sábado, 2 de mayo de 2020

FLORES

Abrí la ventana. El sol ya estaba ocultado por el edificio de enfrente. Respiré. Olía a flores pero no vi ninguna. Tampoco las vi esta mañana cuando anduve cerca de ellas. Miraba a la gente que como yo había salido de sus casas sin tener la obligación de ir a comprar nada. Unos andaban y otros corrían. Había quien iba en bicicleta o paseando perros. El silencio era grande pero no triste. La gente estaba agradecida de estar ahí, sin más techo sobre nuestras cabezas que el sol naciente; era como si todos hubiésemos decidido que mejor no decir nada, como si el mero acto de hablar pudiera echar abajo todo eso que estábamos viendo y devolvernos en el acto a nuestras cavernas. Parecía también como si mirar cualquier cosa fuese algo fuera de lugar, un exceso, otro palo a esa débil rueda. Nos conformábamos con evitarnos lo suficiente y andar bajo la luz del sol entre el aroma de las flores silvestres que bordean el cementerio.

Cerré la ventana. La gata ya estaba debajo como calibrando el salto. Me da mucho miedo cuando salta hasta su quicio. Siempre lo he pasado mal en las escasas ocasiones que le he permitido hacerlo aunque ella pareciera estar como sobre en una autopista. Y más aún cuando leí lo de los gatos paracaidistas. Pero también es verdad que he leído demasiado.

Miré el cenicero. Demasiadas colillas. Leo demasiado. Es más fácil leer que escribir. También es menos malo.

La noche ha caído por completo mientras he escrito esto. Me ha dado tiempo a meter muchas, muchísimas más colillas en el sucio cenicero verde oscuro. Mañana cuando me levante lo vaciaré sobre el cubo de la basura, empujando bien para que a ninguna se le ocurra saltar. Colocaré los cascos vacíos en las cajas que hace casi dos meses dejé junto a la puerta de entrada y sin mirarla guardaré la botella donde no pueda verla. Cogeré el vaso, lo enjuagaré y lo quitaré de mi vista.

Pero después saldré a andar.


Y mañana sí que miraré a todo eso que huele tan bien aún estando tan lejos.

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