jueves, 29 de septiembre de 2022

RAIN

 - Hoy llueve, Kufisto -dijo el primer cliente de la oscura mañana.
- Lo creeré cuando lo vea -respondí- Es más: sólo lo creeré cuando sienta las gotas sobre mi cabeza. ¿Y sabes lo que te digo? Que ni aún así estaría convencido del todo.
- Jajaja...

Los últimos tres clientes del mediodía, un matrimonio y un hombre, se fueron tras apurar sus segundas cervezas. Gente educada y de profesiones liberales que pasaron el rato hablando de la pandemia y de sus felices viajes a otros países. Salí afuera, encendí un cigarrillo y miré los árboles marchitos de la mediana y el cielo gris.

Esta vez no me dijo nada. Con ojillos desesperados entró al bar.

- No hay nadie -le dije mientras lo hacía. Pero no lo creyó.

Pasé tras fumar una calada más y fui a la cocina a dejar el cigarrillo. No quería dejarla sola. No la vi al salir. Desconfiado, miré en los servicios y no estaba. Se esfumó en un par de parpadeos. Después de todo no había nadie. Se lo había dicho. 

- Dame algo para comprar algo -dijo la primera vez.
- No.

Y tiró calle abajo.

Hará ya cinco años que nos encontramos. Entonces me pidió para un billete de autobús y le di. Es algo muy socorrido, el viaje a otra parte y tal. La benevolencia no es mala, además de ser una bella palabra. El problema, como con todo, es encontrar el equilibrio entre ser benevolente o idiota. Y cuando un día tras otro ves que no se han ido sólo quedan dos opciones: o ya no hay autobuses o te han engañado. Y no hay día que no veas autobuses pasar delante de tus narices.

Eran las tres de la tarde. Todavía una hora y media por delante. Pillé el cigarrillo apagado de la cocina, salí afuera y lo encendí. El cielo entero estaba tan gris como azul cuando lo está despejado. El cielo era una nube. El cielo entero era una ligera nube enorme, infinita, pesada.

Pasé adentro, cogí el teléfono y fui al ventanal. 

Y poco después empezó a llover.


Y entonces fue que salí a la puerta del bar para oler la lluvia cayendo en mi cabeza antes de alcanzar el suelo.










viernes, 23 de septiembre de 2022

¡TÚ SÍGUEME!

 Ahí están. Son los Beatles. Es 1969 y se han reunido para grabar un nuevo disco, un documental y un par de conciertos en la BBC. La imagen es inmejorable, algo casi fantástico. "¿Pero como puede ser esta calidad?" Mi amigo Cujo dice que fue grabado en formato cine. Y Cujo entiende de estas cosas. 

Los Beatles ensayan en los estudios cinematográficos de Twickenham, Inglaterra. Una nave enorme, la 1, la principal. Uno tras otro, cada uno por su cuenta, van llegando dentro del flexible horario fijado. Paul trastea con el bajo. George y Ringo, medio dormidos, le miran sentados sobre la tarima de la batería. De repente algo toma una cierta forma. Ya no son notas al azar, ya es otra cosa. Paul empieza a entonar la voz sobre el riff recién nacido. No dice nada inteligible, "nananananá..." Pero tú que lo estás viendo cincuenta y tres años después en el monitor del ordenador de tu piso en un pueblo de La Mancha reconoces al momento, sin lugar a ninguna duda, que eso que Paul acaba de crear ante tus ojos no es ni más ni menos que "Get back" 

¿Qué año era? ¿1985 o 1986? Bueno, tampoco es tan grave. Año arriba, año abajo seguías siendo un niño que hasta hacía nada se entretenía poniendo clicks de Playmobil sobre el plato del tocadiscos de tu padre, ese plato de cuatro velocidades que siempre acababas por poner a 78 revoluciones por minuto. Era una risa tanto para ti como para tus hermanos. Tu padre ya hacía tiempo que pasaba de la música, no le importaba, y de aquel trasto sólo tenías memoria para Luis del Olmo, el tipo aquel que todas las madres oían mientras hacían las cosas de la casa. 

