jueves, 28 de noviembre de 2013

TIERRA ADENTRO




- Hola, ¿qué queréis?
- Tres Heineken -respondió la chica que te mira como si le debieras la manutención de seis meses.
- ¿Queréis vaso?
- No. ¿Cuanto es?
- Siete cincuenta.

La noche del sábado acababa de comenzar como si fuera la última de nuestras vidas, pero aún así me dio tiempo para coscarme de que le pedía algo a las otras dos, "dinero" supuse, como si le hubiera pillado por sorpresa mi contestación. Pagó sin mirarme y no dijo nada.

Diez minutos después se acercó mi hermano pequeño mientras luchábamos por dar de beber al ahíto:

- ¡KUFISTO! -me gritó al oído bajo el estruendo general.
- ¡QUÉ, COÑO!
- ¡LOS TERCIOS A DOS EUROS, QUE LOS SÁBADOS SE COBRAN ASÍ!
- Me cago en la puta...
- ¡QUÉ!
- Nada, nada...

Y tuvo que ser precisamente a esa...La próxima vez me mirará como si fuera su ex-suegra.

Y mira que intenté dar con ella, "oye, me he equivocado, toma las vueltas y perdona y tal...", pero había tanta gente que resultó imposible; tampoco hubo una segunda visita, se cagarían en mi puta cabeza, no sé..."Con lo guapo y simpático que es el otro chico y hoy nos toca este viejo gilipollas que encima nos cobra de más" Bueno, sólo era por ese finde, ya ha vuelto, el próximo estará con todas vosotras y yo ya estaré durmiendo, tranquilidad y tal que no me veréis más, coño...¿No podríais haberlo dicho? Aunque puede que hubiera sido peor con todo ese jaleo, "no sé qué me estás contando...son a dos cincuenta. Venga que hay prisa" ¡Ay, Dios, menos mal...!

Esta mañana he formalizado mi nuevo seguro del coche, uno por el que voy a pagar menos de la mitad de lo que he estado pagando estos últimos años. Y así hubiera sido hasta el fin de mis días de no mediar la inaudita casualidad de comentárselo de pasada a un cliente dos días antes de renovarlo.

- No jodas que pagas eso, Kufisto
- Pues sí
- Tú estás tonto
- Eso ya me lo dijo otro antes que tú. Pero es lo que hay
- El lunes te llamo y me das los datos.
- Vale

Yo ni sabía que se dedicaba a eso a pesar de que lo conozco desde hace años...Miento, sí lo sabía, pero muy poco, que es como no saberlo.

"Y pensar que ese hijo de puta se lo ha estado llevando crudo durante todos estos años" me he dicho de camino a la copistería. Uno cobra cincuenta céntimos de más, por desconocimiento, y casi se cuelga un cilicio de las pelotas y otros te roban trescientos euros y encima parece que están haciéndote un favor...Es lo que tiene vivir en las nubes.

Estaba esperando mi turno, mirando alrededor con la sensación de que faltaban cosas desde la última vez, cuando he reparado en la cara del jefe, un chico más joven que yo y que hasta hace un año era padre de cuatro hijos que exhibía en un pintura del escaparate. El caso es que no sé si habrán tenido otro pero me he dado cuenta de que ya no estaba aquella, así como la profusa decoración religiosa que te encontrabas allá donde miraras. Nada...Bueno, miento otra vez, que sobre el mostrador (junto a unos ejemplares estupendamente editados de un autor local del que me ha bastado ver su foto, leer las tapas y el primer párrafo para sentir nauseas) se exhibían unas copias evidentemente realizadas por ellos del Evangelio de San Juan. He cogido una y he ido a su inicio, a lo que ya sabía, a aquello de "En el principio era el Verbo...", palabras eternas, palabras que parecen conjuros, palabras que parecen escritas por un dios.

En esas andaba cuando la chica ha despachado a su cliente y se ha venido a mi.

- Hola, ¿qué deseas?
- Ehhh...fotocopia de esto y de...esto"
- Muy bien, ¿en la misma hoja?
- Ehhh...no sé - "Mi no entender. Mi en nube. Mi nube. Mi ajedrez y Kufisto"
- ¿Van al mismo sitio?
- Sí
- Pues entonces te vale con una

Un ateo, o un católico, me lo hubiera hecho en dos para cobrarme el doble. Pero estos son evangelistas.

Y en el tiempo que ha tardado lo he tenido para fijarme en la cara de él.

Estaba con un tío gordo y fofo, medio calvo y barrigón, con pinta de guarro, que le preguntaba por la mejor manera de hacer algo con unos cartelitos, como si fueran para una fiesta o así, puede que tenga un garito, no sé, tal vez una casa de putas o una inmobiliaria, o quizá venda coches embargados, quien sabe...Pero el caso ha sido que menos me ha gustado el aspecto del dueño: extremadamente delgado, grandes ojeras, tez amarillenta. Por un instante me ha venido a la cabeza el pensamiento de si no llevaría un buen cilicio pegado a la pierna, que a este se le ve capaz, no como otros que sólo lo tienen para hacer chistes malos. Y me he acordado de Job.

- Aquí tienes
- Ah, sí...¿qué te debo?
- Diez céntimos
- (Joder qué vergüenza) Toma -y le he dado una moneda de veinte pensando en decirle que se quedara con la vuelta, cosa que no he hecho al recordar la última vez, que me miraron como a un marciano.
- Muchas gracias
- Sí...de nada. Adiós
- Hasta luego.

Y abriendo la puerta he oído el musical hasta luego del jefe, como si fuera un Teletubbie. "¡Qué bárbaro! ¿como podrá soportarlo?...Por cojones tiene que creer en Dios"

Luego, en el bar, a la hora de las cuatro cañas y media, ha aparecido la chica de los cupones, una muchacha bajita y pizpireta a quien hace poco le metieron uno de cincuenta falso, no veas como lloraba la pobre al salir del banco, que ya hay que ser cabrón para hacer eso. Pero hoy venía contenta, como casi siempre, y más aún al hacerlo con un chico gordote y de raya a un lado del pelo que no sé si será su novio, aunque más parecían en tratos, ni han tocado el estupendo guiso que he preparado hoy, tan sólo hablaban y reían, especialmente él, que siendo una cabeza más bajo que yo es el doble que ella. Y yo no soy Tachenko.

