miércoles, 10 de septiembre de 2025

HOT RATS

- Hola, ¿le das a la máquina?
- Tírale, no hace falta -respondí 
 

Los sábados dejaba activada la máquina del tabaco. El psiquiatra del hospital pilló su paquete de Camel y se fue sin despedirse, como casi siempre.

Era de Zaragoza. Me lo dijo una de esas raras tardes en las que cruzamos algunas palabras. A veces tomaba un par de cervezas (Voll Damm) y en alguna ocasión salíamos a la puerta a echar un cigarro. Hubo mañanas en las que lo vi devorar cinco porras con un gran vaso de café con leche acompañado de tres sobres de azúcar.

Calvo severo (apenas tenía cejas), con gafas "Buddy Holly style", el sanguinolento rostro moteado de pruritos con mala pinta, de mediana estatura y edad algo mayor que la mía sin embargo gastaba unas buenas espaldas. Había estado casado, tuvo un hijo, luego se separó y se vino para acá. Todo esto me lo contó como si yo careciera del don del habla.

 

La sección de psiquiatría del hospital eran clientes habituales de nuestro bar en el día del cierre de su semana laboral. Llegaban el viernes al mediodía y echaban unas cervezas antes de irse a sus lugares de procedencia. La inmensa mayoría eran mujeres aunque había un par de barbados maromos que más o menos controlaban el tema. Uno de ellos, sobretodo, las hacía mojar las bragas descaradamente. Con este hice amistad. Era de Valladolid pero vivía en Madrid con su chica, un pivonazo del copón que me presentó un fin de semana que la trajo para que conociera La Mancha. También cantaba en una banda de rock que no sonaba mal y estaba en Spotyfi.

- ¿Qué te parece, Kufisto?
- Joder, sonáis bien -respondí. Y era verdad. Sonaban bien. No era mi rollo pero sonaban bien.
 
Tan bien creía él que sonaban que muchas veces me confesó estar a punto de dejar su oficio para dedicarse a tiempo completo a la carrera musical.
 
- Bueno -decía yo mientras echábamos un pito en la puerta-, es una decisión arriesgada.
- Estoy hasta la polla, Kufisto. ¡HASTA LA POLLA! Este hospital es una puta mierda, ya no puedo más. Si tú supieras...
 
 El calvo nunca vino con ellos. Era nuevo, más viejo y pasaba de todo. Iba a su aire.


Eran las tres y pico de la tarde y un colega y yo estábamos comiendo algo. Un chaval vino a por tabaco.

- ¿Me la activas?
- No hace falta. Tírale.

- Oye, este DNI estaba ahí -me dijo dándome un carnet.
- Pero qué cojones...

El psiquiatra calvo mirando al objetivo.

Echamos unas risas.

- Una mañana que andaba fregando el bar antes de abrirlo -le dije a mi colega una vez se hubo ido el buen samaritano- llegó a pillar tabaco. Sin darme tiempo a decirle nada, ni no me pises lo fregao, se quedó paralizado y dijo "esto es el preludio de Tristán e Isolda" Yo tenía puesta la radio y el nota se quedó ahí, como en trance, hasta que acabó.


Bueno, a veces es mejor decir que tienes puesta la radio antes que reconocer que tú lo habías buscado en el Spotify porque es una música que te arrebata, pero las circunstancias mandan cuando Wagner es sospechoso de retraso para un camarero.

 Mi colega se fue y me quedé solo un buen rato. El Madrid estaba jugando con el Español en muchos bares que no eran el mío. Entró un gitanito de los de toda la vida y me preguntó por un negro.

- Marqués...Ese negro grande, alto...¿ha estao por aquí?
- ¿Qué negro?
- Sí, uno grande...alto...
- Sí, bueno, como todos
- Está por aquí siempre, joer...
- Bueno, hay varios, pero creo que sé a quien te refieres...¿qué pasa?
- Pues ná, que quedé aquí con él para un teléfono...
- Bueno, pues si lo veo le digo algo

Y se fue para abajo a seguir buscando.

Puse el "Hot rats" de Zappa y me entraron unas ganas locas de fumar. Encendí un cigarrillo, salí a la puerta y a la mitad pasé adentro para echarme un whisky. 