Pero una tarde lluviosa llegas del colegio, te aburres y miras por ahí, hasta en el armarito aquel del tocadiscos que tanto te divertía cuando eras más niño. Ya eres casi un hombre, te haces pajas y muy pronto empezarás a fumar y a beber como los grandes. Follar será algo más difícil pero bueno, las pajas están bastante bien. En realidad ya te has hecho unas cuantas con la portada de ese disco de Santana, el "Abraxas" y su negra de grandes tetazas. No se te ocurrió ponerlo en el tocadiscos, desde luego, ¿quien lo haría viendo eso? ¿para qué?

Bien. Tienes doce o trece años, te acabas de hacer otra paja, llueve, no puedes salir de casa y estás aburrido. Tu madre está abajo en la tienda, tu padre trabajando en el bar, tus hermanos pequeños haciendo el gilipollas y los bebés...pues supongo que abajo en la tienda, con mama y la tía. Y entonces, de puro aburrimiento, te da por oír como suenan esos discos y probando entre Elvis, los Stones, Status Quo, The Who, Barrabás, Triana y Serrat acabas por fijarte en los Beatles, mejor en el doble rojo: 1962-1966. 

Y aquello fue aún mejor que tocar una teta. O eso imaginé al escuchar "Love me do"


Han pasado treintaiséis años. Ahora soy un hombre que poco a poco va deshaciéndose muy poco derecho desde hace mucho tiempo. La vida ha sido muy diferente a como la imaginé cuando era un niño. No todo ha sido responsabilidad mía, no, eso os lo puedo asegurar. Si en verdad hay Dios tengo muy buenas cartas bajo la manga. Y si no...pues nada. Hice lo que pude.

Amigos, bandas, mujeres, gustos, obsesiones, han pisado mi camino dejando profunda huella. Pero profundo no significa perenne, al contrario. Ya no hay nada perenne en mi salvo lo obvio, en mi caso todavía mi madre. El resto...

A veces me obceco: "Todavía me gusta esto o lo otro o lo de más allá" Pero la verdad es que ni esas pisadas profundas, profundísimas, las más profundas de todas soportan un análisis sobrio. Sólo bebiendo las reavivo. 


Al fin llega John con Yoko. George y Ringo andan acompañando a Paul para sacar "Get back" Está ahí. Acaba de nacer y ya está ahí, casi entera, tal cual será en su esencia. Paul empieza a cantar con palabras inteligibles y John, todavía medio drogado, le pregunta de qué va la letra.

- ¡Y yo qué sé! -responde- ¡Tú sígueme!


- Es increíble como se ve esto, Cujo -le dije a mi amigo.
- Sí. Pero es porque se grabó en formato cine...¿Puedo encenderme un pito de maría, Kufisto? -dijo tras echarle un vistazo a la persiana rota del ventanal del salón que me tiene en penumbra desde hace dos meses.
- Claro.


El olor a maría duró hasta después de mi siesta con todas las ventanas abiertas.


Cuando mañana venga a intentar solucionar mi problema le invitaré a comer y fumaré unas cuantas caladas mientras vemos a los últimos Beatles con otra botella de whisky a la mano.


Pronto acabarán las largas vacaciones y una vez más no habré sido capaz de escribir algo en condiciones.








martes, 20 de septiembre de 2022

CANDIDIASIS

 Desperté sediento y todavía borracho. Agarré el teléfono para mirar la hora. Medianoche. Encendí la lamparita del dormitorio. Miré por una botella de agua que tal vez hubiera traído conmigo antes de acostarme y no vi ninguna que no estuviese vacía. Ofuscado me levanté para ir a la cocina. La gata maullaba tras la puerta. "¡Maldita gata de los cojones! ¡Tú me has despertado! ¡Siempre igual, coño!" Abrí la puerta y allí estaba. 

