Creo que saqué Robinson Crusoe de la biblioteca municipal con él en mente. Algún día tendrá diez o doce años, o trece, y entonces le regalaré libros. Antes, lo he pensado bien, cuando cumpla seis o siete, más o menos en el momento en que el yo hace acto de presencia para no irse jamás, tendrá de mi parte cosas como mecanos o juegos parecidos, cosas constructivas, de encajar piezas hasta conseguir la forma. También libros de astronomía para chicos, cosas del espacio, con buenas fotos y números imposibles de creer. Puede que entre medias le compre un juego de ajedrez, uno bueno, de bonita madera, serio, nada de figuras decorativas pero con su libro de instrucciones con monigotes que ríen o están tristes y todo eso. Mientras tanto no le compraré nada. También he pensado más allá, hasta su adolescencia, hasta los dieciocho...Conversaciones para contarle algunas cosas, ciertas pautas, peligros a evitar o cuando menos tenerlos un tanto claros. Veo paseos, veo bancos en el parque, veo soles de mediodía entre los árboles y un chico que escucha y atiende a uno de sus muchos tíos, el más viejo de todos ellos, el más solitario. A esa edad, bien lo sé, nos llaman la atención esos caracteres aún entre aquellos por cuyas venas no corre nuestra sangre. Pero yo lo haré bien. Una buena parte de mi sangre es la suya y sabré hacerme entender con toda la delicadeza necesaria para un chico que estará transformándose en un hombre. No le esconderé nada. A ningún chaval le gusta eso. Lo sé bien. Pero se lo diré como hay que decirlo, sé como hacerlo, lo he imaginado muchas veces mientras me duermo.
Robinson Crusoe es una novela de mierda. Pero yo le daré una de esas ediciones para chicos, con dibujos a lápiz y todo eso, nada de fotos, como la que yo leí cuando era chico, bastante mejor de la que ahora he leído casi entera en su versión seria.
Ayer vi a Raquel, o más bien fue ella quien me vio. Yo salía de pagar una factura de luz en Correos y no sé como me reconoció. Yo llevaba calado el gorro de invierno y las gafas de sol y durante el trayecto de mi casa a Correos había tenido que ser yo quien saludara al paso a los conocidos que iba cruzándome por el camino, que invariablemente respondían con cara de sorpresa. De hecho, estoy seguro, algunos no sabían quien coño les había saludado. Pero Raquel, que sólo (o casi) me ve de Navidad en Navidad, me reconoció sin yo caer en ella.
- ¡Kufisto!
- ¿Eh? ¡Raquel!
Nuestro primer encuentro fue muy gracioso, al menos para mi. Hará quince años de esto.
Yo estaba en el bar, con un colega, bebiendo y tal, casi para cerrar el bar, y entonces llegó ella en compañía de otras dos chicas, bastante pedos las tres. Pidieron unas copas y pronto nos dimos cuenta de que eran enfermeras del hospital. Raquel, entre grandes risas, acabó hablando de como le había chupado la polla el fin de semana anterior al tío con el que estaba por entonces, un chaval al que luego conocí y tenía toda la pinta de un pardillo. Lo hacía con naturalidad, como quien escribe una historia que nadie leerá. Tampoco yo estaba sereno aún de servicio, pero oír a una mujer hablar así de una mamada a su novio borracho casi hasta la inconsciencia, hacer porque el pene se le pusiera duro, fue algo que llamó mi atención. Jamás había oído a ninguna mujer hablar de sexo de esa manera. Al final, ya a puerta cerrada, acabamos bebiendo todos juntos en amor y compaña, pero sin follar, cosa que tampoco hizo falta.
Años después se fue a Madrid, al Marañón, pero siempre venía por mi bar durante las fiestas de Navidad, o Semana Santa, o cosas así. Yo la verdad es que casi no podía entenderlo, es decir, que fuera tan cariñosa con un tío como yo. Casi que me reía por verla allí, con su gran y liberada sonrisa, yendo a mi bar para verme, besarme y saludarme y estar un rato conmigo; para mi era algo casi inconcebible.
Tenía una galga en su piso que supongo todavía tendrá en el que esté. Era una perra preciosa que según me contó había adoptado. Ya sabéis, "si no vales para correr te cuelgo y adiós", pero a veces falla el nudo y entonces la galga corre como mejor puede y con suerte alguien la lleva a su reserva de perros o lo que sea y la pone allí y llega alguien como Raquel y pasan muchos años juntos.
- Te veo mañana en el bar -le dije al despedirnos-
- Claro que sí -dijo ella con su grandísima sonrisa- Al mediodía, como siempre-
Echamos un rato hablando tranquilamente.
La verdad es que hoy no esperaba a nadie más que a ella. Pero el mediodía pasó y no vino ni aún durante el trozo de tarde que pasé poniendo cubalibres como un loco desatado, ya con el personal en modo fin del mundo.
Ahora volveré al bar, hay que recoger para la noche. Quizá esté allí, aunque no lo creo. Si la veo le daré otros dos besos, beberemos algo entre grandes sonrisas, puede que hasta las carcajadas y tal vez hagamos algo.
Después de todo es Nochebuena y todos los manantiales fluyen aún cuando menos lo esperas.
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