- ¿Necesitas monedas, Kufisto?
- No, gracias, Silvia
- Jo...hoy que tengo...
- Bueno, venga, dame lo que te sobre
- ¿Quieres billetes pequeños?
- No...venga, dame de cinco
- ¿Un cupón?
- ...
- ¿Un siete treinta y nueve?
- Joderrrr...
- Jajaja
- Ya...

Llegó la primera hora del café y la pasé hablándola con sus tres clientes, una conversación agradable, nos reímos mucho, es fácil cuando pierdes la desconfianza, cuando vemos lo que somos y no lo que imaginamos, que de tanto malo como dicen que hay uno no deja de ver fantasmas aunque sea el mediodía. Y claro que hay malo, pero de tanto esperarlo se te escapa todo lo bueno. ¿Cuanto habré dejado marchar por creer en lo que dicen quienes hablan megáfono en mano? ¡Ay si viviéramos la vida con un eterno vaso de vino en la mano...!

Estaba a punto de ponerme a escribir todo esto y llegaron dos clientes inesperados, dos que hacía meses no veía. "Vaya, qué fastidio", además que se han puesto a mi vera, junto al ordenador, por lo que la idea se ha ido al garete. Pero yo estaba bien, me había dejado buen sabor de espíritu la conversación anterior y pronto he conseguido que ellos también se sintieran cómodos; no hay como hablarle a la gente de lo que le gusta para que el tiempo parezca un lindo gatito. Y así, hablando de motos que no me interesan, hemos echado otro buen rato, ya con el acompañamiento de Johnnie Walker, ese estupendo amigo mientras no lo mezcles con otra cosa que no sea agua. Y sin gas.

Vinieron algunos más y con todos estuve bien; yo, sí, al que todo el mundo le sobra me sentí bien estando con ellos, escuchando sus cosas, unas alegres, otras tristes y alguna especialmente trágica.

Hay un tiempo para todo, letaniza mi libro preferido de la Biblia. Y detrás de una barra te das cuenta de la verdad que encierran esas palabras. Hay un tiempo para hablar del fútbol que hace tanto no te interesa, o para escuchar a quien hace dos días tuvo que llevar a su anciano padre a Urgencias mientras espera en un box la que puede ser su última cama, o al que se tiene que ir rápido porque su preñadísima y primeriza secretaria está de baja después de enterrar ayer al padre que un cáncer se ha comido en una semana, una semana...

Uno, a veces, desearía hacer como el joven Zaratustra e irse a la montaña.

Pero hasta él tuvo que bajar a la plaza.

Quizá haya que hacerlo al revés, quizá primero tengas que estar en la plaza para ir después a la montaña.

O quizá las montañas no son asunto de los hombres.

No es bueno que el hombre esté solo.

Otra cosa es el viejo.

O puede que sea la misma.

Es cuestión de tiempo.


Y para acabar, un regalito:




martes, 26 de noviembre de 2013

YO Y BORGES




Pasé la noche de ayer releyendo a Borges, sus cuentos, uno de los cinco libros que me bajó la bibliotecaria, la que me sancionó sin remisión por un mes hace dos; juré no volver a pedirle un libro, pero no soy yo de cumplir la palabra para según con quien. Cosas de haber entendido el diálogo aquel entre Ernest Borgnine y William Holden.

Había tenido un lunes dominical tan estupendo que merecía ser coronado con una buena lectura, no una mala peli como la última vez, que por mirar algo de ajedrez tuve que tragarme una de las mayores mierdas que he visto en mi vida, o casi, que la quité cuando aún le faltaba media hora, cosa rarísima en mi, aunque no lo es tanto si os confieso que desde hace años el cine dejó de ser algo importante para mi. Por contra, al salirme los enlaces de esa bazofia, di con uno delicioso, La Gran Película del Ajedrez, con un Arrabal absolutamente genial, heroico, loco...Y me fui a dormir con un buen reflejo de espejo, tal que el del anoche después de ganarle una partida desde la cama a uno de bandera que no reconocí. Pero sí vi sus puntos que media hora más tarde fueron míos. O su parte correspondiente.

Llegué a Borges de casualidad; iba andando cerca de la biblioteca y recordé que ya había cumplido mi pena con exceso, "¿y por qué no...?" Así que olvidé lo olvidable, es tan fácil cuando pesa tan poco...

Ya en casa, saltándome una historia que perfectamente podré contar dentro de algún tiempo, leí algunas de ese enfermo que no fue más que un buen escritor. Y, cosa nada rara, me reafirmé en mi primera impresión de todas ellas: que lo bueno, lo natural, lo mejor, es aquello que te entra a la primera.

Aquella vez, la primera que lo leí bien, me fui de cabeza al Aleph, cuento famoso donde los haiga, todo el mundo lo ha leído y tal y parece mentira que no lo dieran el Nobel...He leído poco de García Márquez, apenas nada, ni quiero, me aburre, cosas mías para otra historia, pero lo hizo bien una vez que lo ganó.

Pues mejor...A mi, el que me gustó de verdad fue El Inmortal. Pero bien. Como ayer. Como siempre.

Tumbado en el sofá, con la bombilla ginbulldogriana sobre mi cabeza, empecé a leerlos en el orden que venían, dieciocho, nada menos; y echándole un vistazo al índice vi que lo abría el que más me gustaba y casi lo cerraba el más famoso, como la otra vez, de hecho creo que elegí el mismo, dudé entre tres y a uno lo descarté porque lo prologó Zapatero y al otro por la letra pequeña, como siempre...

...y volví a leer El Inmortal.

Y eso es un buen cuento que podría haber sido mejor; uno al estilo de aquella Marnie la ladrona de Hitchcock, "le gran film malade" que dijo Truffaut en aquel maravilloso libro-entrevista que hizo con el Maestro. Pero, con todo lo que le sobra, es una maravilla: uno de los mejores relatos que se hayan escrito nunca.

Al relance seguí leyendo los demás, todos buenos, todos tan correctos como una buena cena de boda. Me fijé, sobretodo, en sus puntos y comas, cosa que me trae de cabeza últimamente, su uso, "es la marca del buen escritor", que me dice un amigo...Llegó un momento en el que sólo los esperaba, tan abundantes en su escritura, cosa que me recordó a los malos y sus defectos, cuando no hacen más que repetir una palabra que consigue te olvides de todo los demás. Sí, aquello estaba maravillosamente escrito; tanto que me pareció una mierda. Y me fui al Aleph.