- ¡Mauuu...mauuu!
- ¡Quita, zorra! -dije dándole una patadita en el lomo.
- ¡Mau! 

Y con odio pegué un portazo.

Y entonces sentí como la uña del pulgar de mi mano izquierda crujía bajo el quicio de la puerta. En dos segundos, los que tardé en llegar a la cocina, la uña se había puesto negra. 

Las manos me temblaban cuando al fin pude coger una botella de agua. El dolor era grande pero sentía la estupidez con mucha más fuerza: "Esto te pasa por gilipollas, ¡POR GILIPOLLAS!"

Regresé a la cama. Me dormí. Todavía estaba borracho.

A eso de las tres desperté preso de un dolor que no puede describirse con palabras. Los efectos del alcohol ya estaban pasando. 

Lloré, me acordé de mi madre a voces, llegué a darme de cabezazos con la pared. Encendí la lamparita y me levanté para comerme un ibuprofeno. 

Media hora más tarde estaba durmiendo.


Ha transcurrido casi una semana. Una semana de vacaciones, una semana relajada. La uña sigue negra, por supuesto, aún le queda. Tiene que crecer la regeneradora y todo eso, pero bueno, no es como en los pies que te dura un año, esto va mucho más rápido. 

Estoy de vacaciones. A mitad de vacaciones. Unas vacaciones largas, de casi tres semanas. La verdad es que los tres hermanos estábamos al límite con el bar. Hay que parar.

Me levanto temprano, no tanto como cuando trabajo, pero temprano. Salgo a andar, una cosa corta, nada de barbaridades. Vuelvo a casa, preparo la comida, hago mi tabla de ejercicios, me ducho, como, duermo la siesta y voy a ver a mi madre. Hablo un rato con ella, regreso a casa, leo, veo algo en Youtube y me voy a la cama no mucho más tarde de lo normal. Claro que con las siestas a veces cuesta conciliar el sueño y me dan las tantas. De todas formas no sigo durmiendo cuando veo que ha salido el sol. Ya habrá tiempo después de comer.


Es una buena vida. Una vida de jubilado. Despiertas, paseas, comes, no bebes, duermes, ves a tu madre y pasas el tiempo. Y así un día tras otro. Te miras en el espejo y las ojeras son menos. Te ves hasta guapo.  Te miras la uña y le das la gracias. ¡Quien sabe lo que hubieras hecho sin destrozártela! Es como Cándido. Nosotros somos cándidos. Y siempre lo seremos.




miércoles, 14 de septiembre de 2022

SOL DE OTOÑO

La gata andaba volviendo la cabeza hacia atrás, desconfiada; su cría, un macho ya un tanto crecido, retrasaba el paso entretenido en olisquear todo lo que encontraba a su paso. Un poco más allá un sucio plato de plástico vacío de comida señalaba el lugar de la ofrenda de todos los días, de todas las mañanas. "Será cosa de una anciana" pensé. La gata vio que me acercaba por el otro lado y no me quitó ojo mientras el gatete seguía a lo suyo, olisqueando las malas hierbas, tocándolas como quien todavía no está muy seguro de su inofensividad. Pasé adelante y me quité los auriculares. Sí, estoy de vacaciones. 

 Los pájaros del otro lado de la valla saludaban nerviosos un nuevo día en el parque; a la derecha, apenas cinco metros más allá, tras la valla de los institutos, una gran máquina rugía bajo el mando de un hombre: están techando una parte del patio de recreo.

 Al final de la calle peatonal, en los aledaños a una entrada secundaria del parque y en la vía de acceso a los institutos, vi al barrendero que pasa por el bar cuando lo abro. Era él, estoy seguro. 

 A lo lejos, ya circunvalando el parque, vi los primeros paseantes de la mañana, dos mujeres. Y llegado a la primera esquina me topé con el primer estudiante, un crío muy bien peinado por su madre que con el rostro contraído y la pesada mochila a la espalda caminaba con la mirada de los mil miedos. Y una infinita ternura me embargó por un momento. 