- Joder, qué bueno 
 
La mezcla perfecta. 


- ¿Me dejé el DNI aquí el otro día?
- Sí, toma.  
- Muchas gracias. Bueno, adiós
- Adiós.

lunes, 18 de agosto de 2025

CHRISTINE

 No sabía qué hacer para pasar la tarde y pensé que era un buen momento para fregar los platos de la semana. Lo hice a conciencia, con satisfacción; el calor de todos estos días había podrido el agua acumulada en algunos tuppers y al removerla despertó del letargo en todo su hedor.
 
- Hija de puta -dije echando la cabeza para atrás- Te vas a enterar.
 
Media hora larga más tarde, justo en la parte del audiolibro donde el héroe descubre el trapezoedro resplandenciente, acabé de secar el último cubierto.
 
Limpié a conciencia los fregaderos y sus desagües pues la peste continuaba siendo perceptible pero creo que va ser cosa de las cañerías. Tengo un producto específico, lo había visto un rato antes mientras buscaba la lejía que no encontré. Tal vez se lo eche mañana si continúa igual. Quizá sólo necesite una noche de aire fresco. Yo también.
 
El calor en el piso era insultante. En la penumbra en la que llevo viviendo las tardes de los últimos tres meses me senté debajo del ventilador de techo del salón. Encendí un cigarrillo. Tenía las manos irritadas por el jabón. La cosa estaba poniéndose igual de fea que tantas otras veces para el curioso "buscador de lo oculto" del audiolibro.
 
Jugué un par de partidas de ajedrez online que perdí. La segunda fue una tortura, aguantando y aguantando desde el principio en posición inferior; sin embargo la primera la tuve ganada pero no encontré el camino en el final. Luego miro el análisis del ordenador y veo donde me he equivocado. El ajedrez siempre fue un juego cruel pero ha derivado en puro sadismo desde la irrupción de las máquinas. 
 
Ayer leí demasiado y hoy no tenía ganas. Aunque más que eso quizá fuese que no me apetecía nada meterme en el dormitorio, el único lugar donde puedo leer en estas condiciones meteorológicas. 

Recuerdo que cuando la cuarentena arrimé uno de los sillones junto al gran ventanal del salón y allí la pasé leyendo sin descanso nada más que el necesario y el dedicado al entrenamiento. Pero en la cama es otra cosa: las muñecas se cansan aunque sea un libro electrónico; de hecho las vendo antes de empezar porque sino me las jodo sin darme cuenta y luego no puedo ejercitarme con el saco ni con lo demás, así que muchos días los paso en su mayor parte como si fuera un suicida fracasado.
 
"¿Qué ver?" pensé, pues no tenía la cabeza para más ajedrez. Intenté hacer memoria por algo y así quedé, en el intento: no salía nada de mi disco duro. Pero Filmaffinity lo hace por ti; te echa una mano, te recuerda tus querencias, muestra las novedades y...¡novedad novedosa! ¡incluso encuentra tus almas gemelas! ¡tus almas gemelas! ¿tengo yo alma? ¿hay alguna alma gemela a mi?
 
Miré y encontré una ristra de películas de mierda haítas de westerns que hace décadas no veo. 
 
"¿Estas son mis almas gemelas?"
 
Por un instante pensé en volver a la página de ajedrez, incluso se me pasó por la cabeza encerrarme en el dormitorio y ponerme a leer "Memorias del subsuelo"
 
"Conoces mis querencias, mis valoraciones, mis críticas ¿y me dices que estas son mis almas gemelas?...Dios, ¿eres Tú? ¿también aquí? ¿pero qué te he hecho? ¿qué cojones te hice?"
 
Tiré de memoria.
 