Y casi que lo pasé por encima.

Habla Borges en El Inmortal, antes del locurón final, como si lo mereciera; como si los dioses estuvieran con él, como a veces lo están conmigo. Pero...yo soy un camarero antes que un escritor, yo no tengo el tiempo del que él disponía a su antojo para ver inmortales y alephs: yo veo lo que veo aunque a veces ponga los puntos y comas en su sitio.

Y cogiéndote (en los dos sentidos, Jorge Luis) no veo nada que no pueda hacer yo si dispusiera del tiempo que tuviste.

Y mejor que tú.

Y lo haré.


jueves, 21 de noviembre de 2013

CRÍTICA GASTROANÍMICA




Convencido como estaba de tomarme un tiempo de reflexión (más bien de descanso) con este rollo que sigo sin estar seguro sea el mío, hete aquí que al levantarme esta mañana y reanudar mis desayunos ante el ordenador después de un par de semanas haciéndolos junto al ventanal de la calle, he leído el comentario de un amigo hablando sobre un bar de Madrid que conocí hace años; y leerlo y volver a tener ganas de escribir ha sido todo uno, tanto que en respuesta le he dejado un extenso comentario que no ha mitigado aquella sensación, antes al contrario la ha acentuado hasta el punto de lamentarme seriamente por no tener tiempo para coger mi pluma virtual y trasladar al lenguaje escrito lo que bullía en mi cabeza tal que si la hubieran puesto en una placa de inducción, de esas que en cero coma ponen a cien cualquier cosa que pueda llegar a cien. Las inocentes palabras de un amigo y el frío que se filtra junto a los cristales que dan a la calle han sido los culpables de mi recaída. Espero que para bien.

Ya en el bar (con la idea permanentemente en la cabeza, aunque mejor sería decir la historia entera, que uno sólo tiene que colocarla tal y como se hace con un puzzle), y como si todas las circunstancias se hubieran puesto de acuerdo para no dejarme pasar el día de hoy, he dado en caer de forma inopinada en el rápido hojeo de un periódico, que hace tiempo que ni a eso llego. Y hete otra vez, aunque ahora allí, que viendo al propietario del nuevo tres estrellas de Madrid, el primero, he hallado la punta del hilo necesaria para desliar todo el ovillo, aunque ya va un rato y todavía no he empezado; como de costumbre, me voy por los cerros del Campo de Montiel, más cercano. Así que, amigos míos, todo lo anterior no es más que un proemio, que diría Dostoyevski, o un inútil prólogo, en pluma del Príncipe de los Ingenios que en el mundo han sido. Y de La Mancha también.

Y ahora, con el whisky en su punto y el puro en su coma, a por los dos puntos:

Hay nombres que se quedan en tu memoria no tanto por lo bueno como por lo malo; y el de este, el de David Muñoz y su restaurante Diverxo, se quedó en la mía cuando en las postrimerías de mis lecturas mass-mierderas leí la inclemente crítica que Salvador Sostres realizó tanto sobre el uno como su otro, más bien parejas cuando no aún mayor la personal, cosa que chirriaba un poco pues parecía más que no le gustaba él que su cocina, como si fuera un ajuste de cuentas, como si allí poco tuvieran que ver los negocios, sino las personas: craso error que en un país normal le costaría, al menos, su carrera como crítico gastronómico. Y más después de un día como hoy en el que aquel muchacho ha sido ascendido a esas estrellas que son para los cocineros como la hija para la Esteban.

La nueva que luce en el firmamento patrio tiene pinta de quinto defcon-dos, aunque no sé los que eran, pero siendo cuatro los Beatles el quinto lo es de cualquiera, así que quédese ahí. La cabeza pelada al cero y toda ella atravesada por un línea continua de pelo, como dividiendo sus hemisferios, y una mirada seria, concentrada, que fijamente miraba desde abajo al objetivo, dando la apariencia buscada por el fotógrafo. Y así, de esta manera, tanto el uno como el otro quedan conformes con el resultado: aquel por parecer otra cosa y este por sentirse otra.

Tengo para mi que quien busca llamar la atención por su apariencia exterior lo hace porque tiene un problema con la interior. Y siendo esta vida, como lo es, una cuestión de neumáticos en los que prima la seguridad por encima de todo, hay que escoger los que uno va estimando que mejor se adaptan a sus caminos, pues son estos y no las ruedas quienes hacen que tu pasar por aquella sea lo menos degradante para estas, que uno nunca sabe cuantas gomas le quedan en su cuarto oscuro. Y hoy en día, en estos tiempos, en ciertos ámbitos y ambientes, lo conservador es lo estrafalario: si eres normal, eres un ruletero ruso.

En el comer, como en todo lo demás, soy prácticamente un terrorista: me gusta lo normal, entendiendo como tal todo lo que nos ha traído hasta aquí, hasta darnos la posibilidad de volvernos anormales y hacer como quien tiene una tía en Alcalá, que ni es tía ni es ná. Por esto, y en las contadas ocasiones que me he salido de mis casillas, siempre he hecho oídos bien abiertos a los sabios consejos de quienes antes estuvieron en las que me iba a encontrar: me bastan las mías para caer una y otra vez.

Cuando hace muchos años empecé a ir a Madrid con una cierta asiduidad, cosas del amor o parecido, un tío mío me habló muy bien de una marisquería aledaña a la plaza del Callao, nombre que sólo él hace que tengas que ir a verla: "Las Tres Encinas. Es la mejor de Madrid" Y él conocía Madrid y sabía de marisco. Y sino es de nuestra sangre la mezcló bien mezclá. Esta es la única manera de jugar a caballo ganador, aunque no siempre, claro: los caballos ganadores viven en el cielo. O detrás del arco iris.

Yo, por entonces, todavía vivía con mis padres, es decir, no tenía ni un gasto que no fueran mis vicios. Y a ellos les ofrendaba todos mis posibles que, sino infinitos, eran bastantes como para desear poco más, de hecho nada, podría decir: de los siete capitales la envidia es la que menos tiene que hacer conmigo. Y en esa época ni te cuento.

Fuimos al mediodía siguiente de la noche anterior, una vez deslumbrados por la coqueta y recogida vitrina que tenían expuesta en una ventana que daba a la calle. "¡Hostia puta!" le dije a mi chica, aquello era obra de un artista de tan bien puesto como estaba, "mañana venimos con mi prima...", la hija del aconsejador.