 Vi más estudiantes en la gran avenida; algunos algo mayores, guapetes, desenvueltos, tonteando con las niñas, que reían. Vi grupitos de tres o cuatro chavales, poco agraciados y serios, hablando en voz baja incluso entre ellos. 

 Era un sol otoñal, un sol amable, un sol muy alejado de su infernal apogeo, un sol al que empiezan a poderle las pesadas nubes, un sol que, agotado por el exceso, deja vivir incluso a quienes no pueden soportarlo.


 Y es tan grande el descanso que dejas que todo el mundo acaba por olvidar el daño que hiciste. O casi.




martes, 6 de septiembre de 2022

FUERA DE TI SE VA HACIENDO DURO VIVIR

 Entre voces y risas en el desierto bar, las dos mujeres se congratulaban de tomar las mismas medicinas ante la estúpida mirada del marido de la más joven. Los dos hijos de la pareja, niño y niña, miraban embobados horrorosas canciones en los teléfonos hasta que a la pequeña se le cayó el suyo al suelo. El padre la riñó, la chica se entristeció un tanto y la mayor de las mujeres, una gitana, la arengó para que arrancara a bailar la música que había estado viendo.

- ¡Baila, chiquilla! ¡Eso! ¡Alegría!

Alegría. Mi abuela también lo decía cuando ocurría algún leve contratiempo. 

"¡Alegría! -exclamaba- ¡No ha pasado nada! ¿Veis? ¡Ya está arreglao! ¡Alegría!"

La chica, contenta, bailaba empujada por la música del teléfono y los ánimos de la gitana. El chico, más pequeño, envidioso de la atención de su hermanita, dejó el móvil y tan torpemente como todos los chicos bailó como pudo junto a su graciosa hermana ante el jolgorio de los tres adultos. La madre, una mujerona rubia, muy blanca y de ojos claros salió a hablar por teléfono. El padre, un bruto inocentón, se acercó a la barra y pidió un chupito de ron miel, algo que no tengo, decidiéndose tras serias dudas por uno de crema de orujo. La gitana pidió una copa de lo mismo, todavía con la rubia fuera. Los chicos seguían bailando pero ya eran ellos quienes tenían que animar a los adultos para que los mirasen. 

Oí la llamada que recibió la gitana. Ella le decía que viniera para acá, para mi bar. "Oh, Dios..."

La rubia volvió a entrar sin dejar de llevar el teléfono pegado a la oreja, andando de acá para allá con mirada nerviosa en su rostro vulgar. Los chicos empezaban a jugar, gritar y corretear.

Un disminuido psíquico entró y enseguida supe que era quien había estado al otro lado del teléfono de la gitana. Tuve la sensación de conocerlo, aunque no lo miré mucho. La gitana, desde el ventanal, dijo que le pusiera un café con leche. Poco después la gitana pidió otra copa de crema de orujo. Apenas diez minutos más tarde todos se fueron. Eran las tres y media de la tarde. Una hora más y estaría fuera. En mi casa.


Abrí una botella de agua y me senté en la sombreada terraza. Todos los árboles de la mediana han perdido su verdor, incluso los protegidos del ocaso de sol por los edificios de enfrente, aunque estos todavía conservan algunas ramas con hojas verdes. 

Encendí un cigarrillo. Miré el teléfono. Oí el nuevo vídeo de uno que vive en su coche. Poco a poco, tan disperso como siempre, su habitual amargura fue transformándose en la carcajada que al final trae consigo la desesperación. Y reí con él, el teléfono pegado en mi oreja.


Llegué a casa y saludé a la gata, que maulló más de lo normal. Miré el comedero de su habitación y vi que estaba vacío. Me cambié de ropa y ya en el salón volví a comprobar que la persiana del ventanal no mejora tras un mes de reposo. Otra tarde en penumbra. Quizá un buen mago lo solucione un día de estos.


