- Tienen buena pinta -dijo la guapa cajera al tiempo que los pesaba.
- Sí -respondí- Es verdad.
Ya un tanto blandos al tacto pero de irreprochable aspecto no puse ninguna pega. Claro que ella no los había palpado pero tampoco había dicho ninguna mentira; después de todo tan sólo se había referido a su apariencia, al aspecto, al color y a la forma, y así vistos sin duda alguna tenía razón.
Pagué y me despedí deseándole una buena tarde, cosa que agradeció.
"¡Qué tonto! -pensé mientras conducía de vuelta al bar- Podría haberle dicho que la pinta de los limones era buena pero no tanto como la suya. Seguro que lo habría agradecido. La chica es simpática y te mira a los ojos cuando te devuelve el cambio. Seguro que hablan de mi entre ellas, tienen tan pocos clientes que les da tiempo...Sí, no hay mucha competencia. Soy viejuno y tal pero me conservo bastante bien. Y la coleta me da el aire justo de outsider, de tío interesante, de renegado...¡Ay Kufisto, la madre que te parió! -sonreí acordándome del justiciero Lorenzo Lamas, el rey de las camas, en aquella merdosa serie de los ochenta- La madre que te parió"
Llegué al bar, abrí la puerta, dejé los limones para el turno de tarde, apuré el tercio de cerveza abierto, pillé algo de bebida que llevarme a casa, cogí el cigarrillo que había dejado en el cenicero, apagué el extractor y echando un último y rápido vistazo salí y volví a cerrar para esta vez sí no volver hasta mañana.
Bajé por la avenida echando una vistazo a las terrazas de los diferentes restaurantes. Estaban casi vacías, incluso las acristaladas, algo que me sorprendió. Tan sólo se veía movimiento en el de más abajo, el más célebre, uno que lleva el hijo de quien lo abriera allá por finales de los sesenta, uno que quiso ser cura y al final acabó en el negocio familiar. Es mayor que yo, ya andará por los cincuentaitantos, tiene pasta pero es esclavo de su trabajo y así se lo comenté una vez a alguien, a lo que fui respondido con la poderosa explicación de que sí, lo lleva él, pero también hay un par de hermanas por medio y...
Siempre me acuerdo del exitoso hostelero que lo hizo a principios de los noventa, de aquel que lo vendió todo y se largó a vivir a Mallorca para no volver más que en contadísimas ocasiones. Era amigo de mi padre y se pasaba por el viejo bar para charlar un rato con él. Pocas veces, muy pocas, he visto sonrisa semejante: no se le caía de los labios. Y luego ves a todos estos, a los cuatro factotums de la hostelería del pueblo, y no hay nada bueno en su mirada. Resulta imposible tenerles envidia o incluso odiarles por su encimahombrismo diluido en signos de riqueza, influencias políticas o el evidente abuso de sustancias. Pero aquel tío que lo vendió todo y se largó a Mallorca, sí: aquel tío daba envidia incluso a un chico de veinte años.
Mi mañana no fue mala; chinochano, chinochano (como se dice por aquí) la cosa fue para adelante al ritmo acostumbrado. Yo no había despertado demasiado bien, al contrario. Ya a eso de la una me desvelé por un escalofrío, aunque no tardé en volver a dormirme después de tirar un poco de las mantas. Hará un par de semanas que no hago la cama y ya se va notando. A eso de las seis abrí el ojo todavía soñando con ella. Es increíble pero trece años después todavía hay noches en las que sueño con ella. Hoy, sonriendo, sus ojos me decían que no me preocupara. Qué sonrisa...
Una hora después de haber abierto el bar llegó mi primera clienta, la nonagenaria, hoy acompañada por su hijo. Yo ya tenía enfilado el guiso del mediodía y más de las mitad de las pulgas. Entró al bar arrastrando su tacatá al grito de "¡Buenos días, compañero!" que a voces respondí desde la cocina y enseguida le serví el desayuno, café con leche y dos azucarillos, zumo de naranja y una porra que su hijo pagó antes de irse a hacer sus cosas.
- ¿Qué tal estás, hijo? -dijo mientras la servía.
- Bien, compañera.
- ¡Cuanto voy a echarte de menos cuando me vaya a Cantabria!
- Sí. Y yo a usted.
Jamás volverá a Cantabria. O al menos no como ella cree.
- Hijo -me dijo un rato después, ya solos, una vez bajado a su petición el volumen del televisor- En Cantabria todo es verde. El mar, los valles, lo bosques, las montañas...¡Pero aquí, en La Mancha...!
- Ya...-me acordé de Ruidera.
- ¡Aquí todo es...! - Y era como si se asfixiara a pesar de los casi treinta años que lleva viviendo aquí.
Quité el sonido de la tele que tanto le molesta y puse Ten Years After, su gran concierto en Woodstock. No protestó.
Luego, poco a poco, chinochano chinochano, fueron llegando los clientes, incluso ese bruto en compañía de un amigo que me hizo replantearme otra vez si no estaríamos mejor gobernados en manos de las ancianas nonagenarias.
Yo estaba malo y el guiso casi se jodió por circunstancias que no vienen el caso.
Pero el día pasó. El día del Padre. "Padrenuestro que estás en los cielos..."
"Estará bueno mi padre" pensé. Hace cinco años ya.
Hoy cerrábamos a media tarde. Mi hermano, el jefe, está de boda, y cerraríamos de cuatro a seis. A eso de las tres sólo tenía en el bar a un ex-presidiario con sus dos hijas, la rubia foca con la que ahora está, y una putilla que llegó a última hora.
Ya estaba mejor. Quizá hasta para echarme un chupito de whisky. Se fueron. Cerré, pasé adentro las dos mesas altas de la terraza con sus taburetes, eché la llave, apagué la tragaperras, bajé las persianas, barrí, fregué un poco, abrí un tercio y me rulé un cigarrillo.
Todo estaba bien. Encendí el extractor.
Y me fui a comprar limones.