viernes, 22 de febrero de 2019

LO PEOR DE SIEMPRE

Lo peor siempre es esa última hora de inactividad. Te mata. Ya sea para bien o para mal pero acaba contigo. Has estado ahí, en acción, manteniendo el tipo y luego, después de acabado todo, aún debes permanecer una hora más en el sitio, guardándolo como si fueses un Mustang dando vueltas por las calles del pueblo. Eso te mata, te emperra, te deshace. Te lo digo yo.

Antes, a principios de los ochenta, cuando éramos chicos, los familiares nos daban de beber. Lo primero que bebí fue un poco de Martini rojo con mucha gaseosa. Estaba riquísimo. A veces, ya con los mayores medio borrachos, nos ofrecían un pito para fumar. Ahí siempre me negué. No podía soportar el humo. Un tío mío tuvo una gran decepción conmigo cuando en una Nochevieja en la que ya se iban de fiesta con mis padres me ofreció un cigarrillo.

- Toma, Kufisto, fuma

Yo tenía doce años y todavía no podía soportar el humo.

- No, no quiero
- Me cago en Dios, ¡fuma, joder!
- ¡Que no, que no quiero!

Y entonces lo cogió mi hermano menor y le dio dos chupadas y todos se rieron. Algo parecido pasó unos años después en una playa con una guiri de tetas gordas:

- No, contigo no -dijo después de haberse hecho una foto con mi hermano.

Aquella Nochevieja al cuidado de la yaya fue la primera vez en la que me cosqué de la película de los monos. Siempre la ponían en esa fecha. Era 2001.

Contígono ha sido una cosa bastante habitual desde entonces. Yo era el primero de cinco hermanos, estudiaba en una colegio de curas y aparte de mis aburridas primas de Madrid no había tenido contacto con ninguna chica. Mi hermano tampoco, pero él era diferente.

He tenido pocos amigos, quitada la adolescencia y más por la música que por cualquier otra cosa. Pronto dejó de importarme. Lo que más me gustaba era leer y que me dejaran tranquilo. De todos los amigos que tuve no conservo a ninguno. No me han hecho falta. A veces alguien me habla de ellos y le escucho como quien oye de llover. Puede ser que sea medio autista, aunque sea difícil serlo con un cuarto de siglo de barra de bar a tus espaldas.

La verdad es que me la pela. No tengo interés por nadie ni nada parecido. No hay nadie en mi vida que me obligue a creer en todas esas grandes cosas. Nadie.

Ayer me llegó uno. Venía de bajón, como siempre viene a verme cuando lo está. "No voy a hacer esto...no voy a hacer lo otro, no voy a meterme más..."

Cuarenta veces le he dicho lo mismo. Cuarenta y una que se lo diré. Cuarenta y dos antes de que entre en prisión.


Todo estaba bien en la calle del bar en esa última hora, todo. Los coches pasaban y la gente aplaudía con las orejas.



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