Jamás había entrado a ningún bar o restaurante que tuviera azafata en la puerta, una chica joven, guapa, elegante y sonriente que nos preguntó si queríamos barra o mesa, "barra" dije yo, soy un animal de barra, y si los instintos casi nunca se equivocan, menos aún cuando la cartera está por medio. Detrás de ella emergió un tío enorme, perfectamente trajeado, que se hizo a un lado para permitir que la chica nos abriera la puerta con una gran y estupenda sonrisa que, al menos a mi, hizo que perdiera todo resquemor, no así a mis jóvencísimas acompañantes que, como yo, no se habían visto en otra. Pero era yo quien llevaba la morterada de billetes y esto, junto a una franca sonrisa de una mujer guapa, hace que todo parezca tan fácil como lo es.

La barra estaba a la derecha, una barra de madera noble en forma de ese que exponía a la vista (y al tacto si eras un suicida), sin vitrina ni hostias, en gloriosas bandejas, unos mariscos que no parecían de este mundo. Había poca gente y no tuvimos problemas en acomodarnos sobre tres magníficos taburetes, enseguida se acercó un camarero alto, cuarentón, delgado y con bigotes que muy amablemente, sin pizca alguna de suficiencia, nos preguntó qué íbamos a tomar, ya habíamos pasado el control de normalidad a la entrada, ya estábamos dentro, y en ciertos sitios solamente tú puedes meter la pata. Pedí cervezas y poco a poco nos fuimos soltando; nadie nos hacía de más porque nosotros no queríamos estar de más. Allí estábamos bien, ¿por qué joderla?, ¿acaso podría ser mejor? Bebimos, comimos y reímos tan bien que todavía me acuerdo. Como de aquella vieja solitaria a la que los camareros llamaban por su nombre que se ventiló una docena de ostras y dos copas de cerveza helada junto a nosotros.

En otra ocasión, ya sólo con mi chica, me decidí a entrar a otra marisquería cercana que estaba al final de la otra acera, una de la que también me había hablado mi tío, Korynto, y que como la anterior también tenía una vitrina expuesta hacia la calle, aunque no tan estupenda. Y si he de decir la verdad no entramos antes porque daba un poco de respeto de tan exclusivo como parecía, así como tapaíta, sin dar mucho cante...algún tiempo después vi en la televisión salir por sus puertas a la duquesa de Alba después de haber celebrado allí su cumpleaños. Pero aquella noche ya íbamos un poco pedos, "¡vamos para dentro, coño!" Además que no se veía ni chica ni portero.

Abrimos la puerta y nos encontramos con una enorme, pesada y oscura cortina que sola ella era capaz de hacértelo pensar dos veces, aunque fueras como si una ya te fuera costando. Recuerdo que mi chica se echó un poco atrás, aquello parecía no sé, algo raro, como si detrás no hubiera lo que esperábamos, "ehhh...venga, va, coooño..." dije yo en la penumbra. Y agarré bien el velo.

Había una gran, enorme barra a mano derecha, a todo lo largo, bien recta, llena de taburetes vacíos y con un viejo de pelo blanco tras ella que no nos hizo ni puto caso estando como estaba partiendo jamón, que ahora os contaré. Al otro lado una fila de mesas normales, con asiento de esos compartidos junto a la pared y sillas alrededor que estaban ocupados más o menos en su mitad por un grupo de los que no tardé en darme cuenta eran guiris, todo con una iluminación muy discreta, nada de ruido y voces, cosa a la que uno como yo se acostumbra fácilmente aunque no deja de asombrarse después de llevar toda la vida guerreando en los bares con sus gentes, sus televisores, sus músicas y sus olores, sus codazos y empujones, tragaperras y futbolines...Lo que más me llamó la atención de todos aquellos sitios fue la ausencia de todo lo accesorio, su pureza.

Nos sentamos en mitad de la barra, solos, y enseguida me di cuenta de como tenía que hacer la jugada. Y en cuanto el viejo terminó de cortar el plato de jamón y se vino hacia nosotros con cara de pocos amigos le dije:

- Dos cervezas, por favor...¿los servicios?
- Al fondo a la derecha

Y lo dejé solo con mi hermosísima, joven, educada y encantadora novia.

Antes de los servicios estaba el salón, el inferior, que me dio tiempo a ver unas escaleras que prometían una segunda planta, quizá más reservada y exclusiva, y tengo que deciros que no he visto cosa igual nada más que en las revistas...¡Qué mesas!, ¡qué mantelería!, ¡qué cubertería!...Apenas estaban ocupadas un par de ellas pero, de verdad, que era tal que hasta el marinaledo se hubiera comportado con corrección. Y los wateres, clavaos, pero clavaos, a los de El Resplandor; tanto que miré para atrás mientras los meaba antes de que se le ocurriera llamarme a Patrick Magee.

Salí y el viejo ya tenía otra cara, estuvo charlando con nosotros todo el tiempo que no tenía que pasarlo cortando jamón para los guiris, a los que no se cortaba en ridiculizar mientras nos contaba esto o aquello. Definitivamente era de la vieja escuela. Un tío agradable.

Y en una de esas que andaba tocando el violín como a nadie he visto hacerlo, cogiendo la pezuña del jamón con una mano y dándole al cuchillo con la otra, sin jamonero ni máquina ni pollas, harto ya de ver como los malditos extranjeros se comían lo mejor de lo nuestro y encomendándome a la suerte pues ya era última hora y no iba muy largo de dinero, le dije que nos preparara uno; nos lo puso en un plato enorme cubierto por un pañito de punto, como los que enebraban nuestras abuelas, y aquello estaba...

Pagué y nos invitó a la última. Nos despedimos y me dio una caja de cerillas de la casa que puede que todavía conserve.

Calle abajo, en la perpendicular dirección a Sol, dimos en otra ocasión con un buen asturiano, uno de fama, aunque este nadie me lo contó, que lo encontré yo. Casa Parrondo, se llamaba, y así sigue llamándose según el incitador de esta historia que ya está alargándose en demasía.