"¿Qué quiero ver?...venga, novedades, novedades...como Mocedades, Maitechu Mía, ¿recuerdas cuando eras niño y te gustaba tanto esa canción?, hubo noches en las que te quedabas en el coche de padre, oyéndola una y otra vez mientras toda la familia, padres y tíos, hermanos y primos, estaban dentro del bar. Allí estabas tú, solo, con los pestillos bajados y cantando a voz en grito con Amaia, ¡qué gran voz!, la suya claro, no la tuya, ya entonces no tenías voz para eso, bueno, ganaste tres años consecutivos el concurso de canciones de Navidad del colegio, siempre con el mismo villancico, "El Tamborilero", los demás cursos se tiraban de los pelos, aducían trato de favor hacia nosotros, tan buenos chicos, mientras que ellos (mis propios hermanos entre ellos) intentaban darle una vuelta a esas tonadas tradicionales cagándola una y otra vez, a veces perdían la cabeza, ¡hacían incluso rock de un villancico!, ¿pero como puede ser eso?, ¿como podía ser eso?, normal que ganáramos, eran unos capullos, pero luego, muy pronto, ya fuera de concurso, todo eso cambió y apenas podías creer que hubieras tomado parte de todo aquello, ¡era una vergüenza!, ¡tú cantando el Tamborilero! ¡y no sólo eso sino a voz en cuello, con todo fervor, con todo el infinito fervor de aquella edad! ¡no! había que beber, que drogarse, que ser uno de ellos, o al menos estar entre ellos, sí...ellos lo olían, percibían que no eras como ellos pero más o menos te aceptaban y como por entonces no eras un cobarde sino todo lo contrario terminaste siendo uno de ellos (para ellos) hasta que todo se jodió aquel mediodía y entonces fuiste sentenciado y apartado por Dios y su gran Poder, que nunca, jamás, sabrás para qué coño tanto cuando al final es como decir que Mulholland Drive sólo es la historia de dos lesbianas buenorras que dan para paja y ya está y ahí se quedan y que las jodan y tú cantándole de todo corazón el Tamborilero los tres últimos años de tu inocencia en lugar sagrado de su fecha señalada y saliendo de allí ves que nada nada es como parecía y que todo es otra cosa y entonces qué cojones haces sino intentar ser otra cosa a cualquier precio y por supuesto viene el tío del mazo en una nube tu nube y me das un estacazo y me dices que tú no que llevas zapatillas o que no eres guapo o que eres raro o que te se te ve en la mirada que eres un anormal como aquel cerebro de Aigor o que la vida de tu viejo ha sido demasiado buena para que la de su primogénito sea una siquiera parecida..."
 
Probé con varias de mi memoria, todas conocidas, después de intentarlo con una novedad estrenada apenas hace una semana cuya copia era lamentable, grabada en screener. No creo que la vea cuando esté en condiciones. No me gustaron los cinco minutos que vi.
 
Después de algunos intentos elegí "Gritos y susurros" de Bergman, película que me encantó la única vez que la vi hasta el extremo de considerarla una de mis diez favoritas de siempre. Pero al llegar la escena de Liv Ullman y su cornudo marido clavándose el cuchillo en el riñón la quité.
 
Un tanto espantado por mi falta de riego de cerebral que me hacía incapaz de pensar en nada pulsé en el buscador y ante mi aparecieron parte de las películas buscadas durante estos últimos meses, todas reconocidas una vez señaladas por la memoria de la máquina, de la buena máquina prima hermana de la del ajedrez donde juego.
 
Y entonces, haciendo scroll, vi una en modo pause, una titulada "Christine" Enseguida recordé que era la de esa periodista americana que se suicidó en directo y lo dejé estar: la peli era muy mala hasta donde la había visto y no tenía ningún deseo de acabarla. Pero entonces recordé que había una del mismo título que había visto durante mi adolescencia. La del coche. La de Stephen King. Y me puse a verla.
 
 
Y tanto estaba gustándome que cuando el héroe discutió con su novia en el cine para coches la paré y me puse a escribir una historia. 
 
 
 
 

miércoles, 13 de agosto de 2025

A HARD DAY'S MORNING

 - ¡Portate bien, bebé! -le dijo la madre con una gran sonrisa que el crío, absorto con las bolitas del imperdible del chupete, no le devolvió- Me voy, Kufis, que llego tarde. ¡Ah, y dile a tu madre que hoy no ha hecho caca! Y muchas gracias, como siempre.
 
Y ya a los mandos del carrito eché a andar calle abajo.
 
La primera churrería de nuestro trayecto estaba cerrada, lo que fue una novedad en este mes y medio. Se lo dije a Leo que no me hizo caso:
 
- Mira, Leo, hoy no hay churros aquí. 