Ayer volví a leer a Huysmans, su "Allá abajo", terrible novela. Por primera vez en no sé cuantos años recé de rodillas mirando a poniente antes de irme a dormir, tal cual lo hacía cuando dejé de creer en Dios. Y al despertar tras un mal descanso volví a hincarme de rodillas, esta vez hacia Oriente, mientras con las manos juntas y la cabeza baja recitaba un Padrenuestro y un Avemaría en voz baja.


Tus milagros son lo de menos, no falta mucho para que puedan imitarlos...¿Pero sabes lo que más me sorprende de Ti, lo que siempre me ha maravillado...? Que pudieras aguantarlos; y no sólo eso, sino que los amaras a pesar de haberte tenido que vender por unos panes, unos peces y un poco de vino. Y con todo, los amabas. 


Peo fuera de Ti...fuera de Ti se va haciendo duro vivir.





sábado, 3 de septiembre de 2022

EL BUEN DIOS

 "Si ya tenéis huevos para salir, también los tenéis para trabajar. Y sino, no salgáis"

Los sueños de la vida se desvanecieron uno encima de otro. Quisiste ser astronauta, vaquero en el Oeste, espadachín, futbolista y mil cosas más. Aún desconocías que habías nacido en un país sin cohetes a propulsión y que del salvaje Oeste americano y la Francia del malvado Richelieu no quedaban más que representaciones encarnadas por actores. Y tú rezabas a Dios antes de dormirte para de mayor poder ir a la Luna, o matar a mil indios hasta encontrar a la chica que tenían secuestrada, o escupirle a la cara de ese infausto cardenal cuando, de rodillas, te pedía clemencia entre lágrimas. Tú eras el héroe victorioso. Pero Dios respondía a tus oraciones con otros sueños. Y así, de sueño en sueño, bajando de nivel al mismo tiempo que ibas haciéndote más grande, te diste cuenta de que Dios no te había elegido para nada de lo que tú habrías querido ser. Y entonces te cabreaste con Dios y dejaste de rezarle al comprobar que ya no era conseguir a la chica que te gustaba, no, sino que ni siquiera te ayudaba a aprobar los exámenes. Sólo quedaba dejar de estudiar o trabajar en algo. Y esto hiciste.

Un chico joven con un duro en el bolsillo se olvida pronto de Dios y de sus sueños. Sí, el trabajo era fastidioso, pero a cambio te daban tu dinero; el tuyo, el ganado por ti mismo. 

El dinero era lo más parecido a lo que te enseñaron que era Dios. Comportándote más o menos bien habías visto con tus propios ojos como quienes lo hacían del todo mal conseguían las cosas que entonces codiciabas: las chicas que no te hacían ni caso se iban riendo con ellos. El indio se llevaba a la chica por su propia voluntad. ¿Qué cojones estaba pasando? ¿Donde estaba Dios? Pero con el dinero conseguías cosas; a más dinero, más cosas. Tampoco era tanto como para hacer todo lo que querías hacer, ni mucho menos, pero al menos ya era algo y, lo que es más, una respuesta clara a tus deseos, un premio a tu valor. Pidiéndole a Dios estaba claro que acabarías vistiendo santos y cantando gorigoris con las abuelas.

Fueron años buenos, años inolvidables, años llenos de risas y experiencias, de rabioso presente, de olvido del pasado y despreocupación por el futuro. La vida era bella, la vida era el sueño, la vida estaba feliz de tenerte dentro de ella.

Pero aquello acabó de la misma manera que había acabado Dios: poco a poco, sin darte cuenta, la vida estaba empezando a aburrirse de ti. Y mirando hacia los que venían detrás tuyo terminó por dejarte. La vida es una mujer.

Hay quienes regresan a Dios y hay quienes van hacia la nada. Y hay quien sigue vivo por una explicación.


