miércoles, 17 de febrero de 2021

YOG SOTHOTH

A modo de chanza el youtuber lo anunciaba como el tío más loco del mundo. Un mostrenco polaco, ¡rapero!, hacía de anfitrión en su tierra a un periodista del ramo, un americano, un chaval negro de bondadoso rostro que atónito era testigo tanto de hecho como de palabra de un sinfín de barbaridades. El famoso youtuber español comentaba divertido todas aquellas aberraciones sin sentido. Terminé de verlo por encima (era corto) y tras pasar un rato buscando información del protagonista (que me puso mal cuerpo) me fui al dormitorio pensando que después de todo el mundo, la sociedad civilizada, no es tan odiosa como solemos pensar.

Ya en la cama puse en el teléfono un audiolibro de Lovecraft, y a punto estaba de coger el sueño cuando al apagarlo me desvelé. Volví a Internet, otra vez miré por aquel cafre y después de un rato navegando sin rumbo entre otros que andan tan mal despiertos como yo regresé a la desalentadora historia de Charles Dexter Ward; pero esta vez, prevenido, dormimos juntos.

No recordé nada de lo soñado, aunque bien podría ser que no lo recuerde ahora, pero de cualquier manera lo hice con una cierta pesadez, como la de uno que apenas abiertos los ojos intuye que le falta algo. Hice lo acostumbrado y me fui al bar.

La primera parte de la mañana pasó rápida; no tanto como otras, pero pasó. Me relevaron a eso de las diez con la caja casi vacía. Fui a casa de mi madre y cogí al chico para sacarlo en el carrito a su habitual paseo-siesta matutino. La mañana era magnífica, tanto que en otras circunstancias hubiera aprovechado para extenderlo hasta la hora y media, pero mi espalda no está bien desde hace unos días y decidí acabarlo a la mitad, algo que por otra parte es más que suficiente. Finalmente se lo devolví a mi madre recién despertado, como poco antes de nuestra marcha. Y no había terminado de bajar las escaleras cuando detrás de la puerta cerrada del salón de estar oí las voces excitadas de mi madre y mi sobrino. Llegué a casa, preparé algo de comer y me eché en el sofá sin esperanza alguna de dormir: la hora del regreso al bar era cercana y no había otra que cerrar los ojos y hacer como que duermes media hora. Funciona. Siempre me ha funcionado. O a lo mejor creo que me ha funcionado: hacer como que haces lo que no estás haciendo; ser como te hicieron creer que tenías que ser..

Bajé del coche con el Dexter Ward en el teléfono. Lo apagué antes de entrar al bar sin siquiera ver a quienes estaban sentados en nuestra pequeña terraza. Dentro no había nadie, o casi: sólo un tío extraño en la barra prohibida. Saludé a mi hermano, vacié los bolsillos y echándole un ojo al extraño caí en la cuenta que era el técnico del TPV, pues con él se hallaba enzarzado. Acabó su tarea dándome unas prolijas explicaciones formales acerca del nuevo terminal, de todas las cuales sólo hice caso a las primeras, las indispensables. Le invité a una caña, hablamos de la locura que estamos viviendo como dos huellas de pasos en el desierto y se fue. Después y hasta el final, muy poco y una eternidad de tiempo.

La tarde era todavía más magnífica que la mañana cuando al fin salí de allí. Todo un mundo de posibilidades volvía a abrirse entre ella y mi espalda. Un regreso al saco demasiado entusiasta y unos guantes nuevos me han dejado a modo de respuesta su lógica recompensa. 


El bruto aquel rapeaba que en una mano tenía rosas y en otra un kalasnikov. Algo parecido dijeron los Guns n´Roses.


A Charles Dexter Ward no le fue dado disponer de flores ni de armas. Y buscando con qué hacerle frente en este mundo tan hostil se perdió entre las rosas y los kalasnikov de los fantasmas.


Pero al menos lo intentó.



Yog-Sothoth.

miércoles, 10 de febrero de 2021

DATOS

 El comisario Maigret, asqueado, había rechazado la directa proposición de la principal sospechosa, una mujer casada, una burguesa estéril, una elegante parisina que poco antes, al pie de un acantilado, había terminado el relato de su ninfomanía, gang bang incluido.

Miré por el ventanal y vi que estaba anocheciendo. Sorprendido, pensé en salir a pasear, en completar el abortado paseo de la tarde cuando un sol más fuerte del esperado me hizo recortar el camino apenas iniciado: había salido con la misma ropa que por la mañana y ahora me sobraban un montón de prendas. Con todo, aproveché la salida para comprar algunas cosas en el nuevo super que han abierto al lado de casa. Apenas había gente y pude hacer la compra con total tranquilidad. Ya en casa ni se me ocurrió volver a salir más ligero de equipaje. La tarde era espléndida, sí, y han sido unos cuantos los días pasados entre nubes, lluvia y un viento tan molesto como él solo pero...me puse cómodo junto al ventanal y abrí otra novela del buen Maigret.

Por tercera vez en el día eché a andar con el mismo hato. Ahora sobraban menos cosas que en la segunda pero los bolsillos de mi abrigo son grandes. Ahí se quedaron los guantes y todavía habría sitio para el gorro en según qué zonas. La bufanda resulta más complicada de tan grande como es: alguien, hace tiempo, se la dejó olvidada una noche en el bar y tras un mes de permanencia en el perchero me la quedé. Lo mismo pasó con los guantes. El abrigo es mío y el gorro también; uno me lo compró mi madre y el otro me lo pidió un cliente por Internet. Y del resto, menos las zapatillas, no ha habido probador que reflejara mi imagen en su espejo.

No es igual ver lo mismo, no...no lo es. Las mismas calles son otras cuando es su luz quien las ilumina. Entré en ellas como uno que ve un bar, abre la puerta, pasa adentro, ve lo que hay y al instante se da cuenta de que ese no es su sitio; entonces pide algo para no echarse atrás, lo bebe rápido y se va; aunque llega un momento en la vida en el que uno se queda en él hasta que algo le eche.

En el paseo de la gran avenida vi la Osa Mayor, la única que reconozco en todo el firmamento, las tres estrellas, las tres Pirámides. Hacía años de la última vez. Y lo menos veinte de la primera que me fijé en ella cuando todo este cuidado paseo era un erial.

Cogí el teléfono, activé los datos y respondí al wasap que una amiga me había enviado por la mañana. Tardó cero coma en responder.


Miré la hora. Pronto todo estaría cerrado. Entré en el primer super abierto, pillé una botella y por última vez volví a casa.