En la plaza el estanco todavía estaba cerrado. Otros días lo pillamos abierto, pero es que esos días salimos un poco más tarde. Cruzamos otro paso de cebra y vi que hoy tampoco estaban esos dos cincuentones sentados en uno de los bancos bebiendo botes de cerveza del chino. Reconocí a uno de ellos en uno de los primeros paseos. No le dije nada. Estaban de espaldas (siempre están de espaldas) y no me vieron (nunca me ven) Además que nuestro conocimiento fue hace más de veinte años y en su mayor parte no fue más que unas cuantas conversaciones de borrachos. Él era mayor que yo, casado y con una hija, y ya entonces estaba totalmente embrutecido. A veces, durante estos dos últimos años, me he preguntado por esas cosas del pasado, aunque decir esto es decir demasiado porque tal cual viene el pensamiento lo dejo ir.
 
La segunda churrería sí estaba abierta. Entonces fue cuando Leo dejó de maravillarse con las bolitas blancas y empezó a mirarme, más porque le daba el sol en los ojos que otra cosa. Me puse de un lado para ocultárselo y él dio inicio a su habitual reconocimiento del entorno. Es gracioso porque saca uno de los bracitos del coche y así puede asomarse a los lados y dejar de ver a su tío. Se lo dije a la madre los primeros días:
 
- Oye, ¿y no será mejor que Leo vaya en la dirección del paso?
- No, todavía no. Más adelante.
 
Con David, mi sobrino de otro hermano, la cosa fue diferente desde el principio. Claro que han pasado cinco años y quizá los últimos estudios digan otra cosa. A mi madre, la pobre, ambas mujeres le han dicho como y de qué manera tenía que hacer esto y aquello mientras los chicos quedaban a su cargo: biberones, pañales, cogerlos en brazos, dormirlos...
 
- ¡A mi que he criado cinco chicos! -dice sonriendo. Pero no le molesta: no hay nada que le guste más que los críos. Nada menos el hombre con quien tuvo los suyos y este no está desde hace ocho años.
 
En las cercanías del parque pasamos junto a la pelu cerrada de una clienta del bar. Hace tres días la vi en la puerta despidiendo a una de sus clientas, una anciana en sillas de ruedas.
 
- ¡Adiós preciosa! -le gritaba con grandísima sonrisa.
- ¡Adiós, guapa! -respondía la anciana- ¡Y que te lo pases bien!
 
Nos vimos y, gracias a Dios, nadie saludó a nadie. El bigote me protege.
 
Algunas noches de este infernal verano de imposible sueño, intentando dormir en una habitación enfebrecida, con los ventiladores rugiendo en una batalla perdida, fantaseo con qué le diré a Leo cuando él sea un adolescente y yo un viejo.
 
Un día más (y ya van tres) la fuente de la roca del parque estaba seca. Leo sigue extrañándose porque es su favorita. Me mira con sus grandes ojos, nos miramos, vuelve a mirar la gran piedra seca y me mira otra vez. 

- Están limpiándola -le digo por decir algo.
 
De todas formas nos quedamos un ratito. A él le gusta y yo puedo fumar medio cigarrillo. Y además, aunque apenas queda agua en los aledaños de la roca, todavía un par de patitos negros andan por ahí, lejos de los blancos. 

En días como hoy, en las mañanas que salimos más temprano, no es raro ver los chuflitos en acción, cosa que le encanta a Leo. Pero hoy tampoco era el día. Agosto es un mal mes para el parque, supongo.
 
Más adelante nos encontramos con los grandes patos blancos. Paré el carro para que Leo volviera a verlos con atención. Andaban cruzando el camino para comer hierbajos con su prole. El macho alfa, del tamaño de Leo, se queda quieto, mirándonos de reojo. Leo lo mira todo y yo no pierdo de vista al pato.
 
Seguimos adelante y llegamos a los chorros de agua. Allí, los primeros días, tuvimos que aguantar carantoñas de las viejas que pasean. Luego encontré un sitio mejor, sombreado y con menos circulación, y pasamos un rato; él mirando hipnotizado los dos chorros de agua y yo terminando el medio cigarrillo controlando la dirección del viento.
 