- Hoy no vamos a ir a trabajar, papa -le dije por el teléfono a mi padre hace treintaitantos años. Mi hermano no se atrevía.
- Joder...
- Estamos malos...
- Me cago en la hostia...
- Perdón
- ...
- ¿Papa?
- Mira, os voy a decir una cosa...Si ya tenéis huevos para salir, también los tenéis para trabajar. Y sino, no salgáis- Y colgó el teléfono con fuerza sin esperar ninguna respuesta.


En esas ando, papa. Sabes que nunca más volvimos a fallarte. Sabes que nunca más he vuelto a fallar.


Después de todo tú fuiste el único buen Dios que hizo todo lo que pudo para que al menos tuviera la oportunidad de soñar mis sueños.






jueves, 1 de septiembre de 2022

AMISTAD

 En otro tiempo un reencuentro como este me habría afectado de manera parecida al relato de un concierto perdido por el trabajo, como aquel de Pink Floyd en Anoeta. Escuchar las aventuras vividas, ver sus rostros y como, excitados por la memoria reciente, unos se pisaban a otros poco menos que entre gritos para dejar constancia de sus sensaciones era algo complicado de presenciar sin dejar una amarga huella. 

La amistad es una cosa que cambia con los años. Cuando uno es joven y un tanto introvertido es algo casi religioso. Sentirse cercano a alguien por uno mismo, por ser lo que eres, es algo muy hermoso. Claro que esas cercanías, esos sentimientos compartidos, estaban potenciados por el alcohol; pero todo el mundo bebía y no por ello hablabas con cualquiera a corazón abierto.

No conservo contacto con ninguno de aquellos amigos. Unos eran de verano, otros se fueron y algunos volvieron, pero ni aún entre los que se quedaron aquí tengo más conocimiento que un breve saludo cuando no una mirada hacia otro lado. Es como si vernos nos diera vergüenza. Es como si nos culpáramos los unos a los otros de las vidas que llevamos.

Es en Navidad cuando vuelven al bar los amigos que se fueron del pueblo. Pasan la Nochebuena con la familia y el 26 ya están de regreso a Ibiza. Y en esos tres días los veo por el bar.

Durante muchos años resultó cosa ardua soportar toda aquella felicidad. Al verlos con aquellas mujeres, todos bien puestos y en permanente estado de risa, tenía la amarga sensación de alguien que ha desperdiciado su vida tras la barra de dos bares familiares.


Le reconocí nada más darme la vuelta tras dejar las bebidas en una mesa. Él sabía que yo era yo, por algo había venido al bar, pero yo podría no haberle reconocido. Pero le reconocí. Y me acordé de su nombre.

Nos saludamos. Estaba muy cambiado, como yo. Hablamos de cosas leves, sin importancia; yo dije poco y él se explayó un tanto con su trabajo entre dementes y la novia que tenía en Albacete. A la gente le gusta hablar de sí misma. La gente no sabe hablar de otra cosa. Diles qué has comido y ellos no te preguntarán como lo hiciste sino lo que han comido.

Vino un amigo y cliente y se saludaron. Hacía tiempo y todo eso. Entonces el recién regresado le preguntó sobre qué andaba haciendo, si seguía con los bares y tal, algo que sólo puede preguntar quien hace más de una década que no viene por aquí. Pregunta incorrecta: mi amigo es camello y no te lo va a decir. Pronto se quitó de en medio para irse al ventanal donde estaba un amigo bebiendo cerveza.


- Bueno, Kufisto, me voy -dijo tras recibir una llamada telefónica en la que reveló el bar donde estaba.
- Nos vemos.
- Estaré por aquí unos días. A ver si nos tomamos algo.
- Claro.


Recuerdo lo que me dijiste todo borracho aquella noche, cuando éramos chicos, en una de esas fiestas fiestas que montábamos en el chalet de tus padres.


- Dame un beso, Kufisto.
- No. Levántate, anda. Estás muy borracho.