Uno no aparece en la vida así como así, sin ton ni son, derecho y entero, autosuficiente y autodesmontable, no...A uno le hacen, después le forman y cuando empieza a ser consciente se desmonta a sí mismo para ver si lo han hecho mal, cosas del sindiosismo que todo lo inunda; hasta que, si no cayó entre zaques y no es demasiado estúpido, comprueba que tenía la forma correcta e intenta recuperarla para volver a andar con los pies: cerca de lo bueno, poco puede haber de malo.

Era una tasca, no más, que siempre estaba atestada de gente joven ansiosa por atiborrarse de su contundente tapeo a buen precio. La barra estaba a la izquierda, y el espacio donde sus camareros se desenvolvían como podían era la mitad de grande del que teníamos para hacerlo nosotros, sus clientes. Al fondo estaban los cagaderos y a un lado cuatro o cinco mesas que eran más imposibles que una butaca para Bayreuth. No había centímetro de sus paredes que no estuviera ocupado por las fotografías de sus ilustres clientes, cualquiera podía conocerlos a todos, o casi, que este país da para lo que da, tampoco conozco otro, pero eso era como un álbum de cromos de la Liga, o del cine, o del teatro, también de los toros, creo recordar que vi incluso al rey, pero yo me fijé en el mío de entonces, en José Tomás. Ahí lo tenías, sonrisa americana y manos cruzadas, en un lugar preferencial junto al bigotón y sonriente amo del garito, enorme como una cuba de vino peleón, parecía como si se oyera su vozarrón saliendo de la fotografía, hay gente que ni así te la imaginas callada...

El restaurante lo tenía justo enfrente, sólo tenías que cruzar la callejuela, no pocas veces salían camareros disparados con las viandas que le iban faltando, arrollando, gritando, casi a hostias, aquello era un sufrimiento para todo el que no tuviera menos de cuarenta años, los que yo ahora. Y allí todo era ruido, y allí eras mucho menos que uno foto, y allí todos estábamos más para allá que para acá.

Nadie puede tener veinticinco años eternamente. Por eso está el dinero.

Y ahora que mi balanza está al revés...ya no son horas para bares con faltas ortográficas y cocineros punkis.

Ni aunque pudiera.

Ni entonces.


domingo, 10 de noviembre de 2013

LA APERTURA DE LA ESCOBA




Desde que empecé con esto he tenido clara una cosa: tienen que ser cinco minutos. Ni uno más.

No fue algo premeditado (soy aún peor haciendo planes que leyendo mapas), simplemente fue saliendo así, sobre la marcha, al encuentro, sin buscarlo, que no hace falta ir por la vida como si no pudiera haber otra, y aunque así sea, ¿por qué tantas prisas?, ¿acaso naciendo hombres nos han convertido en conejos? ¿hemos cambiado la Cruz de la esperanza por un reloj que no sabemos adonde nos lleva? ¿conocemos mejor cual es nuestro destino ahora que casi es mejor no pensar de donde venimos? ¿yo un mono? ¿tú un conejo? ¿Y Alicia? ¿qué hemos hecho con ella? ¿podremos seguir la historia sin quien nos imaginó? ¿no es aún más absurdo todo esto?

Cinco minutos, aunque te lleve seis días crearlo, que no es mi caso: hora y media, dos, alguno ha habido que se me fue a las cuatro. Y fue de los peores. Pero uno es dueño de su tiempo, no del de los demás. Cinco minutos: "tú también eres nadie"

Por esto fue que anoche no pude evitar sonreírme ante la inocencia de un colega: no se le ocurrió otra cosa que colgar un catapacio de un tornillo más flojo que los de Jack Torrance. Y claro, las respuestas no se hicieron esperar: a la yugular y a la que esté más allá. Nadie se lo leyó y todos se rieron de él, algunos con gracia, otros no tanto, pero es tan fácil destruir, cuesta tan poco hacer daño cuando sigues la línea blanca...Yo le di cinco, parecían bien escritas, pero el terror no es mi rollo. Y menos aún cuando antes de empezar la sexta bajé la página por curiosidad. Aquello no tenía fin. Se había equivocado al menos en dos cosas: en el complemento circunstancial de modo, sobretodo, y en el de lugar. Son los riesgos de hablar en la plaza. Que se lo digan a Zaratustra, que hubo de esperar a que cayera un muerto del cielo. Con lo bien que está uno en su montaña...

La segunda partida del Campeonato del Mundo de Ajedrez parecía haber comenzado con otro aire distinto al gloryholesco de ayer, más sano, más natural, no por nada Anand ha abierto el juego con el peón de rey, tan sepultado como está entre la élite por el de dama, no así entre los aficionados; entre nosotros sigue siendo el más popular: el ajedrez del pueblo sigue siendo como el coñac aquel. Pero ayer el joven noruego ni abrió de rey, ni de dama, sino de caballo, cosa que cada vez está más de moda entre ellos, y esto me hizo pensar en Arrabal y su teoría de que el ajedrez marca el signo de los tiempos, desde Philidor en el XVIII y sus "peones son el alma del ajedrez" previo a la Revolución Francesa, hasta el eclipse fischeriano del 72 como dando sepultura al sueño inocente de los sesenta: definitivamente no eran reinos para este mundo. Y la apertura de caballo es la del futuro que ya llega: el de las máquinas, el de los cyborgs, el transhumanista. Ni pá ti ni pá mi, ni de rey ni de dama...de caballo, que dicho sea de paso es la única alternativa válida. Todas las demás opciones son inferiores.

En el ajedrez hay defensas que obligan a las blancas, es decir, que desde la primera respuesta ya no puede ser de otra manera nada más que esa. Y una de estas es la Caro-Kann, nombre que me hace recordar al Quijote y su explicación del de su amada, ¿o era Bender, el robot borracho de Futurama, hablando del de sus calzoncillos? Una de las múltiples curiosidades de nuestro juego es que el nombre de la partida no siempre lo ponen las blancas, las que lo empiezan, sino que más o menos estará en un ten con ten, pues si estas definen los omnipresentes Gambitos de dama, o aperturas Catalanas, o Inglesas, no es menos cierto que las negras tienen a su disposición un número aún mayor de ellas, como las defensas Indias de rey o de dama, las Rusas, las Españolas, las Sicilianas o las de jugandores legendarios como Alekhine o, menos, Pirc y los susodichos Caro-Kann, que eran dos, ¿no se han escrito libros de mierda a pachas, como Lapierre y Collins? no van a poder crearse buenas defensas de ajedrez entre dos...Y a fe que lo hicieron bien.

