandísima sonrisa.
- ¡Adiós, guapa! -respondía la anciana- ¡Y que te lo pases bien!
 
Nos vimos y, gracias a Dios, nadie saludó a nadie. El bigote me protege.
 
Algunas noches de este infernal verano de imposible sueño, intentando dormir en una habitación enfebrecida, con los ventiladores rugiendo en una batalla perdida, fantaseo con qué le diré a Leo cuando él sea un adolescente y yo un viejo.
 
Un día más (y ya van tres) la fuente de la roca del parque estaba seca. Leo sigue extrañándose porque es su favorita. Me mira con sus grandes ojos, nos miramos, vuelve a mirar la gran piedra seca y me mira otra vez. 

- Están limpiándola -le digo por decir algo.
 
De todas formas nos quedamos un ratito. A él le gusta y yo puedo fumar medio cigarrillo. Y además, aunque apenas queda agua en los aledaños de la roca, todavía un par de patitos negros andan por ahí, lejos de los blancos. 

En días como hoy, en las mañanas que salimos más temprano, no es raro ver los chuflitos en acción, cosa que le encanta a Leo. Pero hoy tampoco era el día. Agosto es un mal mes para el parque, supongo.
 
Más adelante nos encontramos con los grandes patos blancos. Paré el carro para que Leo volviera a verlos con atención. Andaban cruzando el camino para comer hierbajos con su prole. El macho alfa, del tamaño de Leo, se queda quieto, mirándonos de reojo. Leo lo mira todo y yo no pierdo de vista al pato.
 
Seguimos adelante y llegamos a los chorros de agua. Allí, los primeros días, tuvimos que aguantar carantoñas de las viejas que pasean. Luego encontré un sitio mejor, sombreado y con menos circulación, y pasamos un rato; él mirando hipnotizado los dos chorros de agua y yo terminando el medio cigarrillo controlando la dirección del viento.
 
Y aquí es cuando la cosa se podía torcer otra vez. Leo empezaba a estar cansado del carro.
 
Los primeros días de nuestro viaje fueron un conocimiento mutuo, pero cargar con un crío de doce kilos en el brazo mientras vas empujando el carrito a casi treinta grados durante más de un kilómetro no es cosa de risa. Las cucamonas valen durante algún tiempo pero sólo Dios y las madres saben qué hacer.
 
Abrevié para salir del parque. Veinte minutos nos separaban de nuestro destino final de todos los días. Leo parecía más molesto de lo normal pasada la visita a sus amados chorros de agua.
 
Hice porque mirara a los gatetes que íbamos encontrándonos en el camino, gatos famélicos comparados con la mía pero que sin embargo son en parte responsables del genocidio palomar que está adueñándose del parque, con la sola salvedad de la fuente de la roca. Es curioso pero muchas se dejan morir, lo he visto: simplemente se quedan paradas en la tierra, a veces durante un día entero, imposibilitadas de volar por el extremo calor o lo que sea, y los gatos llegan y se las comen si lo desean ya que también tienen sus adoradores que les llevan comida.
 
Leo empezó a echarme los brazos en plan "me muero de asco aquí metido y encerrado"
 
Como estos últimos días, eché mano de un colgante que el carro cuelga de uno de sus brazos y metí el dedo con la idea de hacer una gracia.
 
- ¡Mira, Leo, mira!
 
Pero Leo me mandó a pastar con sus brazos levantados. Las lágrimas hicieron acto de aparición.
 
- Oh, Dios, no...
 
Y entonces me vino a la cabeza Black Sabbath.
 
Mientras estábamos mirando los dos chorros de agua, no sé por qué, me vino a la cabeza el riff de "Black Sabbath" Y tal vez vez fuera porque llevo dos meses sin dormir bien o porque los dioses se apiadaron de mi pensé que quizá, si le ponía música, Leo podría calmarse y evitarme otro Calvario.
 
Y decidido a probar, en el último momento, cambié a los Sabbath por los Beatles 62-66. Después de todo esa fue la primera música que pinché en el tocadiscos de mi padre. Cogí el teléfono, busque el disco en la Red y acoplé el móvil en el colgante del carro.
 
Sonó "Love me do"
 
Leo se incorporó e intentó echar mano del teléfono colgante y parlante. Y así, manoseándolo, pasó el camino.
 
 
Sonaba "A hard days night" cuando llegamos a casa de la abuela.