Y aquí es cuando la cosa se podía torcer otra vez. Leo empezaba a estar cansado del carro.
 
Los primeros días de nuestro viaje fueron un conocimiento mutuo, pero cargar con un crío de doce kilos en el brazo mientras vas empujando el carrito a casi treinta grados durante más de un kilómetro no es cosa de risa. Las cucamonas valen durante algún tiempo pero sólo Dios y las madres saben qué hacer.
 
Abrevié para salir del parque. Veinte minutos nos separaban de nuestro destino final de todos los días. Leo parecía más molesto de lo normal pasada la visita a sus amados chorros de agua.
 
Hice porque mirara a los gatetes que íbamos encontrándonos en el camino, gatos famélicos comparados con la mía pero que sin embargo son en parte responsables del genocidio palomar que está adueñándose del parque, con la sola salvedad de la fuente de la roca. Es curioso pero muchas se dejan morir, lo he visto: simplemente se quedan paradas en la tierra, a veces durante un día entero, imposibilitadas de volar por el extremo calor o lo que sea, y los gatos llegan y se las comen si lo desean ya que también tienen sus adoradores que les llevan comida.
 
Leo empezó a echarme los brazos en plan "me muero de asco aquí metido y encerrado"
 
Como estos últimos días, eché mano de un colgante que el carro cuelga de uno de sus brazos y metí el dedo con la idea de hacer una gracia.
 
- ¡Mira, Leo, mira!
 
Pero Leo me mandó a pastar con sus brazos levantados. Las lágrimas hicieron acto de aparición.
 
- Oh, Dios, no...
 
Y entonces me vino a la cabeza Black Sabbath.
 
Mientras estábamos mirando los dos chorros de agua, no sé por qué, me vino a la cabeza el riff de "Black Sabbath" Y tal vez vez fuera porque llevo dos meses sin dormir bien o porque los dioses se apiadaron de mi pensé que quizá, si le ponía música, Leo podría calmarse y evitarme otro Calvario.
 
Y decidido a probar, en el último momento, cambié a los Sabbath por los Beatles 62-66. Después de todo esa fue la primera música que pinché en el tocadiscos de mi padre. Cogí el teléfono, busque el disco en la Red y acoplé el móvil en el colgante del carro.
 
Sonó "Love me do"
 
Leo se incorporó e intentó echar mano del teléfono colgante y parlante. Y así, manoseándolo, pasó el camino.
 
 
Sonaba "A hard days night" cuando llegamos a casa de la abuela.
 
 

 

martes, 24 de junio de 2025

INTO THE DREAM

 Yo venía de soñar y mi alma todavía estaba dentro del sueño cuando llegué al bar. Te vi nada más correr las cortinas de la puerta. Tú reías. Pasé a la barra, vacié los bolsillos y un mediodía más puse algo parecido a la música de mi sueño.


Mi hermano se fue. Entró un chico para sentarse con vosotras en una mesa. Se acercó a la barra y pidió una ronda de cervezas. Llevaba tatuajes en los antebrazos.

Cuando dejé la tuya, la especial acompañada de su tapa especial, me miraste fijamente, sonriendo, y dijiste gracias. Mantuve tu mirada sin ningún esfuerzo. En verdad no fue complicado. Mi alma todavía estaba atrapada en un sueño.

Sí, te recordaba de otros días en el bar. El camarero tiene memoria fotográfica. Entonces venías con otro tipo, uno a quien hace poco tiempo volví a ver en compañía de una elegante mujer, más o menos de tu edad, pero con las uñas de los pies muy bien pintadas. Lucía espléndidamente un vestido blanco con motivos rosas. Andaba sobre unos afilados tacones. También me sonrió dándome las gracias con los ojos. Yo la miraba cada vez que tenía que tirar una caña. Él, tu antiguo acompañante, tan educado como siempre, bebió un par de cervezas, lo recuerdo bien. Hablamos de algo mientras le tiraba la segunda. Es un hombre reservado.

- Me ha encantado tu arroz -me dijo ella.
- A eso te he traído -dijo él.
 

Sí, te recordaba. Y el recuerdo era mejor.

La música parecida a la del sueño seguía sonando en el bar. Y tú bebiste tanto como para alcanzar la escandalosa y constante carcajada compartida con tu amiga, aunque no por el chico de los brazos tatuados. 