Antes de seguir, ahora que lo pienso...abriendo de rey, en la mayoría de las ocasiones, quien decide el nombre de la partida son las negras. Y no tanto abriendo de dama.

Sí, todo parecía presentar otro aspecto esta mañana, todo lo importante, lo del tablero, que lo demás estaba igual que ayer: Anand imperturbable, tan seguro como un árbol, Carlsen haciéndole perder el pie a su peón en c6 (ayer fue el bolígrafo en su primera jugada de caballo...), la chica de aquí abajo haciéndoles fotos dentro de la pecera (ya no está tan bien, ay...), los indios salvajes haciendo lo mismo desde el otro lado del cristal, porque es para verlo, por no hablar de los polis que los controlan, que parecen sacados de "El expreso de medianoche", el joven vikingo se les ha quedado mirando cuando han empezado a echarlos una vez transcurridos los primeros cinco minutos, parecía como si fuesen a darse de hostias, cosas de llevarlas a cualquier sitio, cosas de la Transición Universal, no os quedéis cortos...

Y casi que lo mejor ha sido mientras estaban haciéndoles fotos, han jugado una línea fuerte, casi al toque, de doble filo, con enroques opuestos, que suele ser algo así como Rocky contra Apollo Creed, o contra Mr.T, o aquel ruso feo, o su puto hijo, que estando Rocky por medio hasta la Madre Maravillas tiene que tirar de bardeo...Pero no, ha sido llegar el momento clave, el jodido gong en forma de cambiamos las damas o vamos a saco y..."mejor otro día, ¿vale?" Y tablas unos cuantos movimientos de madera después. Y ya van dos partidas que no han hecho ni media.

Luego, por la tarde, he estado leyendo algunos comentarios de los aficionados, que si a partir del martes empieza lo bueno, que esto era sólo de tanteo, que ya se han sacudido los nervios, que patatín, que patatán...Como si tuviéramos por delante 24 partidas, como se hizo toda la vida del antiguo Dios.

Pero no, ahora son doce, doce, que hay que mantener el interés de los medios y tal, como si el ajedrez los necesitara, como si no pudiera existir sin ellos, como si hubiera nacido ayer, como el juego ese de la petanca sobre el hielo, que es para verlo, ni me acuerdo de su nombre, pero sí de que van dos tíos moviendo las escobas alrededor del trayecto que hace una piedra lanzada por un tercero, con un par, sí señor, creo que es hasta deporte olímpico, sí, en algún sitio lo he tenido que ver, también quieren hacerlo con el ajedrez, como si lo necesitara, como si su existencia dependiera de salir desfilando bajo una bandera por un estadio lleno de gente con televisiones en lugar de cerebros, la madre que me parió...Y así les pasa a esos dos, que están acojonaos de tan pocas como son.

Y la gente, la pobre gente, que diría Dostoyevski aunque en otro tono de haber vivido en estos aciagos tiempos, traga y da como soluciones hacer lo que el fútbol con los tres puntos, que es algo como ver a una Von Bismarck medio borracha colgada de un chulo en un sarao marbellí, o, simplemente, abandonar el ritmo clásico de dos horas por jugador (tan aburrido) y hacerlo a media hora, o quince minutos, mejor cinco, ¡qué coño!, ¡¡¡UNO Y DOS SEGUNDOS DE BONIFICACIÓN POR JUGADA!!!, ¡¡¡QUE VUELEN LAS MANOS SOBRE EL TABLERO!!!, con una buena conexión, claro, que no se perdiera detalle...pero qué coño de detalle...Eso no es ajedrez, eso es como si en los antiguos monasterios, esos lugares mitológicos donde dicen que se transmitía el saber sin faltar a una sola coma, en lugar de estar en ello se hubieran puesto a ver quien lo terminaba más rápido. No sé, por ejemplo el Beato de Liébana, ese que conocemos todos los que alguna vez hemos tenido la desgracia de leer periódicos, "venga, hostia puta, que los del monasterio de Avranches ya han traducido hasta el maldito Necronomicón, y nosotros aquí, con esta puta mierda, muertos de frío y comiéndonos los mocos mientras ellos están tocándose los huevos en Córcega, al sol, a gastos pagados por el archi-duque de...", "pero es que...", "¡tú, vete a leerle al venerable Jorge, por listillo!"

Vale que sean cinco minutos tuyos...pero a cambio te llevas horas de mi vida.

Y en el ajedrez no puede haber una sola coma fuera de lugar.

En caso contrario...mejor nos ponemos a darle a las escobillas.

Son tan monas.

sábado, 9 de noviembre de 2013

EL INVIERNO SON LOS OTROS




"No esperes demasiado del fin del mundo..."

Así, literal, sólo tenéis que pegarla en Google para saber quien la dijo. Yo no me acuerdo. Ni me interesa el nombre del autor.

Hay frases que sin saber porqué se quedan grabadas en tu memoria. Ahora mismo recuerdo pocas, muy pocas, puede que solamente una, sí, aquella referida a Raskólnikov, eso de "...y aunque estaba solo, no podía sentirse solo"

Al recordar esta tarde aquella frase me ha venido a la cabeza un libro que leí siendo muy joven, uno titulado "El fin del mundo está muy cerca" Estaba por casa, en algún cajón o algo así, la nuestra no lo era de libros sueltos; sí de enciclopedias y todo eso, "para los chicos, cuando les haga falta", o colecciones de libros, "¿y dices que estos son buenos?...está bien, te los compro, por si luego a los chicos les da por leer" Algunos estaban primorosamente editados, como aquella de los Premios Goncourt, creo que se llamaban así, cosa francesa. No recuerdo haber leído ni uno, lo mío con los vecinos de arriba viene desde el principio, de hecho todo viene conmigo desde ese momento, desde el que fuera: es como si siempre hubiera sabido lo que no puede gustarme.

Pero todo aquello estaba más para decorar que para otra cosa, y en verdad cumplían su cometido: bien colocados y numerados en el lugar correcto, ya fuera debajo del televisor o en una repisa que le viniera como de molde, como hecha por encargo. No diré que no leí algunos, pero con esto también pasa como con lo demás: si eran de tus padres, no eran los tuyos.