Y entonces vi que te dormías, que caías en el pesado sueño negro de las luces encendidas. Tu amiga parecía muy preocupada. El chico de los brazos tatuados se acercó a la barra y pidió una botella de agua que no le cobré. Y cuando salí de lavar los platos no había nadie en vuestra mesa.


Ya era tarde. Todavía quedaba gente en el bar casi cerrado. Bajé las persianas y apagué el televisor. Cambié de música y esta vez puse la del sueño. Me senté en un taburete y encendí un cigarrillo. "Podéis fumar si queréis. Pero nos vamos"

Nadie más que yo encendió ningún cigarrillo. Me serví otra copa.

La gente continuaba hablando y riendo. Poco después se fueron, aunque no del todo. Con la llave echada oí que seguían tras la puerta. Yo ya había acabado pero no quería verlos al salir, no quería encontrarlos en mi próximo sueño.

Otra copa. Otro cigarrillo. La gente nunca se acaba de ir.


Y todavía estaban allí, hablando y riendo detrás de la puerta, cuando me fui del bar con media botella de Johnnie Walker bajo el brazo.
 
 

 

jueves, 19 de junio de 2025

NÁ, DÉJALO

 Me levanté de la cama, tomé un ibuprofeno, desayuné y salí a andar. Extrañado miré la falta de actividad previa a la apertura del súper de abajo. En la calle adyacente apenas se veía movimiento. Tomé la dirección habitual y vi a dos o tres paseantes y algún que otro coche con pocas prisas. Saqué el teléfono, entré en la Red y busqué por si habían tirado la Bomba en Oriente Próximo durante la noche. Luego recordé que era el cumpleaños de uno de mis sobrinos y pensé en él durante un rato para no olvidar felicitarle a lo largo del día. El conocido laberinto previo a la salida hacia las afueras permanecía igual de vacío y silencioso. Una señora de enorme culo barría en bata la fachada de su casa.
 
- ¿Pero qué pasa? -pensé- ¿será fiesta o algo? ¿hoy es jueves, no?
 
"Fiestas en La Mancha" pedí en la Red. Solícita mostró varias entradas al calendario de festividades del año en curso; pulsé una de ellas y entonces fue cuando me enteré que hoy era el día del Copus Christi, festivo en la región. 

Ya estaba cerca del campo, apenas a unos cinco minutos. He cambiado el trayecto de acceso, ahora es más corto y menos concurrido. 

"Entonces hoy -volví a pensar, quejumbroso- habrá más gente por los molinos" Y por un momento cruzó por mi mente la idea de ir al parque para evitarlos, pero en la tarde de ayer acabé baldado de tanto ejercicio que hago siempre que elijo pasear por allí (los altos árboles y sus anchas copas animan a ello) y como hace tiempo no me fío de mi mismo decidí seguir adelante.
 
Como tantas otras veces erré en mis previsiones. Encontré más gente, sí, pero no fue para tanto. Creo que la palabra "domingo", incluso "sábado", tiene mucha más fuerza que un número coloreado en rojo en el calendario. 

Bajando volví a cruzarme con un chaval que me saludó como el otro día. Claro que el chaval ya tendrá treinta y unos cuantos pero yo más. Yo no lo reconocí pero él a mi sí, que me lo dijo su madre antesdeayer en casa de la mía cuando fui a comer unas lentejas y a llevarme una botella de gazpacho:
 
- ¡Kufistín! 
- ¿Qué? - le dije sonriendo tras los dos sentidos besos de rigor. Lo que aguantó esa mujer cuando los cinco hermanos éramos pequeños no lo sabe nadie.
- ¡Ayer te vio mi hijo en los molinos! ¡A las siete de la mañana!
- ¿Ah, sí?
- ¡Sí! Me dijo que te reconoció 
- Joder...
- ¡Ay, Kufistín! ¡Siempre fuiste mi preferido! -dijo agarrándome la cara con sus trabajadísimas manos.
 
Saludé al posible hijo de mi muy querida Mari y seguí adelante.
 