Ese libro al que me he referido antes tenía que ser cosa del Circulo de Lectores, engendro al que estaban suscritas mi madre y mi tía supongo que por razones de interés, "tú compras en mi tienda, nosotras nos hacemos socias de eso", así funciona el asunto, quid pro quo, y donde hay beneficio no puede haber interés.

Claro está que con ese título no era cosa de ir dejándolo al alcance de los chicos, ya estábamos los cinco, pero si había veces en las que padre descuidaba el Interviú, qué no sería de madre y su constante bregar con su equipo de futbito particular, aparte del trabajo, como si aquello no lo fuera, que no parece sino que las mujeres han empezado a ello cuando lo ha ordenado la banca.

Era un librito pequeño, de tapas verdes y duras, cuyas gruesas hojas estaban llenas de dibujos en sus amplios márgenes; dibujos en los que se representaban inquietantes y etéreas figuras, me acuerdo especialmente de sus grandes ojos, alguna noche soñé con ellos. El tema era la profecía de San Malaquías, su defensa frente a quienes pretendían desprestigiarla, entre ellos un tal padre Pingeón, o algo así, parece mentira que no haya olvidado su nombre...Por cierto, que según aquello el último es Paquirri.

Pero no fue allí donde vi esa frase, no, no pudo serlo; ese libro era muy attention whore, claramente esperaba algo grande, tremendo, apocalíptico, y aquellas son palabras que no casan en ese scrabble: no dice que no esperes mucho de la vida, o de la que esté por venir, o de la muerte...dice que no esperes mucho del fin del mundo. Y si no lo haces con eso, ¿con qué vas a hacerlo?

De esta me he acordado cuando he visto que la primera partida del Campeonato del Mundo de Ajedrez ha acabado en tablas después de 16 jugadas, aunque antes he dicho en voz alta un "vaya par de hijos de puta" mientras regresaba a la cocina para seguir con el arroz. Estábamos solos, mi padre y yo, ya me había visto ir y venir al ordenador más de lo normal, murmurar y tal, está acostumbrado, de hecho suelo cantarle canciones a la paella, canciones melódicas, de Julio Iglesias, normalmente, en ocasiones a los Motörhead, o tonadillas que de pequeño le oí cantar a él, como aquella de "mira que eres lindaaaa, que preciosa ereeeeesss" Todavía la canturrea de vez en cuando. Pero yo dejo de hacerlo cuando me doy cuenta.

Y es que era algo que había estado esperando con una cierta ilusión; tanta que no puedo recordar la última vez que un "acontecimiento" de índole semejante me había causado algún interés, no sé...¿el regreso de José Tomás? Y ahí estaba yo, aún en casa cuando a las diez y media ha empezado la partida, conectado desde una hora antes, esperando ver a los jugadores, sus caras, sus gestos, su ropa, la salaelárbitrolosfotógrafoselpúblicoyloquefuera. "Sí, voy a escribir de este mundial. Un artículo todos los días de partida, como hizo Arrabal para el ABC en el match Karpov-Kamsky, el primero que seguí, aquello de Iré como un caballo loco. Estaba bien, estaba de puta madre...tan cortito, tan concentrado, tan ininteligible para cualquiera que no ame ni este juego ni la buena literatura...Pero yo lo haré a mi manera, todavía no sé hacerla de otra, necesito demasiadas palabras para contar cualquier cosa..." Y luego pasa eso. He recordado a Fischer en 1972, cuando perdió la primera partida casi aposta, transformando un estanque de la Granja de Segovia en el tsunami que arrasó Indonesia, aún sabiendo que no era necesario, que no iba a ganar más de lo que ya tenía en la mano, que metiéndose allí no iba a sacar más de lo que ya tenía...y se metió. Y perdió. Y luego ganó. Y se convirtió en una leyenda viviente.

"Es como ver a Cervantes escribiendo el Quijote" le he dicho orgulloso de la idea a un amigo para que se animara a echarle un vistazo.

Y mira.

Mañana estaré atento a la segunda partida, por supuesto, y puede que sea algo memorable, algo que me haga recuperar la fe tanto como para escribir un panegírico sobre ella, básicamente a los hombres nos encanta engañarnos, pensar que siempre es posible, como ese Caminante schubertiano que he escuchado esta amanecida sin saber que faltaba poco para que empezara lo que estaba esperando, uno se olvida por las mañanas...No lo he dejado acabar, me gustó más la introducción del presentador que la música del pianista. Y he puesto uno de los Maiden, "Extranjero en tierra extraña"

A veces me siento así, como si me hubiera retrasado en la llegada, como si se hubieran traspapelado los informes y sentencias, como si todo esto sólo fuera un lamentable error burocrático: todo lo que me gusta de nuestro tiempo pasó cuando mi padre pudo disfrutarlo. A él seguro que le hubiera dado igual. Pero no a mi: tan cerca y tan lejos...

Una idea vino a mi una vez superada esta nueva decepción con los otros, aunque más que idea fue un recuerdo, uno bien reciente, que yo soy de los llegan hasta ayer sino es para ir a mi prehistoria, o casi. Y fue que en la mañana de aquel, mientras daba una rápida vuelta al parque previa a la inminente entrada al trabajo, me fijé en los árboles que lo habitan, enormes, perennes, con unos troncos que daban ganas de abrazarlos de tan firmes y callados como lucían bajo el sol de este otoño que siempre llega aunque lo ninguneen los tontos, aquellos para los que hasta de palabra sólo hay verano e invierno, "¿Y esto qué es? -les pregunto cuando ya me harto de oír que si o nos asamos o nos helamos- ¿acaso tienes calor, estás helao? ¿no, verdad? ¿te pones una cazadora en julio? ¿la llevas abierta en enero? ¿o no la cambiarás por un buen abrigo?...ESTO ES EL OTOÑO. Esto, coño" Pero hay que decir lo que dice todo el mundo.

Esos árboles...Bajé el paso casi hasta ir así, miré sus copas, sus ramas, sus troncos, fijándome bien en los que salían más derechos, sin ayudas que repartieran el peso, eran pocos, la inmensa mayoría se bifurcaban en dos grandes ramas, algunos habían que hasta en tres, y si todos formidables aquellos parecían inmortales, magníficos, fantásticos, como si estuvieran diciéndote tranquilamente: ES POSIBLE.

Un árbol así hace que todavía creas en ti mismo.

No esperes demasiado del fin del mundo...

Antes del invierno estuvo el otoño.

La mejor época del año.