Comí estupendamente a las once de la mañana. El dolor de hombros había desaparecido mucho antes. Ibuprofeno nunca falla. No hay nada como Ibuprofeno. Nada, excepto "Mulholland Drive"
 
Desperté otra vez tras una profundísima siesta. No quedaba rastro de dolor. Dudé qué hacer con el resto del día; el calor en el piso era tan insoportable que no podía pensar en nada más que escapar de aquí. Cogí el coche y me fui al parque.
 
Eché a andar sin más expectativas que no hacer el subnornal.
 
 
Hora y media más tarde corté.
 
 
- ¡Que te llama tu tío! - dijo el padre
- Ná, déjalo -dije yo
 
 

martes, 20 de mayo de 2025

MARIE LAVEAU

Marie Laveau cogió una cuchara limpia del desvencijado aparador y probó el caldo que por una hora llevaba cociendo sobre la flamante vitrocerámica que dos de sus diez hijos le habían regalado por su último cumpleaños.

"Todavía le falta..." se dijo. Y recordó su vieja cocinilla de butano, con sus hierros negros y su fuego azul y naranja, tan de su gusto; tanto que muchas veces durante los últimos años lo encendía por nada, sólo para verlo "No sé cocinar con esto...¿como se puede cocinar sin fuego?...Calor, calor...Esto es más un cataplasma...Esto es como cocinar para los enfermos...Esto es cocinar para los muertos"

Se sentó y bebió de su infusión, ya casi helada. Miró por la ventana y no vio nada más que su oscuro reflejo. Era tan de noche que por un momento pensó haberse quedado ciega. Y no viendo nada empezó a recordar.

La primera vez que le vio la polla a su marido este dormía la siesta con su tercer hijo, de apenas un año. El pequeñín se había despertado y ella era la única que había oído algo más que ronquidos. Ella siempre había oído a sus hijos aunque estuvieran al otro lado del océano. Fue a recogerlo para que no molestara a su padre y lo vio jugando con su enorme pene. Marie se quedó un momento en la puerta, sin reaccionar y sin poder apartar la vista de aquello. Casi gritó. Cogió a su hijito con mucho cuidado de no despertar a quien todavía dormía y salió de allí con el corazón en las entrañas.

Él había sido carnicero en la ardiente Argel hasta que hubieron de marcharse por temor a ser asesinados tras la independencia de la antigua colonia. Ya en Francia se reconvirtió en mecánico de automóviles, oficio que había aprendido cumplimentando a la patria que después los abandonaría a su suerte, cosa que jamás pudo olvidar y que a punto estuvo de llevarle a la cárcel algunos años después. Pierre Dubois era hombre de pocas luces. No le hacían falta. Él era fuerte y tenía la razón. Un hombre no necesita más para vivir. Aquellos hombres necesitaban tan poco que resultaban muy peligrosos para quienes no podían vivir sin todo lo demás.

Marie quería a Pierre. No había conocido a ningún otro hombre. Pierre también la quería aunque conoció a muchas otras mujeres; puede que aún la quisiera más por esto mismo. Y Marie lo sabía y nada decía. La peonza ha de enrollarse si quiere bailar gallardamente por el sucio suelo. Y allí, bien lo sabía Marie, no había más cuerda que la de ella. Y sus hijos...sus hijos...Ella tenía a sus hijos. Ella tenía lo que ningún Pierre podrá tener, por muy fuerte y mucha razón que tenga. Eran más suyos que de él. Ella los había llevado dentro, él sólo le había metido aquello dentro. Y esto es algo que ellos, los diez, acabarían sabiendo, sí...Es tan fácil tener toda la razón con algo tan evidente.

Cuando el último hijo se fue de casa, Pierre y Marie ya eran mayores, ya habían dejado de hacerse viejos para empezar a serlo. Pierre cayó enfermo algunos años después, pocos: primero una silla de ruedas y después una cama y una asistente social que iba tres veces al día a ayudar a Marie para darle la vuelta y asearle. Marie se acostumbró a verle el pene a su marido. Ya no le daba miedo. No hay mejor manera de perderlo que ver las cosas cuando no quieren que las veas.

Pierre dejó de hablar, más tarde de ver y al final de oír. A todo se acostumbró Marie. A todo menos a no oírlo roncar.

Bajó al garaje y cogió una sierra eléctrica. Subió a la habitación y descuartizó a su marido. Ninguno se enteró demasiado. Le sacó el corazón y le cortó la polla. Puso un cazo a hervir y los echó dentro.

Dos horas después volvió a probarlo con otra cuchara limpia del desvencijado aparador.

"Esto sigue sin saber a nada" Lo apartó del calor y volvió a acordarse de su vieja cocinilla, de sus hierros negros y de su fuego azul y naranja, de sus diez hijos como diez soles y de su hombre, tan fuerte, grande y sucio como una montaña llena de carbón en sus entrañas...


Ahora había luz tras la ventana. Ya no se veía reflejada en ella y sí a la fría y lluviosa mañana que amanecía como si no tuviera muchas ganas de hacerlo. Y empezó a ver lo demás. Todo lo demás.


Cogió el abrigo, el bolso, el paraguas y salió a la calle.


- ¿Puede llevarme a Argel? -le preguntó al taxista
- No, señora
- Entonces lléveme a comisaria

jueves, 16 de mayo de 2024

EL TANGO DE SATÁN

 La niña, absorta, aterida por la lluvia y el viento, con su gato muerto colgando de uno de sus bracitos, mira por una de las ventanas. Hay gente mayor bailando torpemente al son de un acordeón que no deja de repetir la misma melodía. La niña no se atreve a entrar a la taberna.

Alguien se acerca. Es el doctor. Ella lo reconoce aún en la noche negra.

- ¡Doctor, doctor! -le grita cogiéndole del abrigo.
- ¿Qué quieres, niña? ¡Vete a la mierda!
- ¡Doctor, doctor!
- ¡Que me dejes te digo!
 
El doctor está borracho. La niña se va corriendo con su gato muerto. El doctor le grita:
 
- ¡Espera! ¿adonde vas? ¡espera!
 
Pero la niña no hace caso. 


- ¡Pedro, Pedro! -le dice a su hermano mayor- ¡Nos han robado el árbol del dinero!
- Fui yo, niña tonta. 
- ¡Pero el dinero también era mío!
- Tú no sabrías qué hacer con él. ¿Qué llevas ahí? 

Es un bote de matarratas. 

- Tienes toda la casa exterminada con esta mierda. Anda y vete por ahí. Estoy esperando a gente.

La niña se va con su gato muerto.


- ¿Qué haces mirando? -le grita su hermana mayor que acaba de recibir a un hombre- ¿No te dije que te quedaras sentada allí?

Le da un portazo y la niña regresa a su sitio, fuera de la casucha. Está lloviendo y la niña se refugia en su escondite secreto. Su gato la está esperando. Y con él arrullado en su regazo tararea una melodía.


- ¿Tienes el dinero? -dice su hermano
- Sí
- Échalo ahí, sobre el pañuelo.

La niña saca las monedas de su bolsillo.

- Bien -dice su hermano- Ahora hay que hacer dos nudos y dejarlos hacia arriba, esto es importante. Y ya está. Se cubre con tierra y a esperar que crezca el árbol del dinero.
- ¿Seguro que crecerá? -dice la niña
- ¡Claro! Pero tienes que venir a regarlo durante cuatro días. ¡No lo olvides!
- ¡Sí! ¿Y todos me envidiarán?
- ¡Por supuesto! Anda, coge la pala y llévala a casa.

Y la niña se va corriendo con la pala. 


- Te has hecho caca -le dice en el refugio a su gatito- Te has hecho caca -repite enfadada.

Y empieza a hacerle daño. Muy pronto será rica. Muy pronto el árbol del dinero la sacará de la miseria para poder dormir en la mejor habitación del mundo.


El hombre que había ido a estar un rato con su hermana se va. Y la niña entra con mucho cuidado y en un cuenco mezcla leche y matarratas. Después vuelve al refugio con su gato.
 
 
- ¡Doctor, doctor!
 
 
La niña anda toda la noche con su gato muerto. Camina y camina y camina...El bosque negro, la lluvia fría y el viento.


Amanece. Ahora ve unas ruinas pedregosas, tal vez de una iglesia. 


Y tendiéndose sobre ellas, dejando el gato a su lado, toma un puñado de matarratas y se lo lleva a la boca.