Sin duda.

martes, 5 de noviembre de 2013

LAS VENDAS, EN LAS ESTATUAS




Era un hombre antipático, que no serio, algo que se suele confundir. Tenía un bar en la calle más emblemática del pueblo, un bar que llevaba con la ayuda de su mujer y de sus hijos, dos varones y una hembra. En aquellos años (primera mitad de los ochenta) todos los bares eran familiares, exceptuando los que necesitaban de ajenos para atender una clientela demasiado numerosa, o las incipientes bajas dentro del seno familiar en busca de un futuro mejor: hoy puedo decir que nosotros somos una especie de últimos mohicanos. Y algunos de los que se fueron a descubrir América han terminado regresando con las manos vacías a Palos Sin Fronteras.

Nuestro circuito de bares con padre era muy reducido. Sota, caballo y rey. "Llevátelos mientras me arreglo -le decía nuestra madre-, a ver si me dejan tranquila" Y uno de aquellos, la sota o puede que el caballo, era el del principio.

Recuerdo haber leído a la Pantoja que el secreto para el éxito de un restaurante es la limpieza, el buen género y el trato agradable. Esto, que a primera vista parece impepinable aún viniendo de los morros de una tía así, no siempre es verdad, ya sea restaurante o bar: he conocido sitios cuyos wateres harían vomitar al Arropiero y sin embargo no eran obstáculo para ser frecuentados por las muchachas de aquellos años, y eso que eran bastante menos bastas que las de ahora, pero ya apuntaban maneras. Apuntábamos, vamos. Y para qué hablar de las tapas o del personal de barra, por llamarlo de alguna manera...Sólo era que estaban en el lugar y en el momento correcto: allí jamás te encontrarías a tu padre. Y hubo quienes de esta manera, embruteciendo a la juventud menorísima de edad, se hicieron millonarios. Sí, millonarios, aunque parezca increíble en este negocio; que luego acabaran en la ruina no dejaba de venir en el guión: después de todo no habían salido del arroyo. Éramos nosotros los que fuimos a él.

El bar aquel reunía dos de las tres coordenadas pantojeriles, y hubieran sido las tres de no ser por el elemento masculino del clan: eran más secos que la mojama. Que la mala, claro, porque precisamente allí fue donde descubrí ese manjar. Una loncha de la buena y una almendra frita, nada más, ni salsas de tomate, ni hostias que sirven por el Sur: si es buena no necesita ningún adobo. En verdad nada que esté bien lo necesita: desconfiad de ellos y de ellas como si viérais a un bankster vendiendo preferentes. Pero una buena almendra, bien frita...ummm, verdadero bocado de cardenal.

Hacia poco que Tejero había dado el golpe, para mayor gloria del Elefante Blanco, y la cosa política supongo que andaría aún más revuelta que después, o puede que menos, este país no tiene solución correcta, pero a mi me importaba tres cojones, más o menos como ahora: entonces era el comecocos y ahora es el ajedrez. Pero a ese no: él era de Fuerza Nueva. Y aquí gobernaban los rojos.

Así no era de extrañar su perpetua cara de estreñido, acorde con su extrema delgadez, que lo uno va con lo otro las más de las veces. Siempre estaba como mascando algo, ahora enseguida sospecharía de la cocaína, pero entonces no se estilaba; además que era bastante pachorra, no se "sofocaba", es decir, que no perdía el culo con según quien, para eso estaban sus hijos, ¡menudas voces les pegaba!, aunque ya ves tú...En fin, que se puso malo y cerró el bar, o el bar lo puso malo y tuvo que cerrarlo. Poco después los hijos abrieron un local de copas en la zona franca de aquellos años, era imposible no acertar...pero nada es imposible para los hijos de las momias: palmaron en cero y coma. Cosas de ir de exclusivos. Y no sé si antes o después, el viejo murió. Y de los suyos aquí no se quedó ni el Tato.

Esta mediodía, a última hora, ya empezando a recoger el aperitivo, ha hecho acto de aparición un tipo extraño, uno que viene de allá para cuando pero es de los que te quedas con él, me da mal bajío. Y no es que tenga malas pintas o peores formas, no...pero tampoco las tiene Ansón y enfermo cada vez que me topo con él.

Da la impresión de ir un tanto sobraete, aunque lo disimula. Pero lo que me choca es verlo comer: devora. Yo, prudentemente, me hago el loco, pero alguien que come en público así sin parecer así es...raro.

En la mayoría de las ocasiones, tal que hoy, suelen llegar un poco después una chica muy alocada y una charo que con él trabajan en el hospital. Y como siempre que veo llegar a esa polvorilla he vuelto a tener esa sensación, más o menos como Jack Torrance cuando ve aparecer a Wendy mientras está trabajando, tan a gusto, tan inspirado...pero yo soy un camarero, no un escritor. Aunque tengo un bate bien hermoso detrás del frigorífico.

Han pedido de beber y ha pagado la otra.

- ¡NO, DÉJAME A MI! -ha gritado aquella
- No, pago yo
- ¡BUENO, PUES AHORA PAGAMOS UNA CADA UNO...Y LA CUARTA, TÚ! -me ha dicho dirigiéndose a mi.

La he mirado a través del hilo de cerveza y le he sonreído a la pagana, una que parece tertuliana de Ana Rosa Quintana.

"Al menos todavía no me ha dicho qué serio eres..."

"Sí, lo soy -le dije un día que andaba de resaca-...siempre he sido así..." Sólo faltó la música del fantasma de la ópera.

La conozco, ella no se acuerda, cosa normal, siempre estaba puesta, salía con un camello, huele el tema a lo lejos, qué no será en este pueblo. Dos amigos míos que fueron a instalarle la conexión a Internet al poco de venirse aquí me dijeron que no se cortó un pelo en preguntarles por donde se movía el material.

Pero hoy, después de oírles hablar, les he invitado sin que me lo pidieran. Era la quinta.

No nos conocemos, ese es el problema, que no sabemos de donde venimos aunque sí adonde vamos. Y viendo todo en presente es como ver con una venda en los ojos: que sólo te fías de las voces que conoces. Como mi amigo Paco, el ciego.

"Para juzgar al hombre, camina un día con sus zapatos"

O con sus tacones.

Quizá por eso hoy nos hemos sonreído por primera vez al despedirnos.



roger sanchez - another chance por Stella78